Laila Hotait Salas

Siempre nos quedará Beirut


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en detrimento del resto de comunidades. Tras la independencia, este sistema confesional perduró, así como la preeminencia de los maronitas sobre sus compatriotas musulmanes en toda la estructura política, social y económica. En realidad, la comunidad religiosa había quedado instituida como estructura principal de descentralización del poder ya desde época otomana, pero en un marco de convivencia y coexistencia pacíficas.[7] La cristalización de la división en función de las confesiones fue, en gran medida, la base del proyecto colonizador francés y británico, que desde un principio se sirvió de las minorías y de una supuesta protección de éstas con respecto a la mayoría musulmana para minar desde dentro el poder otomano e insertarse en la zona. Un sistema confesional que se plasmó en la mentalidad de un segmento de la sociedad libanesa y que llevó incluso a algunos líderes religiosos maronitas a reivindicar un Estado libanés sólo maronita.[8] Es decir, quedó una sociedad basada y articulada en torno al énfasis sobre la diferenciación religiosa, en lugar de en torno a los puntos comunes. Hablaba el intelectual libanés Samir Kassir de una historia articulada en función de “desfases”: desfase ideológico entre la población, entre la conciencia de sí mismos y la visión del mundo, y, sobre todo, “entre un sistema político cargado de problemas estructurales esquivados demasiado tiempo y una sociedad civil hirviendo en potencialidades”.[9] Apuntaba también Georges Corm a que el problema del Líbano había consistido “en enarbolar la bandera de la democracia al tiempo que enraizábamos nuestro sistema político y administrativo en actitudes sectarias”.[10]