el centro de la escena política e “hicieron historia”, como suele decirse. Sin embargo, una infinidad de pequeñas gestas anónimas se desarrollaron en un segundo plano, menos protagónico pero que sin embargo influyó y al mismo tiempo sufrió la influencia del rumbo que tomaron los acontecimientos.
Los años setenta de la gente común
Este libro toma como punto de partida dos distinciones analíticas que determinan sus alcances. En primer lugar, no considera a toda la sociedad sino solamente a sus sectores medios. En segundo lugar, divide en dos segmentos el heterogéneo universo que estos sectores conformaban en la década de 1970. Por un lado, el de la militancia, integrado por jóvenes universitarios y por elites intelectuales y culturales, caracterizado por un fuerte compromiso político y una participación directa en las luchas sociales que contempló la vía insurreccional armada, aunque no se redujo a ella. Por otro lado, el de la no militancia, formado por la mayoría de las clases medias que se mantuvo distante del tipo de compromiso y del modo de participación que caracterizó a la militancia. Esta distancia, sin embargo, no necesariamente significó desinterés por la política. Si bien no fueron protagonistas de la historia, tampoco fueron meros espectadores.
La década de los setenta ha pasado a la historia como la de la violencia política y la represión, que en ningún otro período del siglo XX alcanzaron tal intensidad. La memoria también ha colaborado mucho a otorgar aún mayor centralidad a la violencia como forma de comprender esa época. Las personas entrevistadas recuerdan más difusamente las devaluaciones, los ajustes, la caída del salario real o la liberalización económica, que un atentado guerrillero o la desaparición de una persona conocida. Por eso el análisis de la violencia ocupa un lugar preponderante en este estudio.
A esta problemática se han dedicado ya numerosos trabajos. A los análisis consagrados al estudio de grupos e instituciones que ejercieron alguna forma de violencia en la década de 1970, en los últimos veinte años se han sumado ensayos, biografías y autobiografías basados en testimonios orales o en memorias propias. La mayoría de estos trabajos se ha orientado a recuperar la memoria de quienes fueron afectados directamente (familiares, amigos, compañeros de militancia o los propios autores) por el terrorismo estatal. En este libro, en cambio, considero conjuntamente fuentes documentales y testimonios orales, y concentro mi análisis en historias de vida de personas que no fueron alcanzadas por el terror estatal –un sesgo que complementa y a su vez exige ser complementado por los estudios aludidos–.
El libro comienza con un capítulo introductorio acerca de la cultura política de las clases medias, en que hago foco sobre su relación con el peronismo, tanto a mediados de siglo como en los años setenta. El resto del libro se centra en la cuestión de la violencia. Luego de un primer excurso, en los capítulos 2, 3 y 4 intento dilucidar cómo percibieron estas clases medias sin militancia el proceso de ascenso de la violencia y qué rol desempeñaron en él. Distingo tres tipos: la violencia social (los estallidos sociales y la radicalización de la militancia juvenil), la violencia armada (en la que privilegio la cuestión de la guerrilla) y la violencia estatal (en que analizo el terror de estado). En un segundo excurso ensayo un modo diferente de indagar este pasado explorando la complejidad del discurso que suele caracterizar a la memoria. Por último, en el capítulo 5, examino algunas representaciones de la violencia en el espacio simbólico, y llevo el análisis del plano consciente al inconsciente, de lo real a lo imaginario.
Varios colegas han notado la ausencia de estudios sobre el comportamiento de la sociedad argentina, más allá de sus grupos corporativos, durante los años de la última dictadura (1976-1983). A mi entender, esa ausencia es, por un lado, más amplia, y por el otro, doble. Es más amplia porque abarca también los años anteriores (1969-1976), a menudo abordados desde la historia de las vanguardias (políticas, sindicales, intelectuales o artísticas). Y es doble porque, generalmente, no sólo se estudia a los protagonistas sino que también se privilegia a las grandes ciudades, como Buenos Aires o Córdoba, y luego se extiende la validez de las conclusiones a la totalidad del país. Para contrarrestar la primera ausencia, en este trabajo estudio los años que van desde 1969 hasta 1982. Para salvar la segunda, considero tres localidades muy diferentes entre sí. Para esta selección, además de criterios sociológicos (véase Apéndice I) tuve en cuenta tanto la presencia de sectores de clase media como la heterogeneidad de los sitios. Así, en este libro se analizan la ciudad de Buenos Aires, centro de los acontecimientos políticos y metrópoli influyente en todo el territorio nacional; la ciudad de San Miguel de Tucumán, capital de una provincia del noroeste que padeció una agitada vida política desde mediados de los años sesenta; y el pueblo de Correa, una localidad de 5000 habitantes de la provincia de Santa Fe, en la región centro del país, que no experimentó grandes sobresaltos durante estos años.
Además de las fuentes de información consultadas (véase Apéndice II), realicé un total de doscientas entrevistas a personas de clase media que no tuvieron militancia política en los años setenta, a diversas personalidades de la política y la cultura y, en menor cantidad, a personas que en los años setenta pertenecían a dos grupos que no constituyen mi objeto de estudio: ex militantes de clase media y obreros. Lo que denomino “sensibilidad” de las clases medias no militantes en los años setenta puede distinguirse, como mínimo, de las correspondientes a estos dos grupos, el de quienes sí fueron militantes y, por otras razones, el de quienes pertenecían a la clase obrera.
Para las entrevistas, apliqué una metodología específica. Confeccioné un documental, COMA 13. Del Cordobazo a Malvinas. Trece años de historia en imágenes, que utilicé como disparador para las conversaciones. COMA 13… no introduce un relato en off, sino que exhibe imágenes y audios que cronológicamente ofrecen un fresco de cada uno de los años estudiados. Allí se yuxtaponen noticieros, canciones de moda, discursos políticos, números humorísticos, películas famosas, chistes gráficos, portadas de diarios, revistas y libros, publicidades, imágenes de líderes sindicales, políticos, militares, guerrilleros y religiosos, manifestaciones, rebeliones, actos electorales, escenas de represión, noticias sobre atentados y secuestros; en pocas palabras, la historia en imágenes. Tanto los videos como los audios son originales de aquellos años (es decir, ninguno corresponde a producciones sobre la época), de modo que se trata de un material que en su momento pudieron ver u oír los entrevistados. Dicha metodología me permitió acceder a memorias que de otro modo no hubieran surgido, a relatos y a recuerdos vinculados a esa memoria que Walter Benjamin, siguendo a Marcel Proust, llamó “involuntaria”, distinta de la memoria voluntaria, consciente, deliberadamente razonada.[6] El segundo excurso que integra este libro prueba que, sin el documental, las entrevistas no hubieran alcanzado a despertar ciertas memorias que no siempre resultan asequibles.
Las clases medias: concepto y características
El concepto de “clases medias” es una construcción teórica basada en la existencia objetiva de diferencias y diferenciaciones que a su vez se expresan en disposiciones o habitus igualmente diversos. Las personas pueden agregarse teóricamente en “clases” o “grupos” porque, para existir socialmente, se distinguen. A determinadas posiciones sociales les son más afines unas prácticas que otras, unos gustos que otros, unos bienes que otros, incluso unos modos de ver el mundo que otros. Obreros y clases medias, por ejemplo, tienden a tener prácticas distintas, que a su vez son distintivas. Los consumos, fundamentalmente los de tipo cultural, afirman la pertenencia de clase de sus consumidores, ayudan a cada quien a afirmar tácitamente lo que es y lo que no es. Como enseña Bourdieu, en el espacio de diferencias que constituye todo mundo social, las clases existen en estado virtual, en punteado, no como algo dado sino como algo que se trata de construir.[7] Las clases medias aquí estudiadas fueron “punteadas” partiendo de las posiciones relativas que, en cada caso, hicieron posible la definición de un estrato social intermedio. En muchas localidades argentinas, la diferenciación social se traduce en una división geográfica nítida. En el caso del pueblo de Correa, por ejemplo, se expresa en la división entre los que viven de un lado de la vía, en “el centro”, y los que viven del otro lado de la vía, en “el norte”.
Ello no significa