Sebastián Carassai

Los años setenta de la gente común


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de manzana; es decir, cada manzana tenía un alcahuete que podía señalarlo. ¡Ojo, es muy serio!

      Hacia 1973, luego de varios años de inactividad partidaria, la gran mayoría de las clases medias (que ahora incluía generaciones que no tenían memorias directas del primer peronismo) no estaba afiliada al radicalismo, al desarrollismo, al socialismo ni al comunismo. Muchos de sus miembros simpatizaban con algunas de estas corrientes y, en ese sentido, sus simpatías los separaban. Sin embargo, estaban unidos por lo que tenían en común: heredada o propia, mantenían aquella sensibilidad no peronista hija del antiperonismo cultivado durante los diez años del régimen. En consecuencia, aunque hacia la década del setenta las simpatías partidarias de las clases medias estaban dispersas, su identidad política se definía menos por lo que afirmaba que por lo que impugnaba. Y lo que impugnaba seguía siendo el peronismo.

      Las razones del antiperonismo (o del más tolerante no peronismo) pueden organizarse en torno a cuatro tipos de elementos atribuidos al régimen: el fascista, el dictatorial o autoritario, el inmoral y el anticultural. Dentro del primer tipo, se mencionan la omnipresencia de Perón y Evita y de la propaganda gubernamental en los medios de comunicación y en los libros escolares de lectura obligatoria; la introducción de contenidos curriculares orientados al ensalzamiento del régimen; la afiliación compulsiva al partido para tener acceso a un empleo en el sector público (incluidos salud y educación); la obligación de adherir a las efemérides vinculadas al peronismo (como llevar luto por el fallecimiento de Eva); las grandes concentraciones para vivar al líder; y la persecución, la tortura y la cárcel para los opositores.

      Dentro del segundo tipo de elementos (dictatorial o autoritario), cobran relevancia la vigilancia de tipo policial ejercida sobre la población, fundamentalmente sobre aquellos apodados “contreras” (contrarios al peronismo), instrumentada a través de informantes o de grupos como la Alianza Libertadora Nacionalista; el verticalismo y la sumisión plena al jefe (y su correlato: la obsecuencia de los partidarios); y el antidemocratismo (una democracia definida menos en función de los votos que de las libertades y márgenes de autonomía ciudadana permitidos).

      Dentro de los elementos inmorales tienden a enfatizarse una corrupción que por primera vez en la historia política del siglo XX habría alcanzado un grado escandaloso (el enriquecimiento de Perón y de algunos de sus funcionarios); la manipulación estatal de quienes no tenían recursos culturales ni materiales para negarse a los favores estatales; y la degeneración sexual del propio Perón en su relación con las adolescentes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).

      Finalmente, dentro de los elementos vinculados a la impronta anticultural del peronismo, suele citarse uno de los lemas de comienzos del régimen, “Alpargatas sí, libros no”; la incorporación a las legislaturas de personas analfabetas o carentes de instrucción formal; el anti-intelectualismo, evidenciado en la oposición unánime que tuvo el régimen en las universidades; la exacerbación de los elementos emocionales y pasionales de las masas en detrimento de la racionalidad; y la incitación a la mediocridad a través del mejoramiento del nivel de vida de la población mediante acciones demagógicas que desacreditaban el esfuerzo personal y el mérito.

      Las memorias antedichas suelen aparecer unidas a anécdotas en las que los protagonistas del relato, o personas allegadas, debieron eludir las imposiciones del régimen o intentaron hacerlo. Entre 1946 y 1955, las clases medias ejercieron una resistencia espontánea y desorganizada a lo que percibieron como excesos o atropellos a su dignidad; una resistencia que, aunque también política y social, fue antes que nada de tipo cultural. Cabe preguntarse: ¿qué nervio de la subjetividad de estas clases medias irritó la fuerte reestructuración de la vida social que implicó el peronismo como para que aún perduren tan vívidamente aquellos recuerdos? ¿Es tan fácil como afirmar que se sintieron asaltadas por quienes ellas habían siempre considerado inferiores? A continuación intento responder ambos interrogantes; comienzo por el segundo.

      En el discurso de algunas personas de clase media aparecen elementos racistas, visibles en la alusión a los sectores populares y obreros mediante términos como “negros”, “gronchos” o “morochos”. Esto contrasta con el romanticismo de que, en los años setenta, la militancia juvenil de clase media revistió a los pobres en general y a la clase obrera en especial, hecho que derivó en la proletarización como táctica para acercarse al sujeto “objetivamente” revolucionario. Sin embargo, los jóvenes militantes de las clases medias en los años setenta –peronizados o marxistas– se asignaron el rol de vanguardia política de los sectores obreros y populares, y les negaron la sabiduría suficiente como para darse a sí mismos una política adecuada a sus intereses. Por lo tanto, si bien es cierto que una mayoría de las clases medias sin militancia suele expresarse como si perteneciera a un mundo social y cultural jerárquicamente superior al de las capas populares, es dudoso que esta percepción pueda ser imputada exclusivamente al sector que en los años setenta se mantuvo distante de la militancia, o a los antiperonistas. Al contrario, todo indica que dicho sentimiento de superioridad corresponde a una percepción vinculada más bien a la clase que a la identidad política. Este rasgo pareciera asemejar, más que diferenciar, a los diversos sectores de las clases medias, sea cual sea su identidad política, sea cual sea su grado de politización.

      Debe entonces buscarse en otro lado la respuesta al primer interrogante. Propongo analizar con detenimiento un componente que llamo “iluminista”. Se trata de la percepción de estos sectores medios (no militantes ni peronistas en los años setenta) de sí mismos como sujetos autónomos y librepensadores; es decir, determinados nada más que por su voluntad a pensar y a obrar del modo en que piensan y obran. Las memorias antiperonistas, pertenezcan a cualquiera de los cuatro tipos señalados, enfatizan este elemento. El peronismo, experimentado como un régimen fascista, dictatorial, inmoral o anticultural, desafió tal autopercepción, eliminando (o amenazando con eliminar) esa autonomía.

      Los siguientes fragmentos pertenecen a dos habitantes de Correa que corresponden a generaciones diferentes. El primero es de Luis Martino, nacido en 1953, y el segundo de Linda Tognetti, nacida once años antes. En el primer caso, su antiperonismo fue heredado de familiares y conocidos. En el segundo, provino de una combinación de herencia y experiencia propia.

      Luis: En mi generación no hubo tanto peronismo y antiperonismo. En las generaciones más grandes sí. Yo me acuerdo, por ejemplo, cuando vino Perón en el 73, cuando yo tenía 20 años, [había gente que] lo odiaba a muerte. Cuando se cumplía la hora en que había muerto Evita, los hacían ir a arrodillarse a la iglesia, los obligaban, y al que no se arrodillaba lo castigaban; todas esas cosas…

       ¿Y esas historias a vos te las contaban?

      Luis: Sí, pero gente que las vivió. Por ejemplo, el papá de mi mujer, la flaca, en Carcarañá también. ¡Lo habían suspendido en el laburo porque no había ido a la misa en recordación de Evita! Y esas cosas a mí no me gustaban, no había libre pensamiento. Yo tengo un libro ahí, los libros de Perón que se repartían en esa época en la escuela, ¿eh? “El primer trabajador” y todas esas cosas… Cómo se le metía a la pibada que [el peronismo] era lo mejor. Mucha demagogia veía yo en esas cosas…

      Linda: A mí nunca me gustaron los gobiernos totalitarios, ni que me quisieran dirigir el pensamiento; yo siempre fui muy rebelde. Siempre fui “en contra de”. De chica no me daba cuenta… Sí sé que [en la