a la mente fue que siempre llevaba unos zapatos negros muy feos, pero con aspecto de ser bastante cómodos.
Al menos no tendría que preocuparse por la posibilidad de caer en la tentación de llegar a creerse su papel. Aquella discreta secretaria no era en absoluto su tipo, y eso hacía que fuera la mujer ideal para interpretar el papel de esposa.
Suspirando, se levantó y recorrió el cuarto de estar. No podía decirse que estuviera deseando que empezara aquella semana. Pasar siete días en un rancho aprendiendo cómo desarrollar una intimidad más profunda con una esposa falsa no era precisamente su idea de unas vacaciones.
Intimidad. Lo que toda mujer anhelaba y lo que todo hombre aborrecía. Hank no quería una mujer en su vida, que conociera sus pensamientos y compartiera sus sueños.
Había visto lo que el amor y la intimidad le habían hecho a su padre. La madre de Hank murió cuando este tenía cinco años, y durante toda su vida había visto cómo su padre construía un imperio de tintorerías a base de trabajar muy duro.
Pero hacía un año, Harris Riverton se había vuelto a casar y había dejado de ser el pujante empresario que siempre había sido para transformarse en un apacible señor al que nada le gustaba más que entretenerse trabajando en el jardín con su nueva esposa.
Y Hank no estaba dispuesto a perder su empuje y a dejar en segundo plano su trabajo por ninguna mujer.
Y hablando de mujeres… miró el reloj y vio que solo le quedaban quince minutos para ir a recoger a Sheila para su habitual cena de los domingos.
Una hora más tarde, Sheila y él estaban sentados a una mesa del Sam’s Steakhouse, el restaurante favorito de Hank. La decoración era bastante sosa, y el ambiente no tenía nada del otro mundo, pero las chuletas que servían eran enormes y estaban cocinadas a la perfección.
Mientras Hank cortaba un trozo de carne, Sheila picaba un poco de ensalada con gesto displicente. Estaba enfadada desde que él le había dicho que iba a estar fuera toda la semana por un asunto de negocios.
–¿Estás seguro de que no puedes volver a tiempo para la fiesta benéfica del viernes por la noche? –preguntó, cuando Hank ya estaba a punto de terminar su chuleta.
–Lo siento, cariño, pero será imposible. No podré volver hasta el domingo.
–Pero tú eres el jefe. ¿No puedes hacer que alguna otra persona se ocupe de ese negocio? Toda la gente importante de la ciudad asistirá a esa fiesta –la voz de Sheila, normalmente suave, se volvió quejumbrosa–. Tenía tantas ganas de ir… He comprado un vestido nuevo, e incluso había conseguido una cita en la peluquería de Pierre.
–Puedes ir a la fiesta sin mí –dijo Hank, preguntándose por qué no se había fijado hasta entonces en que los ojos azules de Sheila despedían el frío destello de una mujer acostumbrada a salirse siempre con la suya.
–Mustang está solo a dos horas de aquí. Podrías venir para la fiesta y volver a tu trabajo el sábado por la mañana –insistió ella.
Hank dejó el tenedor a un lado y apartó el plato.
–Lo siento, Sheila, pero ya te he dicho que esta vez no puede ser. Ya habrá otras fiestas a las que podamos ir.
Sheila dio un sorbo a su vino. Luego dejó la copa en la mesa y alargó una mano para apoyarla sobre la de Hank.
–¿Y qué va a hacer la pequeña Sheila sin su amorcito toda una semana?
Hank odiaba que le hablara como si fuera una niña idiota, y de pronto pensó que había muy pocas cosas de Sheila que realmente le gustaran.
Sin duda, tenía un tipo y un rostro que eran auténtica dinamita, pero también era caprichosa y exigente. Tenían muy poco en común y sospechaba que a Sheila le gustaba él más por su imagen y por el reto que representaba que por otra cosa.
Había llegado el momento de dar por terminado el período de tres semanas que había compartido con aquella atractiva mujer. En cuanto pensó aquello sintió un reconfortante alivio que lo hizo reafirmarse en su decisión.
Se pasó la servilleta por los labios, tratando de encontrar las palabras adecuadas para no herir los sentimientos ni la dignidad de Sheila.
–Eres una mujer preciosa y encantadora, Sheila, y he disfrutado mucho del tiempo que hemos pasado juntos –empezó.
–Me vas a dejar, ¿verdad? –el tono infantil se esfumó por completo de la voz de Sheila, dando paso a otro de auténtica rabia–. No puedo creerlo. Todos mis amigos me lo advirtieron, Hank Riverton. Me dijeron que no saliera contigo, que eras un rompecorazones profesional.
–Sheila…
–Tú espera, Hank –interrumpió Sheila, dedicándole una mirada fulgurante a la vez que se levantaba de la mesa–. Uno de estos días vas a entregarle tu corazón a alguna mujer. Vas a quererla más que a nada en el mundo, y espero que te lo arranque y lo haga pedacitos –tras aquellas palabras, dio media vuelta y se marchó del restaurante.
Hank reprimió una oleada de arrepentimiento mientras contemplaba el sexy balanceo del trasero de Sheila mientras se alejaba. Probablemente, habría sido una buena amante, pero no había llegado a comprobar su pericia en aquella faceta.
Aunque ella le había dado los indicios necesarios todas las noches que habían salido, él no había respondido. Sabía que Sheila habría interpretado el hecho de que se acostaran como un preludio al anillo de compromiso, y eso era lo último que quería. Además, le costaba imaginarse a sí mismo haciendo el amor con una mujer que hablaba como una niña.
Lamentaba haber herido sus sentimientos, aunque sabía que Sheila estaría bien, con él o sin él. Era una de esas mujeres que siempre tendría un hombre a su lado. Al igual que él, era una superviviente en el juego de las relaciones.
Apartando a un lado cualquier resto de remordimiento, hizo una seña al camarero para que le llevara la cuenta.
–Adiós, Sheila –murmuró para sí, sabiendo que había hecho bien rompiendo con ella esa noche. A fin de cuentas, al día siguiente iba a ser un hombre «casado»
Mientras esperaba al camarero, pensó en su secretaria, la mujer que iba a interpretar el papel de su esposa. Angela era exactamente la clase de mujer que le parecería bien a Brody. Sencilla y tranquila, consciente de sus deberes y eficiente, tenía todas las cualidades de una esposa tradicional. Y, sobre todo, no suponía ninguna amenaza para su soltería.
Sonrió al pensar en las palabras con que se había despedido Sheila. Esperaba que alguna mujer le rompiera el corazón. Rio en alto al pensar en ello. El día que permitiera que una mujer entrara en su corazón sería el mismo que besaría el feo rostro de Brody Robinson. Y eso no sucedería mientras viviera.
Capítulo 2
PARA, Brian! –Angela trató de mirar a su hermano con expresión severa, pero rompió a reír mientras este sostenía el cepillo del pelo en alto, por encima de su cabeza–. Vamos, necesito cepillarme antes de que venga el señor Riverton.
Brian se puso a bailar alrededor de ella y acabó tras la mesa de la cocina, con una amplia sonrisa en su rostro delgado.
A los diecinueve años, Brian era aún un joven alto y desgarbado, con un travieso sentido del humor que a veces volvía loca a Angela.
–¿Por qué iba a dártelo? Seguro que vas a sujetarte el pelo atrás con uno de esos pasadores tan feos.
–Mis pasadores no son feos, ¡y mi jefe va a llegar en cualquier momento! –Angela rodeó la mesa, golpeó a su hermano juguetonamente en el pecho y volvió a reír cuando este la abrazó como un oso.
Cuánto quería a su hermano… pensó mientras luchaba por librarse de su abrazo. Aunque Brian ya no era ningún bebé, aún lo adoraba.
Su padre los abandonó cuando su madre estaba embarazada de Brian. Poco después del nacimiento de este,