Tracy Sinclair

Casada con un extraño


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      —Tienes muchas cosas con que jugar —dijo ella—. Yo estaré aquí mismo.

      El niño pareció conformarse entonces y se cambiaron de sitio. Ella reclinó un poco el asiento y cerró los ojos.

      —El asiento se inclina más —dijo Philippe.

      Entonces Nicole abrió los ojos de nuevo y lo vio encima de ella.

      —Ya lo sé, pero no me voy a dormir. Solo voy a descansar un poco.

      —Pero se puede poner cómoda mientras lo hace.

      Philippe reclinó más el asiento hasta que estuvo casi plano y luego sacó una manta y una almohada del compartimiento de arriba y la acomodó bien. Después la arropó con sorprendente gentileza. Sobre todo con lo aparentemente enfadado que estaba con ella, pensó Nicole.

      —Esto es casi tan bueno como estar en la cama —dijo relajándose.

      El rostro de él no mostró ninguna expresión, pero ese comentario le produjo una imagen mental muy erótica. Se la pudo imaginar perfectamente en la cama, junto a él, relajada y adorable, después de haber hecho el amor.

      Se enderezó repentinamente.

      —Descanse un poco —le dijo.

      Eso era lo que Nicole había planeado, unos minutos de descanso, pero se quedó dormida casi en el momento en que cerró los ojos.

      Como Philippe no tenía ninguna experiencia con los niños y Robbie no era precisamente amable con él, pasaron por un momento incómodo hasta que Gloria, la auxiliar de vuelo, llegó al rescate.

      Le dio al niño una bolsa con bloques de construcción de plástico de los que siempre hay en los aviones para casos así.

      El humor del pequeño cambió instantáneamente y se puso a jugar.

      —Es usted mi salvavidas —le dijo Philippe.

      Gloria sonrió.

      —Solo hago mi trabajo.

      Luego se marchó a atender a los demás pasajeros, pero se pasó de vez en cuando para charlar con Philippe y, poco después le preguntó:

      —¿Quiere beber algo?

      —Un café, por favor. Iré con usted —dijo y la siguió por el pasillo.

      Al cabo de unas cuantas preguntas, la chica averiguó su relación con Nicole y Robbie y le dijo:

      —Lo que necesita usted es una esposa.

      —¿Es que no tengo ya suficientes problemas? —respondió él divertido.

      —Lo que pasa entonces es que aún no ha conocido a la mujer adecuada —dijo Gloria mirándolo provocativamente.

      Nicole se despertó poco después y vio indignada que Robbie estaba jugando solo mientras que Philippe y la auxiliar estaban charlando tranquilamente lejos de allí. Estaba claro que la bonita auxiliar de vuelo estaba embobada con él. Pensó que Philippe podía ser muy encantador cuando quería. Incluso había tratado de usar ese encanto con ella para hacerla cambiar de opinión acerca de Robbie.

      Philippe volvió tan pronto como vio que ella se había despertado.

      —¿Se siente mejor? —le preguntó sonriente.

      —No, dado que he visto que Robbie ha estado aquí sentado solo todo el rato.

      —No estaba solo. Solo lo he dejado unos minutos para tomarme un café. Gloria y yo lo hemos mantenido divertido.

      —Ella me cae bien —dijo Robbie.

      Philippe le dijo entonces a Nicole:

      —¿Puedo hablar un momento a solas con usted?

      Nicole se levantó de mala gana y lo siguió por el pasillo.

      Cuando estuvieron lejos de Robbie, él le dijo:

      —No me importa lo que usted piense de mí, pero no quiero que se lo deje tan claro a Robbie. ¡No me extraña que él me tome por un ogro!

      —No me culpe a mí de eso. Los niños juzgan muy bien los caracteres.

      —Entonces va a tener que irse acostumbrando a ese hecho.

      —No necesariamente. Usted solo ha ganado el primer asalto, no el partido. No está grabado en piedra que Robbie vaya a vivir permanentemente con usted.

      —Ni se le ocurra retarme —dijo él suavemente—. Yo siempre consigo lo que quiero, sin que me importen los medios.

      Se miraron fijamente a los ojos y Nicole contuvo un estremecimiento. Ese hombre podía aplastar cualquier cosa que se cruzara en su camino sin el menor remordimiento. ¿Podría ella encontrar una manera de salir de aquello para Robbie y para sí misma?

      Entre ellos el ambiente fue muy tenso el resto del viaje, pero cuando llegaron a París, a Nicole le resultó difícil continuar de mal humor.

      A pesar de que era medianoche, el aeropuerto estaba abarrotado de gente de todos los rincones del mundo, cosa que, para una provinciana como ella, era muy exótico y excitante.

      Como hasta entonces, Philippe se ocupó de todas las formalidades, pero esta vez ella no lo agradeció tanto como al salir. Después de su discusión en el avión, estaba ansiosa por pelear, y esta vez, ganar.

      Tan pronto como salieron de la aduana, ella le pidió su pasaporte, que él se había guardado con los otros dos. Pero estaban en la zona de recepción de equipajes y él estaba buscando a la vez las maletas y al conductor del coche.

      —Se lo daré en el coche —le dijo.

      —¿Cuánto se puede tardar en darme un pasaporte? —insistió ella.

      —En este momento estoy un poco ocupado y no lo necesita ahora mismo. Ya hemos pasado la aduana.

      —Lo quiero —dijo ella tercamente.

      Philippe maldijo en francés, se metió la mano en el bolsillo y se sacó el pasaporte en cuestión.

      —¡Tenga! ¿Está contenta ya?

      Era una pequeña victoria, pero la llenó de satisfacción.

      —Más que antes.

      Cuando llegó el conductor, llamado Max, fue a por los equipajes y Philippe los condujo a una limusina negra que estaba aparcada fuera de la terminal. Poco después, Max volvió y salieron de allí.

      Mientras atravesaban la ciudad, Nicole se sintió muy excitada, se olvidó de sus problemas con Philippe mientras miraba por la ventanilla sin perderse detalle. Al pasar cerca del Arco del Triunfo, se inclinó sobre Philippe para verlo mejor.

      A Philippe también le desapareció el enfado. Era imposible seguir enfadado cuando el cuerpo de ella se apretaba contra el suyo.

      —Debería haberla dejado sentarse junto a la ventanilla —dijo él.

      —Así puedo ver bien.

      Nicole le puso una mano en el hombro y se pegó más a él para ver el Arco del Triunfo por el cristal trasero. No se dio cuenta de lo juntos que estaban sus cuerpos, pero él sí e, inconscientemente, le rodeó la cintura con un brazo.

      Ella lo miró sorprendida y se apartó.

      —Lo siento —balbuceó—. Supongo que me he dejado llevar.

      —París le hará eso.

      —Sí, bueno, ciertamente es una hermosa ciudad.

      Cuando llegaron a la imponente mansión de los Galantoire, salieron del coche y el conductor se hizo cargo de los equipajes. Robbie tenía sueño y Philippe les enseñó sus habitaciones.

      La del niño era enorme. Todo en ella lo era, la cama, los armarios y demás, incluyendo unos ventanales que daban a una balconada. Era tan distinta de la que había tenido en San Francisco que Nicole temió que