Tracy Sinclair

Casada con un extraño


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como la del niño, pero decorada más femeninamente.

      —El baño está en esa puerta y el vestidor da a él. Espero que esté cómoda aquí.

      —Seguro que sí —dijo ella.

      —Si yo no estoy cuando se despierten, los sirvientes les servirán el desayuno. Paul es el mayordomo y su esposa Heloise es la cocinera.

      Cuando él se marchó, Nicole se puso un camisón y se acostó enseguida, durmiéndose casi inmediatamente.

      Se despertó de golpe cuando oyó un fuerte llanto. ¡Algo le pasaba a Robbie! Saltó de la cama y salió al pasillo. Estaba muy oscuro y, cuando entró en el cuarto del niño, solo unos rayos de luz de luna entraban por las cortinas.

      —¡Estoy aquí, Robbie! —le dijo cuando llegó a la cama y lo abrazó—. ¿Qué te pasa, querido?

      —¡Hay un monstruo allí! —gimió el niño señalando al armario—. Está ahí dentro.

      —¿En el armario? —le preguntó ella y encendió la lámpara de la mesilla de noche—. Solo es un mueble. He metido allí tu ropa.

      —No, es su cueva. ¡Me va a comer!

      Entonces apareció Philippe en la puerta con cara de sueño. Iba despeinado y solo llevaba encima los pantalones del pijama.

      —¿Qué pasa? —preguntó.

      Después de que Nicole se lo explicara, se acercó al armario y lo abrió de par en par.

      —¿Ves? —dijo—. No hay nada dentro. Solo has tenido un mal sueño.

      Robbie miró a Nicole y no la soltó.

      —No me importa. No quiero estar aquí solo. Quiero que duermas conmigo.

      Philippe habló primero.

      —Ya te he mostrado que no hay nada que temer. Tu tía estará en la habitación de al lado.

      —¡La quiero aquí! —dijo Robbie empezando a llorar de nuevo.

      Nicole miró indignada a Philippe, pero le dijo suavemente al niño:

      —No llores, me quedaré contigo. Túmbate y vuelve a dormirte. Yo voy a hablar un momento con tu tío. Estaré ahí fuera.

      Tan pronto como estuvieron los dos fuera, Nicole le dijo furiosa a Philippe:

      —¿Cómo puede ser tan despiadado? ¿Es que no ha visto lo asustado que estaba el pobre niño?

      —He tratado de hacerle ver que estaba completamente a salvo.

      —¿Cómo? ¿Haciéndolo dormir solo ahí?

      —Tiene que acostumbrarse a ello. No puede dejar que un niño de cuatro años dicte las reglas.

      —No lo voy a dejar solo y aterrorizado en esa habitación.

      —Eso no es problema. Mañana lo instalaremos en otra.

      —Seguro que en una tan grande y espantosa como esa.

      —Lamento que a usted no le guste mi casa, pero Robaire se acostumbrará con el tiempo.

      —Lo dudo mucho. ¿Es que no va a admitir que desarraigar a un niño y arrastrarlo aquí ha sido un gran error?

      —¿Ha decidido usted eso en tan poco tiempo?

      —Lo he sabido desde el principio, pero no he podido convencerlo a usted.

      —Y sigue sin hacerlo. Mi sobrino está aquí para quedarse —dijo Philippe.

      —¿Aun si es infeliz?

      —Eso es cosa suya. Si sigue insistiendo en hacer de mí el malo de la película, Robaire y yo nunca crearemos un vínculo. ¿Es ese su plan?

      —Usted puede hacer cualquier cosa para salirse con la suya, pero yo nunca caería tan bajo.

      —Eso hace que esto sea una pelea muy desigual, ¿no?

      Nicole decidió que no podía dejarle ver lo impotente que la hacía sentirse, así que le dijo desafiante:

      —Yo tengo algunas armas secretas propias.

      —Ya me he dado cuenta —respondió él recorriéndola con la mirada—. Tal vez haya hablado demasiado a la ligera.

      Las palabras de Philippe fueron un mecanismo de defensa para disimular la oleada de deseo que lo invadió al verla tan escasamente vestida.

      Nicole cruzó los brazos por delante de los senos como para protegerlos de su mirada y se ruborizó. Por primera vez fue consciente de la semidesnudez de él. Su piel bronceada hacía que destacaran los músculos del torso, en el que no sobraba ni un gramo de grasa.

      Se obligó a mirarlo a la cara y le dijo:

      —Se engaña si cree que voy a usar el sexo para tratar de influenciarlo. Hay algunas cosas que me resultan demasiado desagradables.

      —¿Cree que hacer el amor conmigo lo sería? —le preguntó él irónicamente.

      —No es lo primero en mi lista de cosas que he de hacer.

      —Pues para mí sería un placer revisar esa lista —murmuró él mirándola a los labios.

      —Perdería el tiempo.

      Pero lo cierto era que la boca se le secó al pensar en la cantidad de cosas que podía hacer ese hombre para agradarla. Incluso pensó que la podía hacer retorcerse de deseo entre sus brazos.

      A Philippe le brillaron los ojos al ver su rostro soñador. Extendió una mano para acariciarle la mejilla, pero la dejó caer inmediatamente.

      —Esta discusión no lleva a ninguna parte. Estamos en mitad de la noche y ambos necesitamos dormir algo. Váyase a la cama —le ordenó.

      Nicole se sintió como si le hubieran echado por encima un jarro de agua fría. Philippe cambiaba de actitud con la facilidad de un camaleón. En un momento la estaba mirando lleno de deseo y al siguiente se ponía a darle órdenes como un sargento de artillería. No era que ella quisiera que se pusiera en plan amoroso, ¡pero tampoco le iba a permitir que le ordenara nada!

      —Me iré a la cama cuando y donde yo quiera —dijo.

      —Muy bien, como quiera.

      Luego se volvió y se dirigió a su propia habitación.

      Nicole entró en la de Robbie llena de emociones contradictorias. Era imposible tener una discusión razonable con ese hombre. Si no estaba lleno de ira, trataba de seducirla. ¿De verdad que él pensaba que le iba a funcionar una táctica tan evidente?

      Admitía que era un hombre extremadamente atractivo, sobre todo semidesnudo. Incluso ella, a la que ese hombre no le gustaba nada, había respondido a su magnetismo.

      ¡Eso era lo que encontraba más exasperante! ¿Cómo podía ella olvidar ni por un momento que era su enemigo? Era crucial para ella recordar eso. Él no dudaría en utilizar cualquier ventaja que tuviera en su contra, y ya tenía bastantes.

      Se acercó a la cama y miró al niño que dormía en ella. El futuro de Robbie dependía de ella y no le podía fallar.

      Philippe estaba pasando por su propia crisis emocional. ¿Cómo había podido permitir que esa mujer lo pillara desprevenido? El poderoso torrente de deseo que lo había inundado lo había pillado completamente por sorpresa.

      Se dijo a sí mismo que había sido solo cosa de la situación. ¿Qué hombre normal no se habría visto afectado por la tentadora visión de semejante cuerpo? Por un momento de locura había querido quitarle el camisón para admirar la desnuda perfección de su cuerpo.

      ¡Qué error habría sido! Por suerte, había recuperado el sentido a tiempo. No podía permitirse dejarse influenciar por una mujer bella, pero peligrosa, que estaba decidida a apartar a Robaire de él.

      Mientras paseaba por la habitación,