[Víctor Roura

Boca diminuta


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       XLVIII. Besos parciales, no

       XLIX. Dos turbaciones

       L. Ocho horas

       LI. Una adivinanza

       LII. Ser de ti

       LIII. Hechizos

       LIV. Erótica

       LV. Fantasmas visibles de los ayeres

       LVI. Medidas y miradas

       LVII. Si te das la vuelta

       LVIII. Tiza y nudo

       LIX. No te asombres

       LX. Rascacielos

       LXI. Una ciudad de mitos errados

       LXII. Susurros en la medianoche

       LXIII. Te digo un secreto

       LXIV. Sucintos cantos

       LXV. Mutuos placeres

       LXVI. Amor

       LXVII. Y deliran las manos

       LXVIII. Aderezo

       LXIX. Fatiga morosa

       LXX. Si no lo grito

       LXXI. Espada

       LXXII. Minutero

       LXXIII. El recuerdo de tus caderas

       LXXIV. Pecados mínimos

       LXXV. ¿Dó los hombres sin rutas?

       LXXVI. Dudas

       LXXVII. La balada del abandono

      I. Verbo ajeno

      Cauto, uso un paraguas

      para protegerme

      de la alharaquienta

      caída fugaz

      del ajeno verbo.

      II. Vieja vida de años

      ¿Vida nueva en nuevo año?

      Los días son los mismos;

      las rutinas, también;

      el desamor persiste

      y de ayer son los gestos;

      las palabras circulan

      en monótono ritmo

      en los antiguos labios.

      ¡Vieja es la vida en años

      calificados nuevos!

      III. ¿Y los íntimos decoros?

      No me sorprenden los prejuicios

      contra los íntimos decoros

      de la sensual privacidad:

      llena de mediáticos juicios,

      la multitud levanta en coros

      ínfimos su procacidad

      que la rebosa de perjuicios

      atónitos, complejos loros

      de la inicua esterilidad.

      IV. ¡Qué pronto se va una mujer de nuestro lado!

      Santa, santa maldición,

      diabólica pudrición:

      me mato por los rubores

      de los débiles amores.

      •

      Un eco en sordina:

      anda la catrina

      como una delfina.

      Miro en la vitrina,

      mujer cantarina,

      tu decir de harina,

      ¡cuánta argucia fina!

      •

      Me he olvidado de los rezos,

      ¡qué pronto caen los cerezos!

      Como vienen los bostezos,

      ¡se van de a poco los besos!

      •

      ¡Tanto querer marchitado,

      tanto sueño interpretado!

      ¡Y ahora en medio de la vida

      la ira en el cuerpo se anida!

      •

      Así como de súbito llegó,

      de tal manera, sigilosamente,

      se retira, sin mirar una sola

      vez hacia atrás: vino, estuvo, se fue.

      No volverá más con el mismo nombre.

      Tal vez sí con la misma intensidad,

      pero con otra cara (¿más bien máscara?),

      con otro gesto, con otra mirada,

      con otro cuerpo, con otra promesa.

      Y luego el amor se irá nuevamente,

      tal como llegó: inesperadamente.

      •

      Uno quisiera acercarse. Y decirle:

      me gustaría fusionar mi vida

      con