LV. Fantasmas visibles de los ayeres
LXI. Una ciudad de mitos errados
LXII. Susurros en la medianoche
LXXIII. El recuerdo de tus caderas
LXXV. ¿Dó los hombres sin rutas?
LXXVII. La balada del abandono
I. Verbo ajeno
Cauto, uso un paraguas
para protegerme
de la alharaquienta
caída fugaz
del ajeno verbo.
II. Vieja vida de años
¿Vida nueva en nuevo año?
Los días son los mismos;
las rutinas, también;
el desamor persiste
y de ayer son los gestos;
las palabras circulan
en monótono ritmo
en los antiguos labios.
¡Vieja es la vida en años
calificados nuevos!
III. ¿Y los íntimos decoros?
No me sorprenden los prejuicios
contra los íntimos decoros
de la sensual privacidad:
llena de mediáticos juicios,
la multitud levanta en coros
ínfimos su procacidad
que la rebosa de perjuicios
atónitos, complejos loros
de la inicua esterilidad.
IV. ¡Qué pronto se va una mujer de nuestro lado!
Santa, santa maldición,
diabólica pudrición:
me mato por los rubores
de los débiles amores.
•
Un eco en sordina:
anda la catrina
como una delfina.
Miro en la vitrina,
mujer cantarina,
tu decir de harina,
¡cuánta argucia fina!
•
Me he olvidado de los rezos,
¡qué pronto caen los cerezos!
Como vienen los bostezos,
¡se van de a poco los besos!
•
¡Tanto querer marchitado,
tanto sueño interpretado!
¡Y ahora en medio de la vida
la ira en el cuerpo se anida!
•
Así como de súbito llegó,
de tal manera, sigilosamente,
se retira, sin mirar una sola
vez hacia atrás: vino, estuvo, se fue.
No volverá más con el mismo nombre.
Tal vez sí con la misma intensidad,
pero con otra cara (¿más bien máscara?),
con otro gesto, con otra mirada,
con otro cuerpo, con otra promesa.
Y luego el amor se irá nuevamente,
tal como llegó: inesperadamente.
•
Uno quisiera acercarse. Y decirle:
me gustaría fusionar mi vida
con