se queda uno mejor callado,
contando con disimulo en los dedos
cómo otra mujer se ha ido tan de pronto
—altiva, en silencio— de nuestro lado.
•
Una boca femenina habla
más por lo que insinúa en su
gesto que por sus silenciosas
y sinuosas acotaciones.
•
¡Y pensar que en la
mirada lo dije
todo! ¡Y pensar que ella
se fue tan callada!
V. Labios que son reloj de arena
Si sabía que eras mujer ajena,
¿por qué en tus ojos miro mi condena?,
¿por qué en tus labios el reloj de arena
se consume indiferente a mi pena?
Si, mujer, lejos de mi vida estabas,
¿por qué tu cadera es un remolino
de fragancia íntima, pecado fino
de inquerencias con las que tú matabas
los enardecidos extrañamientos
de mi piel agotada, fallecida,
como nostálgicos remordimientos
jamás expuestos, vida corta asida
a tus labios que son reloj de arena
que consume mi vedada condena?
VI. Excesivo onirismo
Voy a encender la luz de tu alma:
no me toques, mantén la calma,
que la brisa roce la palma
de mi mano en tu pecho, aguarda;
la noche tibia en caer no tarda,
espera a que nuestra piel arda.
•
¿Me ha dicho cuánto me ama? No.
¿Me ha pedido noches de amor?
¿Me ha buscado con el trastorno
en cada poro de su cuerpo?
¿Para qué entonces desfallezco?
¿Para qué la llamo a deshoras?
¿Por qué no dejo de pintar
de rojo, Dios, mi corazón?
¡Pero cómo los desfiguros
son parte de la bochornosa
inmadurez de la pasión!
•
Basta en el amor ser poco feliz
para agradecer los momentos mínimos
de las alteraciones corporales.
•
Diminuta ayuda
la del excesivo
placer corporal
de los onirismos
esperanzadores,
fugaces, inútiles.
VII. Grito enmudecido
No me morí: aquí estoy,
mirando cómo soy
sin tus palabras hoy.
•
Dime si no piensas en las querencias
que se consumen en doce semanas,
en los amores muertos bajo sábanas
de fino tejido: las inocencias
se deforman con los besos insanos
y el estruendo de los decires vanos.
•
De espaldas, con tus labios en la almohada,
mi boca se satura de redondas
fragancias, alteraciones orondas
de etérea piel y olorosa carnada.
•
Mis pesares aún no se marchitan;
muy adentro mío los labios gritan
—en vano— enmudecidos: ¡no te tengo!
¡Cómo olvido que a ti no voy ni vengo!
•
Las tardes a veces son tristes
no sé si porque estás ausente
o porque la vida luego arde
gratuitamente, inútilmente.
•
Miro tu cuerpo sinuoso de espaldas:
una antigua cascada de ansias breves
me remite a lujuriosas moradas
de incandescencias grotescas y leves.
¿Por qué han de callarme tus grandes ojos
si en tu muda boca caigo de hinojos?
•
Me aíslo en las letras calladas:
d de durmiente despoblado,
v de violento viento alado,
c de cadenciosas vaharadas.
¿Por qué el silencio me atormenta,
por qué una boca muda tienta?
¿Por qué callo ante tu presagio,
por qué todo me sabe a plagio?
Me guardo en las calladas letras:
venas abiertas, danzas muertas.
•
Te desnudo con la luna apagada
para buscar, lento, bajo las sábanas
tu boca, tu pecho, tu luz, tu ombligo
y una certeza cuyo nombre olvido.
VIII. Y pensar que decía
Y pensar que decía que a ti nadie
te iba a querer como yo te quería.
Ahí están las palabras ahora muertas,
en el olvido, prendidas de un árbol
seco, sin vida, con cientos de letras
en su tronco de amantes sigilosos,
que un día creyeron que no moría
su candor eterno, vana ilusión
de los enamorados del momento.
Y pensar que a ti nadie, yo decía,
te iba a querer como yo te quería.
IX. Corazones alados
Soy esquivo, no moro
en cuerpos. Enamoro
con cánticos fallidos,
banales estallidos
de goces simulados.
Corazones alados
que