no debe ser el tesoro de ningún individuo, ni siquiera de los papas. Es un tesoro único de todos los cristianos. Solo nosotros sabemos qué aspecto tiene Dios, y cómo y quién es. El rostro de Cristo es, por tanto, el tesoro más noble y precioso de todo el cristianismo y todavía más, de toda la tierra. Omnis Terra! Siempre tendremos que abrirnos a este rostro. Siempre como peregrinos. Siempre a la periferia. Y siempre con un objetivo en mente: esa hora en la que estaremos cara a cara con él. Amén.
[1] Homilía pronunciada el domingo 17 de enero de 2016 en Santo Spirito en Sassia, en el distrito sajón de Roma.
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