María del Rosario Acosta López

La violencia y su sombra


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la verdad quien dice la sombra.

      PAUL CELAN

      En un hermoso y perturbador relato, titulado Los que se marchan de Omelas, Ursula Le Guin describe una ciudad feliz cuyo bienestar se fundamenta en un infante que vive encerrado en un cuarto de escobas y no tiene contacto con persona alguna. “En el cuarto hay un niño sentado. Podría ser un niño o una niña. Aparenta unos seis años, pero en realidad tiene casi diez. Es retrasado mental. Tal vez nació anormal o se ha vuelto imbécil por el miedo, la desnutrición y el abandono” (Le Guin, 2016, pp. 13-14). Imaginemos que los textos antologados se aproximan a este cuarto y atisban ese infante. Observan las condiciones que exigen el bienestar colectivo y el sufrimiento de su morador. Comprenden, de este modo, que la violencia funda un orden social y no es solo su perturbación. La modernidad que hemos conocido, escriben Stefano Harney y Fred Moten, está saturada de cuerpos excluidos y ocultos (en las bodegas de los barcos, por ejemplo), en un movimiento incesante “de cosas, de objetos no formados, de sujetos deformados, de nada aún y ya ahí” (2017, p. 140).

      En este sentido, los textos reunidos en esta antología pueden leerse como interrogaciones sobre las condiciones de normalidad en que transcurren las distintas formas de violencia. Y tal vez esta es la sombra más oscura que la violencia proyecta sobre la vida común y las relaciones sociales, que Le Guin transforma en una pregunta inquietante: “¿cómo se puede explicar la alegría?” En Omelas, nadie ignora que su felicidad y abundancia, que el bienestar colectivo y personal, “dependen por completo de la abominable miseria de ese niño” (Le Guin, 2016, pp. 14-15). Ese saber negado también incumbe a este volumen y los textos que reúne; inquieta y conmueve su lectura en tanto podemos saber sin que necesariamente tengamos que actuar; como lectores estamos cerca y lejos de lo que estos artículos muestran, de los cuerpos y las vidas que una y otra vez nos conminan.

      No sabemos si la violencia tiene que ver con el bienestar, pero transcurre mientras las vidas, que no son afectadas por ella, se desarrollan con cierta normalidad. En ese sentido, tanto Colombia como México tienen sus propios ‘cuartos’, sus ‘bodegas’, donde encierran el malestar y excluyen todo aquello que perturba una cotidianeidad aparentemente normal. Quizás una lectura atrevida de las fosas comunes, que se han encontrado en diversos puntos de las geografías de ambos países, relacione esa exclusión con la muerte. Si así fuera, los textos reunidos forman parte de lo que Cristina Rivera Garza llama necroescrituras, es decir, aquellas estrategias textuales que asumen la materialidad de la violencia y la muerte, y no solo su sentido o sin sentido.

      Pero también compartirían “el deseo de vivir en el asombro”, que la misma autora distingue, el deseo “de resistir tanto ética como estéticamente fuera de las torres de marfil del mundo” (Rivera Garza, 2013, p. 26). Torres de marfil, cuartos de escobas o bodegas: ¿desde dónde escriben nuestros/as autores/as los textos que compilamos? Creemos que sus localizaciones son múltiples y que nadie escribe encerrado/a o aislado/a. Una escritura sobre la violencia en estos países y en los contextos a los que nos conducen los artículos es un ejercicio de exposición.

      En Omelas, algunos se marchan de la ciudad después de visitar ese cuarto. Se van uno por uno, sin que se sepa hacia dónde. Ninguno regresa. Sin embargo, nadie puede vivir libre de contradicciones, porque “no existe un modo de vida auténtico”, en palabras de Adorno (citado en Buck-Morss, 2011, p. 396). Nosotros/as carecemos de esa posibilidad: no podemos abandonar la ciudad, aunque nos incomode vivir en ella. Permanecemos, dicen Harney y Moten, “en la fractura, como si entráramos una y otra vez a un mundo roto, para trazar su comitiva visionaria y unirnos a ella” (2017, p. 141).

      En esa fractura, México y Colombia no están distantes y se pueden leer los artículos compilados desde ese horizonte común. La escritura sería una forma de entrar a un mundo roto, acompañados, diremos siguiendo a Rivera Garza, por una labor colectiva de comprensión y esclarecimiento. Las sombras que nos incumben y preocupan no cubren un cuerpo sino sociedades enteras; no amenazan una vida sino miles.

      El título de la antología, la violencia y sus sombras, no es casual ni fortuito. Pretende establecer una diferencia entre las representaciones y descripciones explícitas de la violencia y las que abordan el problema de manera metafórica, o con miradas al sesgo.

      Esta antología constituye un intento por trazar ciertos contornos en dos sociedades asoladas por la violencia y dar cuenta tanto de las singularidades de cada contexto como plantear preguntas sobre sus rasgos comunes. Quisiéramos que la larga tradición colombiana en este tema sirva para producir relatos e interpretaciones que diluciden la historia reciente de México. Pero también que las diferentes respuestas sociales ante la violencia actual que se vive en aquel país ofrezcan materiales valiosos para los activismos y las academias colombianas. Asumimos, de este modo, que ninguna sociedad puede producir respuestas definitivas ante las violencias que la afectan y que la tarea de comprender e interpretar es parte de las acciones encaminadas a buscar la paz y la reparación.

      La invitación a participar en el proyecto editorial tuvo varios propósitos. Uno de ellos fue contrastar diversos aportes académicos, escritos por investigadores/as cuyo trabajo se centre en alguno de estos países. Entendimos por violencia los diversos universos conflictuales que comprometen no solo a seres humanos, sino a objetos, escenarios, imágenes, representaciones, instituciones, intercambios y microhistorias. A partir de la presencia de múltiples violencias, la propuesta fue explorar huellas, trazos o síntomas de las realidades complejas y contradictorias que se viven en ambos contextos nacionales.

      Los artículos realizan una búsqueda de interpretaciones e intervenciones en un contexto que parece ofrecer pocas respuestas ante desafíos descomunales en los que la destrucción se entrecruza con sufrimiento psíquico, temores colectivos, incapacidades institucionales que parecen irresolubles, comunidades devastadas y modos de solidaridad inéditos y en plena formación. En esa medida, los artículos constituyen textos-pregunta que utilizan diversos aparatos conceptuales para esbozar interrogantes, proponer miradas, registrar puntos ciegos o reconocer nodos problemáticos que requieren discusión y reflexión.

      Si bien apuntamos a dos contextos distintos, la intención de esta compilación no es comparativa. Más bien, hemos intentado poner en tensión textos escritos desde diferentes puntos de vista como si se tratara de un montaje, como los de Aby Warburg (2010), construido con imágenes heterogéneas. Esto permite identificar los sentidos temporales y topográficos de los artículos, dado que comparten un mismo tiempo histórico.

      Representación, memoria y escucha

      En Colombia la violencia ha sido casi un sinónimo del largo conflicto armado, un tema explorado por investigadores de variadas disciplinas, desde hace varias décadas. A raíz del interés suscitado por la complejidad y duración del conflicto armado colombiano, se conformó un campo disciplinar denominado ‘violentología’, que estableció parámetros teóricos y empíricos para el análisis de los acontecimientos violentos de mediados y finales del siglo pasado, y cuyos investigadores fueron fundamentalmente historiadores, abogados, sociólogos y politólogos. El interés por las víctimas y por la memoria surgió posteriormente, a raíz de la expedición de la Ley de Justicia y Paz en 2005 y de la creación del Centro Nacional de Memoria Histórica. A esto último hay que añadir las inmensas dosis de verdad histórica y judicial aportadas por los dos procesos de justicia transicional que han tenido lugar en Colombia, Justicia y Paz y la Jurisdicción Especial para la Paz.

      Estableciendo un notorio contraste con estudios anteriores sobre la violencia política, este conjunto de artículos se centra en el análisis de las múltiples sombras que acompañan al ejercicio de la violencia. Pareciera que la violencia dejó de ser el objeto primario de estudio, pues ninguno de los textos centra su mirada en ella, aunque aparezca allá a lo lejos, entreverada con las imágenes, la memoria y las experiencias cotidianas o en ciertos relatos. Es decir, estos artículos se encuentran con ella porque indagan en contextos donde la violencia ha estado presente y es prácticamente ineludible. Las miradas provienen del psicoanálisis, la filosofía, el derecho y la antropología, y, a diferencia del predominio masculino de la llamada ‘violentología’, son tanto femeninas como masculinas. La mayoría de los textos están respaldados por intensos trabajos de observación y acompañamiento, realizados en espacios museológicos y de performatividad