Eiríkur Örn Norddahl

Hans Blaer: elle


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semejanza, con dos piernas veloces, dos ojos veloces —ya sabéis la continuación (cabeza, hombros, rodillas y pies)—. Tiene una hermosa complexión y no se avergüenza de mostrarla, no se avergüenza de ocultarla, no se avergüenza de nada.

      Claro que Hans Blær no tiene 33 años, perdón, Hans Blær tiene 34 años, un jovencito con alma de 15 años en un cuerpo de 22, porque practica en la cinta de correr de su casa todas las mañanas sin dejar ni una (bueno, ya entendéis, cuando se despierta) y al gimnasio o la piscina, y además yoga, preferiblemente hot yoga, pero a veces también danzas afro o Pilates (como si el siglo XX no hubiera terminado hace mucho). Hans Blær bebe boost biológico y vive para sonreír y amar. Y hace nada cumplió los 34. Hace poco, quiero decir.

      Hans Blær tiene las narinas parduzcas por el consumo de cocaína, el tabique nasal ha desaparecido prácticamente y la nariz, a ambos lados de las fosas nasales, es una inmensa sima de oscuridad, miedo, ego y temor. No es nada bonito. Dicen que la cocaína produce «bienestar artificial», pero los entendidos saben que no existe diferencia entre el bienestar artificial y cualquier otra clase de bienestar. El mismo popurrí. El bienestar es bueno mientras dura y siempre es demasiado escaso.

      Hans Blær camina de promedio unos ocho mil pasos al día, si hacemos caso del teléfono móvil que guarda en el bolsillo y que los cuenta con ayuda satelital. Y elle siempre consigue ir un paso por delante, jamás menos de uno, a veces probablemente más, pero ¿por delante de quién? Por delante de todos los que pretenden acosarle, por delante de la policía, por delante de la opinión pública, por delante de los periódicos, de toda la troupe. Todos quieren conseguir su libra de carne y nadie consigue ni el recorte de una uña. Porque Hans Blær es libre.

      Hans Blær ha cambiado de sexo más veces de las que se pueden contar, ha corregido su sexo al menos el mismo número de veces, ha mentido sobre él, le ha dado la vuelta, se ha vestido a contrapelo de su sexo aparente, ha eliminado todas las distinciones y se ha declarado «en el borde» como si el género no fuera más que una afición, algo que se pudiera comprar en cualquier juguetería como las pistolas de agua y los vibradores, empapuzándote todo el rato de cosas de colorines y siempre en marcha a full speed para llegar a tiempo de sumergirte en algo, sea lo que sea, culos, coños, pantalones ceñidos, aventuras fabulosas.

      Hans Blær es tode nuestre y nada nuestre; la persona corriente y el individuo perfecto. Es Schadenfreude que nos conforta y tiembla cuando causamos algún daño en un mundo malvado; y es dolor que abrasa y refresca nuestras ansias, cubre el vacío de nuestros corazones y llena de vida el cuerpo en un mundo que nos ampara y nos insensibiliza al mismo tiempo. Elle es neurosis cuando callamos y remordimientos cuando tomamos la palabra, oscuridad que nos oculta y relámpagos que nos iluminan el camino. Elle es el trol que no es trol, el trans que no es trans, el salvador que no salva a nadie y la fiera que no quiere dañar a nadie. Elle no se ve reducide a su moralidad, su género, su debilidad o su fuerza. Elle nos conduce a la verdad y nos bebe en mentiras, nos envuelve en abrazos y nos despedaza. Reímos cuando no debemos reír, lloramos cuando no debemos llorar y nos encolerizamos cuando no debemos encolerizarnos; siempre estamos equivocados, siempre somos injustos y eso no es nunca hermoso y, sin embargo, es muy hermoso. Lloramos, nos dormimos y salimos, sacudimos la cabeza y discutimos hasta la madrugada. Elle es la quiebra de la identidad y por ello la imagen total, el individuo que no se identifica con nadie pero se niega a desvanecerse, que no mantiene el paso de nadie pero sigue marchando, al paso marcado por el regimiento detrás de elle, pero nunca a la par. Elle es el paso vacilante y la mano fuerte, el más flojo de todos nosotros y que goza de la mayor fuerza; elle es elle, él y ella, ellos, ellas, yo y tú y vosotros, y además algo completamente distinto: elle es nosotros y nadie, escribe elle.

      Hans Blær es un vikingo del siglo diez, un colono islandés del siglo once, un vendedor de esclavos del siglo doce, un caudillo y un traidor del siglo trece, un brujo y un blasfemo del siglo catorce, un sacerdote católico del siglo quince, un sacerdote luterano del siglo dieciséis, un poeta religioso alcohólico del siglo diecisiete, un lascivo aristócrata del siglo dieciocho, un tipo que engendra hijos con sus primas y hace arrojar a su propio padre a los perros, por pura diversión, porque da mucha risa ver gemir a un puto varón; un estoico intelectual del siglo diecinueve que patea las calles ardiendo de fiebre con su chaquetón destrozado, mientras elle lee a Nietzsche para aniquilarse a sí misme, zurra a las tías y se enamora de los caballos; genios de toda clase del siglo veinte, un batallón entero: un futurista feliz por pasear con botas de cuero; una sufragista feliz por usar pantalones de cuero y cigarrillos con boquilla; un hobo que recorre sin rumbo las praderas de América en un vagón de algún tren de mercancías, mordisqueando una brizna de paja y masturbándose despreocupado con los vaqueros puestos, al ritmo del traqueteo del tren como puntuación de su existencia; una chica despendolada en minifalda, un chico melenudo con navaja, un niño despierto mientras en el salón sus padres borrachos practican el intercambio de parejas con los vecinos; un armador de lancha motora, un rey de las pesquerías con una flota de arrastreros; el periodista, el escritor, el pintor, la intelligentsia de la nación enamorada del teléfono y, junto a todo lo demás, una persona del siglo XXI, incluyendo al ocioso, al nini, al hípster en busca de la culminación de su realización vital que se sumerge en la gastronomía, la poesía, la bicicleta, el trol, la ebanistería, los Alcohólicos Anónimos, el ejercer de viejo verde, la halterofilia, la coctelería; el moralista competitivo que siempre es mejor que nadie, que incluso es mejor en ser mejor, más víctima que otros, más ganador que otros y más menos que otros, andante y sangrante culpable de su propio sufrimiento por su dolor y su lascivia y la consciencia de que elle es el no va más, que está por delante de todos los demás seres humanos que van detrás de elle y no tiene más objetivo que robustecer sin freno su propio atractivo.

      Hans Blær es el espíritu de la Navidad pasada, el silencio y la oscuridad y el zumbido de tus oídos, llegado para decir lo menos posible en el tiempo más largo posible, con las más palabras posibles, tan alto y claro como quiera.

      Hans Blær es la vida, el cliché de que el destino no importa tanto como el viaje. Nunca ha existido ningún destino, ninguna meta, solo oscuridad, solo silencio, solo la permanente, enloquecedora vista por la ventanilla del tren, y nunca te han tocado, nadie te ha abrazado nunca de verdad. Y estas palabras nunca se agotarán, escribe elle.

      Es otoño, no primavera. El otoño va descendiendo, la primavera va ascendiendo. Eso lo ve cualquiera. Y hay más claridad en primavera que en otoño porque en primavera aún queda un poco de nieve en las montañas que reflejan el invierno —y el invierno es la segunda estación más luminosa, después del verano—. Esta noche azota una gran tormenta y mañana habrá llegado formalmente el invierno, pero ahora es otoño todavía. Escribe elle.

       Hans Blær Viggósbur

      Resulta que sé que en ataques de histeria como estos hay que tirar a la basura leyes y tribunales; en los casos de turbación lo más habitual es que las personas inocentes se vean excluidas de la llamada justicia porque hay que apagar la insaciable sed de la gente. Es comprensible. Se perderá por completo en los recovecos de la verdad quien solo la conozca de oídas. Quienes durante años hemos errado por este laberinto podemos gritar a los cuatro vientos que los hombrecillos de a pie no saben cómo interpretar las señales de tráfico, lo que no resulta nada extraño.

      Hace 23 h y 14 m. 441 likes. 72 comentarios.

      KARLOTTA HERMANNSDÓTTIR

      Usted, escribe elle en la oscuridad, en el otoño. Usted, vuelve a escribir elle, como si así sonara más claro, dirigiéndose a su madre con el único pronombre personal que le proporciona la lejanía que necesita para sentir su cercanía sin asfixiarse por simple —y llana— vergüenza.

      Es otoño y hay tempestad, pero esta mañana, cuando despertó usted —Lotta Manns, madre del hermafrodita de quien tanto se habla—, la naturaleza no era sino gentileza, escribe elle, y alarga el brazo para coger el vaso. Usted abrió los ojos y miró el empapelado de la pared, con decoración de ramas, bajo el cual había estado durmiendo. Viggó estaba en el mar y los niños se habían marchado de casa hace mucho.