Francisco Fernández Buey

Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador


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una cultura de la paz (de inspiración fundamentalmente eurocéntrica) y una cultura de la liberación o de la emancipación que implica el reconocimiento de las dificultades que tiene el que luchar por la paz sea siempre luchar por algo más que la paz. El relato que en aquel mismo congreso hizo Tomás Borge de la evolución de las relaciones entre cristianismo y sandinismo en Nicaragua es esclarecedor. Pienso, por lo demás, que una cultura de la paz que sea al mismo tiempo una cultura de la emancipación de las clases y pueblos oprimidos seguramente está exigiendo un diálogo entre tradiciones distintas que recupere el espíritu lessinguiano de Nathan el Sabio, un diálogo práctico, vivo, en el seno de los movimientos.

      II. LAS IZQUIERDAS EN ESPAÑA, EL DIÁLOGO Y LA ACCIÓN CONJUNTA CON EL CRISTIANISMO DE LIBERACIÓN

       ¿Cómo crees que debería plantearse en la cultura política española de izquierda la cuestión del «cristianismo de liberación»? ¿Cómo valoras el silencio y olvido de este tema en comparación con otras izquierdas europeas?

      A pesar de los cambios que se han producido aquí durante los últimos quince años, algunos de ellos muy relevantes, España sigue siendo en algunas cosas «el extremo Occidente» de Europa, para decirlo con una intencionada expresión de Pierre Vilar. Y lo sigue siendo para bien y para mal. Para bien: ningún otro país europeo ha resistido tanto como el nuestro al atlantismo militar impuesto por los grandes de esta tierra a todos los pueblos del planeta. Para ganar el referéndum sobre la OTAN por la mínima, los gobernantes de este país tuvieron que manipular muchas conciencias, hacer tragar y tragarse muchos sapos. Pero «extremo Occidente», también para mal. Varios de los viejos demonios —nacionales y hasta multinacionales—, tantas veces denunciados desde el 98, siguen ahí, tan presentes, aunque con otras formas y ropajes. La antigua manía clerical consistente en querer salvar a todos los ciudadanos incluso contra la voluntad de estos, tiene ahora su réplica en un laicismo cínico que renueva antiguallas anticlericales y antirreligiosas. La izquierda marxista de este país de países que es España no ha hecho todavía su reforma: cuando regresa del socialismo hacia el liberalismo, que es lo que está pasando ahora en el PSOE, no consigue rebasar el punto de vista social-azañista, el radicalismo verbal. Por eso confunde generalmente la crítica de la religión y de los sentimientos religiosos con la crítica anticlerical. Pero el viejo prejuicio anticlerical se convierte en nuevo politicismo interesado cuando no sabe distinguir entre determinadas actitudes dogmáticas de las jerarquías eclesiásticas y la orientación (eminentemente crítica del capitalismo existente) de tantas comunidades cristianas de base, de lo que se llama «cristianismo de liberación».

      Lo diré «a lo Mairena»: en las facultades de Teología de este país no se han creado todavía las cátedras de blasfemia desempeñadas por el mismísimo demonio, y los responsables de la enseñanza pública no han entendido todavía la importancia social del estudio de la historia de las religiones. Todos los intentos cuya meta haya sido abrir un diálogo fecundo entre tradiciones, un diálogo en el que las partes se escuchen sin desnaturalizarse, han sido hasta el momento muy limitados. Algo se hizo en este sentido a finales de los setenta por iniciativa de Alfonso Comín y de Manuel Sacristán, entre otros. Pero, salvadas las dificultades de un primer encuentro en el que, efectivamente, las partes se reconocían como tales sin desnaturalizarse, sin perder la propia identidad, aquella iniciativa apenas ha tenido continuación. Tal vez por la muerte de Comín y Sacristán.

      Otra cosa es lo que está pasando por abajo. La conciencia de la problemática ecológica, la crítica de la nuclearización, la exigencia de disolución de los bloques militares, la oposición a la guerra del golfo Pérsico y el sentimiento de que la desigualdad Norte y Sur es intolerable han contribuido a un acercamiento cada vez más notable, también aquí, en España, entre la tradición socialista (marxista o no) que sigue siendo crítica del sistema capitalista y el cristianismo de liberación. El desarrollo, en América Latina sobre todo, de la teología de la liberación, que, en mi opinión, es ya el resultado de un incesante cruce entre tradiciones, está favoreciendo muchísimo un movimiento de contacto por abajo que no ha hecho más que empezar. Creo que en España este cruce entre tradiciones tiene muchas posibilidades de fecundar una nueva cultura, en una línea bastante próxima a la que siguió el libertarismo tolerante de la Primera Internacional.

      Me parece que es necesario todavía un par de cosas para que algo así llegue a cuajar entre nosotros. La primera, seguir poniendo el acento en lo que nos une al analizar el mal social y la desarmonía hombre/naturaleza producidos por el proceso capitalista de mercantilización de todo lo divino y lo humano. La segunda cosa que se necesita es no abandonar el espíritu abiertamente autocrítico respecto de las formas institucionalizadas de las propias tradiciones. Tanto el Sermón de la montaña como el Manifiesto comunista han sido usados ampliamente para justificar el asesinato de muchos inocentes. Es el lado oscuro de nuestras tradiciones. El dogmatismo y el laicismo cínico se limitan a denunciar el lado oscuro de la tradición del otro. La nueva manera de pensar que inaugure un cruce tolerante entre tradiciones tan diferentes tendrá que empezar declarando su crítica a la perversión de la propia tradición. Así lo veo yo al menos.

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      En estas declaraciones aparece por primera vez el pensamiento de Fernández Buey sobre el tema de fondo de este libro. Son textos de finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del pasado siglo, si bien su punto de vista lo había elaborado ya en la década de los setenta. Conocía de cerca los movimientos cristianos de base, había leído bastante sobre marxismo y cristianismo, y seguía las implicaciones de cristianos y cristianas en las luchas sociales y revolucionarias en diversos continentes. El diálogo entre Manuel Sacristán y Alfonso Comín sobre la cuestión que aborda en estos textos le influyó mucho.

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      Se va cumpliendo el generoso pronóstico con que Norberto Bobbio terminaba su homenaje en Il Vetro con motivo del quincuagésimo aniversario de la muerte de Gramsci: se trata de una obra que sabe envejecer promoviendo nuevos pensamientos; en eso consiste la eterna juventud del clásico, de un clásico del pensamiento político cuya calidad literaria, por lo demás, ya había sido subrayada por Benedetto Croce al reseñar la primera edición de las Cartas de la cárcel. Creo, por tanto, que, a pesar de las apariencias que puedan darnos los tiempos que corren, volver a ocuparse de Gramsci, como lo hace Rafael Díaz-Salazar, no es solo la actividad felizmente extemporánea que siempre apreciaremos los gramscianos, sino también y, sobre todo, ratificación de este saber envejecer suscitando nuevos pensamientos, del que hablaba el viejo profesor italiano. Si El proyecto de Gramsci es obra extemporánea o no, habrá de decirlo el lector. Lo que a mí me toca explicar es por qué considero una circunstancia feliz la publicación de este libro. Tengo dos razones, y espero que de peso.

      La primera es que el estudio realizado por Díaz-Salazar nos aporta la reconstrucción más completa del pensamiento de Gramsci que se ha hecho en España hasta la fecha. La segunda es que en lo que el libro tiene de pensamiento en continuidad con el proyecto de Gramsci, en este «pensar con Gramsci pero más allá de Gramsci», según la expresión de su autor, se nos propone a todos los interesados en la sociología y en la filosofía moral y política,