médico había intentado que la trasladaran a un hospital, pero no había ningún avión disponible, y al quinto día, cuando aún estaban esperando que les proporcionaran uno, Megan abrió los ojos y se incorporó. Había insistido en que no necesitaba que la llevasen al hospital, y que le permitieran volver al trabajo. Parecía haberse recuperado por completo, pero cuando le habían preguntado por el incidente les había dicho que no recordaba nada después de que los mercenarios atacaran a la chica.
Con el corazón en un puño, Cal leyó el último párrafo:
Tras consultarlo con el resto del equipo médico he tomado la decisión de que, dado el frágil estado emocional de la señorita Cardston, sería peligroso decirle que fue violada. Mi recomendación es que se someta a terapia cuando se encuentre en condiciones de contarle lo que ocurrió, para que pueda superar el trauma emocional. Entretanto, como parece estar en buena forma física y necesitamos toda la ayuda posible, no veo razón para que no se le permita volver al trabajo.
De modo que Megan no lo sabía. Aturdido, Cal se dejó caer contra el respaldo del sillón. No le extrañaba que sintiese pavor ante la sola idea del sexo. Ni que tuviese ataques de ansiedad. Su mente consciente había bloqueado los recuerdos de la violación, pero su subconsciente sí lo recordaba, y reaccionaba con pánico.
¡Lo había hecho todo mal!: la había acribillado a preguntas que le habían hecho sentirse vulnerable y atacada, y había sido tan estúpido y engreído como para creer que sus problemas podrían solucionarse con un revolcón. Y el hecho de que Megan se hubiese mostrado tan dispuesta a intentar tener relaciones con él, y de que estuviese tan desesperada por volver a sentirse normal, lo hizo sentirse aún más ruin.
Los papeles se le resbalaron del regazo y cayeron al suelo. Cal los recogió y los dobló a la mitad. No se sentía preparado para volver al bar y hablar con Megan como si nada, y menos en presencia de Harris, con sus pícaras insinuaciones.
Tenía que evitar que Megan viese aquellos documentos. Lo más prudente sería destruirlo o quemarlo, pero quizá si los repasase en otro momento podría comprender mejor la situación de Megan. Por el momento se los llevaría al bungalow y los escondería en su mochila.
Cal había escondido el informe dentro del mapa que llevaba, había vuelto a guardar este en su mochila, y en ese momento estaba sentado en el banco del porche, preguntándose qué debía hacer.
Por supuesto, no podía decirle a Megan lo que había descubierto. Estaba seguro de que, cuando supiese lo que había hecho, se pondría furiosa con él. Lo que le preocupaba era cómo reaccionaría cuando se enterase de lo que revelaba aquel informe.
No podía ser él quien se lo dijese, y estaba de acuerdo con el médico en que necesitaría ayuda profesional para superar el trauma. Por el momento, lo único que podía hacer era comportarse como si no hubiese leído aquel informe. Megan era lista, y si mostrase lástima o preocupación en exceso por ella, se daría cuenta de que pasaba algo y querría saber qué era.
Por primera vez se encontró preguntándose si Megan no habría sufrido ya bastante. Si era culpable del robo del dinero, había pagado con creces por ello. Si volviese a los Estados Unidos tendría que enfrentarse a la justicia, a la demanda que él había presentado en su contra cuando había huido del país.
Tal vez podría retirar la demanda y… ¿Pero en qué estaba pensando? Seguía sin saberse dónde estaba el dinero, y su mejor amigo estaba muerto. ¿Cómo podría dejarlo pasar? Necesitaba respuestas.
–¿Cal?
La voz de Megan lo sobresaltó.
–¿Estás bien? ¿Por qué no has vuelto? Harris estaba preocupado por ti.
–Perdona, es que había parado de llover y me apetecía tomar el aire, y me puse a pasear y al final acabé aquí –se excusó él.
–¿Seguro que va todo bien? –insistió ella, yendo junto a él–. El recepcionista mencionó que le habías pedido que te imprimiera unos documentos.
–Cosas de trabajo; necesitaban que diese el visto bueno a algo.
–Como no volvías pensé que había pasado algo y que estarías haciendo el equipaje para marcharte.
–No me iría sin decírtelo. Siéntate; hace una noche agradable, y es pronto para irse a dormir.
Megan tomó asiento, pero a una distancia prudencial. Probablemente todavía se sentía incómoda después de lo de la ducha. Después de lo que había leído no quería sino abrazarla con fuerza, consolarla por el horror que había pasado, pero contuvo el impulso, haciendo un esfuerzo por apuntalar los muros emocionales que lo ayudaban a mantenerse centrado, a pensar con claridad.
–¿Se ha molestado Harris porque lo hayamos dejado solo? –le preguntó a Megan, por hablar de algo.
–Espero que no. Me ha dicho que mientras pudiese seguir bebiendo a cuenta tuya, no tenía queja alguna –Megan alzó la vista hacia las estrellas–. Tengo la sensación de que es mejor persona de lo que quiere hacernos creer.
–Sí, yo pienso lo mismo. Lo negaría si se lo preguntaras, pero sé de buena tinta que está pagando la educación de los hijos de Gideon, y ningún otro guía se preocupa tanto por sus clientes como él. Le confiaría mi vida a ese viejo granuja.
Megan lo miró y esbozó una sonrisa.
–Siempre quise que Nick me trajera con él a África cuando venía por asuntos de la fundación, pero cuando se lo pedía me decía que no me gustaría; ¿te lo imaginas?
Cal sacudió la cabeza.
–No después de ver cómo estás disfrutando de este safari.
Un par de años atrás habría estado de acuerdo con Nick en que su esposa, mimada y acostumbrada a una vida de lujos, no se sentiría cómoda en aquellas tierras salvajes, pero ahora veía que había estado equivocado, y de pronto se encontró preguntándose si Nick se habría molestado en conocer de verdad a su mujer.
–No me gustan solo los paisajes y los animales –le respondió ella con una sonrisa–. También me gusta África por su gente, como esas pobres almas de Darfur. Han sufrido agravios inimaginables, han perdido sus hogares y a sus seres queridos, se han llevado a sus hijos a luchar como soldados, pero he visto tanto coraje en los campos de refugiados, tanta generosidad… Es el modo en que se preocupan los unos de los otros y comparten lo poco que tienen. Son la razón de que quiera volver a ese espantoso lugar; tengo que volver.
Él la miró y sacudió la cabeza. Seguía sin comprender que después de lo que le había ocurrido no hiciese sino pensar en volver.
–Eres una mujer increíble, Megan.
–No, son ellos quienes son increíbles. Me han mostrado a la persona que debía ser, la persona que aún estoy intentando ser. Sé que a un hombre como tú puede que le suene sensiblero, pero es la verdad.
–¿A un hombre como yo? –Cal enarcó una ceja, divertido–. ¿Cómo se supone que debo tomarme eso?
–Bueno, espero que no te lo tomes a mal, desde luego. Siempre me has parecido un hombre muy pragmático, más preocupado porque se haga lo que hay que hacer que por los sentimientos.
–En otras palabras, un cínico insensible.
–Yo no he dicho eso –replicó ella–. Al echar la vista atrás, pienso que Nick no me conocía en absoluto, pero también pienso que tal vez era porque yo no me conocía a mí misma. Me convertí en lo que él quería que fuese.
Cal la miró sorprendido.
–Creía que Nick y tú erais el matrimonio perfecto –apuntó sondeándola–. O al menos eso era lo que parecía.
Megan alzó de nuevo la vista al cielo.
–Fingíamos bien, pero no, no todo eran vino y rosas.
–¿Habrías seguido con él?
–¿Te refieres a si