estado engañándola! Nick y él habían sido amigos desde el instituto, y siempre había pensado que era una persona honorable, pero si había sido infiel a su esposa… ¿de qué más habría sido capaz?
–¿Qué pasó con el bebé? –le preguntó–. Nick solo me dijo que lo habías perdido.
–No me sorprende. Yo esperaba que tener un hijo arreglase las cosas entre nosotros, que lo obligase a tomarse nuestro matrimonio más en serio, pero no fue así. Y en cuanto al aborto que tuve… –se encogió de hombros–. Simplemente pasó porque tenía que pasar; no podría haberse prevenido. Al menos eso es lo que me dijo el médico. Yo siempre había querido tener hijos, pero tal vez no lo quiera Dios.
–Quizá trabajar en los campos de refugiados haya sido una forma de dar salida a tu instinto maternal –apuntó él.
–¿Otra vez intentando psicoanalizarme?
–Ni se me pasaría por la mente –replicó él–. Pero ya que ha salido el tema, ¿no crees que te iría bien buscar ayuda profesional para acabar con los ataques de ansiedad y las pesadillas?
–Tal vez –respondió ella, con una nota de desconfianza en la voz. Soltó una risa forzada y añadió en broma–: Si encuentro a un buen curandero…
–Megan, aquí no encontrarás la ayuda que necesitas –dijo Cal volviéndose hacia ella y mirándola a los ojos–. Vuelve conmigo a los Estados Unidos y busca un terapeuta. Si puedo ayudarte en lo que sea, puedes contar conmigo.
A Megan se le pusieron los pelos de punta. Por eso había ido Cal allí, pensó. Quería convencerla para llevarla de vuelta a Estados Unidos, donde podría llevarla ante la justicia, y quizá incluso hacer que la arrestaran. ¡Y pensar que había empezado a confiar en él! ¡Qué tonta había sido!
–Sé que tú intención es buena, Cal –mintió–, pero no pienso abandonar África. Lo que me pasa no es nada que no pueda curar el paso del tiempo y mantenerme ocupada haciendo algo útil.
–Pero volver al sitio donde… –Cal no terminó la frase, como si hubiese estado a punto de decir algo inconveniente.
–¿Es que no lo ves? Es exactamente lo que tengo que hacer: volver a Darfur y enfrentarme a lo que ocurrió. Si me enfrento a ello y soy capaz de superarlo, los recuerdos ya no tendrán poder para seguir asustándome.
Cal resopló de frustración.
–¡Maldita sea, Megan!, si me escucharas…
–Deja de atosigarme, Cal; no soy una niña.
–Estás trabajando para mi fundación, y puedo hacer que te envíen a casa para que te sometas a tratamiento psicológico.
–No si dimito. Y créeme, hay un montón de ONG que estarían encantadas de contar con una enfermera con experiencia –Megan se levantó–. Estoy demasiado cansada para seguir discutiendo. Si me disculpas, voy a acostarme. ¿Hacemos una tregua?
–Claro –Cal se levantó también con un suspiro–. Voy al bar con Harris; que descanses. Mañana también tendremos que levantarnos temprano.
Ella asintió, y estaba entrando ya por la puerta cuando él la llamó. Megan se volvió.
–Acuéstate en la cama; te prometo que me comportaré como un perfecto caballero.
¿Como un caballero? ¿Era así como llamaba a alguien que había atravesado medio mundo para perseguir a una mujer porque la creía culpable sin tener pruebas contra ella? ¿Acaso creía que no sabía que la demanda que había interpuesto caería sobre ella en cuanto pusiera un pie en los Estados Unidos? Irritada, entró en el bungalow y cerró tras de sí. ¡Si pudiera dar portazo a sus sentimientos con la misma facilidad!
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