Susan Mallery

E-Pack HQN Susan Mallery 2


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arqueó las cejas.

      –Si le ablandas, es que estás haciéndolo mal.

      Las cuatro mujeres se miraron la una a la otra y estallaron en carcajadas.

      Cuando recuperó la respiración, Annabel se reclinó en el asiento.

      –Tendrás que ser muy buena. Porque no me imagino a nadie pagando doscientos cincuenta mil dólares por acostarse conmigo.

      –¿Qué cantidad considerarías apropiada? –le preguntó Charlie a Annabelle.

      –No sé... a lo mejor unos dos mil dólares. Por supuesto, si comienzas una aventura y sumas el número de veces que lo has hecho... –se interrumpió de pronto–. ¿Qué os pasa?

      Nevada se aclaró la garganta.

      –Creo que la abogada de Heidi hablaba en términos metafóricos. Lo que quería decir era que si Heidi llegaba a acostarse con Rafe, a lo mejor le perdonaría la deuda. No creo que estuviera sugiriendo un plan de pago a través de servicios sexuales.

      –¡Oh! –Annabelle se sonrojó–. Lo siento.

      –No pasa nada –respondió Heidi sonriendo–. Pero Charlie tiene razón. Estás fatal. Necesitas cuanto antes un hombre.

      –Muéstrame uno que tenga algún interés en mí y allí estaré. O no. Probablemente no saldría bien. Pero volvamos al tema del que estábamos hablando. A lo mejor deberíamos encontrarle una mujer a Rafe. Algo que le distraiga. Si se enamora, podría llegar a olvidarse de hacer daño a Heidi.

      –No es mala idea –musitó Charlie.

      Jo regresó con los platos y la comida. Heidi sentía ya un agradable mareo. Pero era consciente de los peligros de beber con el estómago vacío, así que tomó una patata frita y un poco de guacamole.

      –¿A quién estás pensando en sacrificar? –preguntó Nevada mientras alargaba la mano hacia los nachos.

      –Lo más lógico sería que fueras tú –contestó Charlie.

      Heidi se detuvo cuando estaba a punto de hundir una segunda patata frita en el aguacate. Entonces se dio cuenta de que Charlie la estaba mirando. De hecho, estaban mirándola las tres.

      –¿Qué? No, yo no.

      –Eres tú la que vas a estar más cerca de él –señaló Nevada–. Pasaréis mucho tiempo juntos en el rancho.

      –Ese hombre me odia. Me mira con desprecio. Es un tipo rico de la gran ciudad. Y yo desprecio a los hombres como él. Se cree que es mejor que nadie.

      –A lo mejor esa es la imagen que da, pero si creció siendo pobre, seguramente solo sea una fachada. Es posible que descubras al hombre que se esconde bajo ella.

      –Lo dices como si fuera un monstruo marino.

      Annabelle sonrió.

      –Lo único que estoy diciendo es que a lo mejor merece la pena intentarlo. No tienes nada que perder. Al fin y al cabo, estamos hablando de un hombre muy atractivo.

      –Sí, un hombre atractivo y de anchos hombros –dijo Heidi.

      –Y no te olvides del trasero –le recordó Charlie–. Le he visto andando por el pueblo. Lo tiene precioso.

      –Sería por una buena causa –añadió Nevada.

      –¿Acostarme con mi enemigo? Creo que había una película que se titulaba así y terminaba bastante mal.

      Annabelle sonrió.

      –Pero en este caso, estoy segura de que conseguirías abrumar a tu enemigo con tus encantos.

      Yo no tengo encantos. Rafe no va a enamorarse de mí. No es mi tipo y yo no soy el suyo. Lo único que tenemos que hacer es intentar conseguir que pase toda esta época sin empeorar más las cosas. Y creo que acostándome con él, las empeoraría definitivamente.

      También necesitaba averiguar cómo iba a conseguir los doscientos mil dólares que necesitaba para devolverle el dinero a May, pero ese era un tema del que no le apetecía hablar en aquel momento con sus amigas. El consuelo era una cosa, la compasión otra muy diferente.

      –Estoy convencida de que podrías seducirle si quisieras –dijo Annabelle.

      Nevada y Charlie se mostraron de acuerdo.

      Heidi tomó su margarita con las dos manos y se echó a reír.

      –Os agradezco el voto de confianza, aunque no me lo perezca –alzó su vaso–. Por las mejores amigas del mundo.

      Gracias a varios vasos de agua, una aspirina y el remedio secreto de su abuelo, Heidi se despertó perfectamente a la mañana siguiente. No tenía ni dolor de cabeza ni el estómago revuelto. A lo mejor debería olvidarse de las cabras y vender aquella fórmula.

      Después de realizar las tareas habituales del día, se dirigió al establo. La noche anterior, Charlie había comentado que no podría pasarse por el rancho durante un par de días. Eso significaba que Mason, el capón de Charlie, necesitaría hacer ejercicio. No podía decir que fuera una tarea desagradable, pensó Heidi, imaginándose montando bajo el sol de abril. Podía sacar a Mason durante un par de horas y regresar a casa para la hora del almuerzo. Después, saldría a montar a Kermit, el otro caballo que tenía en el establo.

      –Un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo –musitó feliz mientras se ponía las botas de montar.

      Se puso una buena capa de protector solar, agarró un sombrero vaquero y se dirigió hacia la puerta. Y estaba ya en el porche cuando vio un Mercedes aparcando al lado de la casa. El buen humor se esfumó al instante.

      May Stryker salió por la puerta del asiento de pasajeros, saludando y sonriendo.

      –¡Hola! Espero no molestar. Estaba deseando venir.

      –No eres ninguna molestia –le aseguró Heidi.

      Y en el caso de May, era completamente cierto. Aquella mujer era adorable y si fuera ella la única Stryker implicada en el caso, Heidi estaba convencida de que no les costaría nada llegar a un acuerdo.

      El problema principal, de casi dos metros, salió del coche más lentamente y la miró por encima del techo.

      –Buenos días.

      Bastaron dos palabras y pronunciadas en voz baja para provocarle a Heidi un extraño temblor en la boca del estómago.

      La culpa era de sus amigas, comprendió Heidi. Todo lo que habían hablado sobre sus posibilidades de acostarse con Rafe se había filtrado en su cerebro. Veinticuatro horas atrás, le veía solamente como un hombre malvado dispuesto a destruirla. En aquel momento era alguien con un bonito trasero al que debería intentar seducir en un penoso esfuerzo por salvar su hogar.

      –Lárgate.

      Lo dijo en una voz tan baja que parecía haber pensado más que pronunciado aquella palabra.

      Pero eso no mermaba la intensidad de su deseo. ¿Por qué él? ¿Por qué no podía tener May un hijo más amable que comprendiera que la gente podía cometer errores?

      –Eh... ahora mismo iba a montar –les explicó–. Los caballos que alojamos en el rancho tienen que hacer ejercicio.

      May caminó hacia ella.

      –Eso suena divertido. ¿Cuántos caballos tienes?

      –Los dos que viste ayer.

      –¡Ah, perfecto! Rafe, ¿por qué no ayudas a Heidi? Si tú montas al otro caballo, terminará su trabajo en la mitad de tiempo.

      Sí, y también podrían ir a hacerse una endodoncia. Eso también podría ser divertido.

      Heidi hizo un esfuerzo sobrehumano para mantener una expresión neutral.

      –No hace falta, de verdad. Además, no creo que a Rafe le guste montar.

      Ni