Susan Mallery

E-Pack HQN Susan Mallery 2


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cuando le llame –le aclaró Heidi.

      –En ese caso, de acuerdo. Dosis extra de alcohol.

      Jo se alejó de ella. A los pocos minutos entraban Annabelle y Charlie en el bar. Lo recorrieron con la mirada y, al ver a Heidi en una de las mesas, corrieron hacia ella.

      –No te vas a creer los rumores que están empezando a correr por el pueblo –dijo Annabelle mientras se sentaba–. ¿Es verdad que la jueza te ha ordenado acostarte con Rafe Stryker?

      Heidi estuvo a punto de atragantarse.

      –¡No, claro que no!

      –Pues es una pena –respondió con un suspiro la bibliotecaria, una mujer pequeña y pelirroja–. Le vi ayer. Es guapísimo.

      –¿De verdad está corriendo ese rumor? Me refiero a lo de que tengo que acostarme con él –añadió Heidi–, no a lo de que sea guapísimo.

      Charlie elevó los ojos al cielo.

      –No. Annabelle, de verdad, necesitas un hombre. Estás empezando a parecer desesperada.

      –Dímelo a mí. Me prometí a mí misma que no quería saber nada de relaciones. Los hombres que me gustan nunca se enamoran de mí. ¿Crees que la jueza podría ordenar a Rafe que se acostara conmigo? –se apartó un mechón de pelo de la cara y se volvió hacia Charlie–. Tú que conoces a todo el mundo podrías preguntárselo.

      Charlie gimió.

      –Probablemente esta noche no deberías beber alcohol. Solo Dios sabe lo que podrías llegar a hacer.

      –Soy bibliotecaria –respondió Annabelle muy digna–. ¿No has oído decir nunca que las bibliotecarias somos personas muy puritanas?

      –Creo que ese es un rumor provocado por las propias bibliotecarias para distraer la atención –musitó Charlie–. Eres mucho más salvaje de lo que pretendes hacernos creer.

      Heidi se echó a reír. Eso era justo lo que necesitaba: estar con sus amigas, personas que la querían y la hacían reír. La combinación perfecta.

      Nevada Janack se reunió con ellas.

      –¿Llego tarde? Tucker está en China, hemos estado hablando y he perdido completamente la noción del tiempo.

      –No hace falta que nos recuerdes que estás enamorada.

      Heidi se apartó para hacer sitio a Nevada, que se sentó a su lado.

      –No pienso pedir perdón por tener el marido perfecto –respondió Nevada con los ojos brillantes de alegría–. Pero estoy dispuesta a compadecerme de ti por no tener un hombre como Tucker.

      –Es una pena que solo haya uno como él –se lamentó Annabelle con un suspiro–. O como Rafe.

      Nevada se volvió hacia Heidi.

      –Están corriendo rumores sobre vosotros.

      Jo regresó a la mesa.

      –¿Margaritas para todas? Os advierto que Heidi ha pedido doble dosis de alcohol.

      Heidi elevó las manos al cielo.

      –En cuanto os cuente todo lo que me está pasando me comprenderéis.

      –De acuerdo –dijo Charlie–, estoy deseando oír todos los detalles. Yo también quiero una margarita, pero sin dosis extra de tequila.

      Las otras pidieron lo mismo que ella. Acompañaron las margaritas con lo que solían pedir siempre: patatas fritas, guacamole y un par de platos de nachos. No era particularmente nutritivo, pensó Heidi, sintiendo cómo le sonaba el estómago, pero era la comida perfecta para la ocasión.

      A los pocos meses de llegar al pueblo, Heidi había hecho amistad con todas las mujeres que estaban reunidas en aquella mesa. Nevada, una de las trillizas Hendrix, se había casado el día de Año Nuevo en una ceremonia que había compartido con sus dos hermanas. Aunque continuaba siendo tan encantadora como siempre, su relación era diferente. Tucker y ella estaban locamente enamorados. Heidi nunca había envidiado la felicidad de nadie, pero a veces le resultaba difícil estar junto a aquellos felices recién casados. Cada caricia, cada mirada furtiva, le hacía recordar su propia soltería. Por supuesto, eso no significaba que estuviera buscando que desde un juzgado le ordenaran acostarse con Rafe Stryker como remedio.

      Agradeció a Dios la presencia de Charlie y Annabelle. Ellas estaban en su misma situación y aquello había fortalecido su amistad.

      La conversación giró alrededor de Heidi. Por un momento, Heidi se permitió recordar otra amistad, una amistad tan intensa como la que compartía con aquellas mujeres. Melinda, la que había sido su mejor amiga durante mucho tiempo, habría cumplido ya veintiocho años. Pero había muerto seis años atrás. Aquella había sido una trágica pérdida.

      –¿Estás bien? –le preguntó Annabelle.

      Heidi asintió e intentó dejar de lado los recuerdos. Ya los lloraría más tarde, cuando estuviera sola. De momento, lo que tenía que hacer era apreciar lo que estaba compartiendo con sus amigas.

      Jo regresó con la bebida y prometió que la comida no tardaría. Cuando se dirigió de nuevo hacia la barra, Annabelle se inclinó hacia Heidi.

      –Cuéntanoslo todo. ¿Qué dijo la jueza en realidad?

      Heidi bebió un sorbo de su margarita.

      –Básicamente, que tenemos que compartir el rancho hasta que ella decida cómo puede resolverse este problema –se inclinó hacia delante para explicar los detalles del plan, incluyendo las mejoras que May había propuesto.

      –No lo comprendo –dijo Charlie–. ¿Por qué va a querer May Stryker pagar las mejoras de un rancho que podría perder?

      –Creo que está convencida de que se quedará con él –admitió Heidi, intentando no hundirse al pensar en que podía perder su casa–. Intento decirme a mí misma que por lo menos May es una buena mujer y que Glen no está en la cárcel.

      –¿Pero por qué tiene tanto interés en el rancho? –quiso saber Annabelle–. ¿Por qué no compra otro en otra parte?

      –Por lo visto, estuvieron viviendo allí –les explicó Nevada–. Eso fue hace mucho tiempo. Yo todavía era muy pequeña y creo que nunca coincidí en clase con sus hijos. Creo que el más pequeño, Clay, tenía un año más que yo –arrugó la frente mientras pensaba en ello–. También tenían una hermana. No me acuerdo mucho de ella. Lo que sí recuerdo es que era una familia muy pobre. Realmente pobre. Mi madre siempre pretendía llevarles ropa de mis hermanos, pero después de que la hubieran usado los tres, no estaba en muy buenas condiciones. Pero les llevaba comida y regalos. Era como si todo Fool’s Gold hubiera adoptado a la familia.

      Heidi no podía imaginar a un hombre tan orgulloso como Rafe aceptando la caridad de nadie.

      –Debía de ser muy difícil para todos ellos. En el juzgado dijeron que el hombre para el que trabajaba May le prometió que se quedaría con el rancho cuando muriera. Pero al final se lo dejó a unos parientes lejanos. Y ahora han vuelto a quitarle el rancho por segunda vez.

      Nevada le dio un abrazo.

      –Tú no has hecho nada malo. Todo esto es culpa de Glen. Ya sé que estaba intentando ayudar a un amigo, pero ahora, por su culpa, tú estás en una situación muy complicada. Pero lo superarás, y nosotras estaremos a tu lado para ayudarte. Dinos qué podemos hacer por ti.

      Heidi apreciaba que pensaran que bastaría con que se mantuvieran unidas para solucionar aquel problema. Esa era otra de las muchas razones por las que adoraba aquel lugar y por las que iba a luchar por el que consideraba su hogar. El hecho de que Rafe y su madre dispusieran de más recursos que ella no tenía por qué importarle. Ella tenía a sus amigas de su parte.

      –Es mi abogada la que quiere que me acueste con él –admitió mientras vaciaba su copa.

      Sintió el agradable calor del tequila en el estómago.