Susan Mallery

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cláusula. Pero aquel no era solo un asunto legal y lo que estaba en juego le importaba más que cualquier otra cosa en el mundo.

      –Una de las cosas que aprendí al viajar tanto de niña fue que las reglas siempre son diferentes. Rara vez son algo universal. Lo que en un lugar es considerado mentira, en otro se considera como una aceptable tergiversación de la verdad.

      –¿Estamos hablando otra vez de los lugareños?

      Heidi asintió.

      –Tuve una amiga íntima durante toda mi infancia y mi adolescencia. Era la más guapa y, muchas veces, la más inteligente de las dos, pero no me importaba. Teníamos la misma edad y nos gustaban las mismas cosas. Excepto la universidad. Ella estaba decidida a ir a la universidad y yo estaba más que dispuesta a dejar los estudios en cuanto acabara la educación secundaria.

      Tomó aire. En aquel momento se sentía tan frágil que no estaba segura de poder terminar aquel relato. Pero ya era demasiado tarde para detenerse.

      –Me has hablado de ella –recordó Rafe–. ¿No es esa chica que consiguió ir a una buena universidad?

      Heidi asintió.

      –Estaba estudiando veterinaria. Pero entonces, apareció ese chico.

      –Siempre aparece un chico, o una chica, Heidi. Eso no tiene nada que ver con ser o no un lugareño.

      –En ese momento, sí tuvo que ver. Era un chico muy popular. Sus compañeras no se podían creer que se hubiera enamorado de Melinda. Juraba que la amaba y que quería casarse con ella. Ella le entregó su corazón y fue entonces cuando las cosas comenzaron a torcerse.

      Se interrumpió. No sabía cómo contar todo lo demás.

      –Llegó a casa para pasar el verano. Estaba distinta. Destrozada. Yo pensaba que cuando uno se enamoraba, era más feliz, que el amor le hacía a uno más fuerte. Pero no fue así. Me enteré entonces de que algunas de sus compañeras la estaban acosando. Le dejaban mensajes en el buzón de voz y le decían cosas horribles por teléfono. A él le presionaban para que la dejara, y lo hizo.

      –Entonces es que ese chico no merecía la pena.

      –Sí, para nosotros es fácil comprenderlo, pero para ella no fue tan fácil. Pero el acoso no terminó allí. Esas chicas querían castigarla. Siguieron asediándola incluso después de dejar la universidad –Heidi alzó la barbilla–. Terminó suicidándose. Lo consiguió después de dos intentos. La policía estuvo investigando, pero esas chicas hicieron un buen trabajo ocultando su rastro y no pudieron denunciarlas.

      Rafe soltó una maldición.

      –Lo siento.

      –Yo también. Porque aprendí muchas cosas de esa época de mi vida. Sobre todo, aprendí que hay circunstancias que te convierten en alguien especialmente vulnerable a los otros.

      –¿Qué quieres decir, Heidi?

      Heidi quería decirle lo que sabía, decirle que ya no iba a seguir engañándola. Pero eso sería renunciar al mínimo poder que esa información le daba.

      –Nada –contestó–. Perdona, tengo que ir a llamar a una amiga.

      Corrió hacia la casa y subió al piso de arriba. Una vez a solas en su habitación, llamó a Charlie y a Annabelle para decirles que había decidido seguir adelante con el plan y aceptar su ayuda. Y rezó para que eso bastara para conservar su casa.

      Dos días después, Rafe seguía sin comprender el misterio que rodeaba a Heidi. Se mostraba amable, pero distante. No había podido quedarse a solas con ella y aunque le habría gustado poder decir que le estaba evitando a propósito, no podía estar seguro.

      En realidad, tampoco tenía nada concreto que decirle, pero se sentía como si estuviera alejándose de él y no tenía la menor idea de por qué.

      Después de cenar se había ido con sus amigas, dejándole solo e inquieto. Había intentado entretenerse viendo la televisión con su madre y con Glen, pero no conseguía concentrarse en el programa. Había salido fuera y se había encontrado con Shane, que regresaba en aquel momento del establo.

      –Estás controlando constantemente a tus caballos –comentó mientras se dejaba caer en una de las sillas de mimbre del porche, parte del mobiliario que habían llevado el día anterior.

      –Están en un lugar nuevo para ellos después de haber hecho un viaje muy largo –contestó Shane, sentándose en un sofá frente a él–. He invertido en esos caballos hasta mi último penique. Sería una estupidez por mi parte no asegurarme de que están bien.

      –Comprendido.

      Rafe miró hacia el cielo con los ojos entrecerrados. Todavía no había salido el sol y el aire era cálido. Oía el canto de los grillos y el susurro del viento entre los arbustos. Sería una noche hermosa, la noche ideal para seducir a una mujer. Era una pena que la única mujer que le interesaba hubiera perdido el interés por él. Miró fijamente a su hermano. Sí, Heidi había perdido el interés por él justo en el momento en el que había aparecido Shane.

      –¿Quieres que hablemos de ello, Rafe? –le preguntó su hermano–. ¿De lo que quiera que te tenga tan excitado?

      Rafe arqueó una ceja.

      –Todavía puedo contigo, te lo advierto.

      –Tengo mis serias dudas, pero creo que los dos somos demasiado mayores como para intentar comprobar esa teoría. Quedaríamos ridículos rodando en el suelo.

      –Estoy completamente de acuerdo contigo –puso las manos detrás de la cabeza–. Es Heidi.

      –Me lo imaginaba.

      –Es una mujer... complicada.

      –También lo es la situación. Ninguno de vosotros sabe lo que va a pasar con el rancho.

      –Lo sé.

      –¿Es eso lo que te preocupa? ¿Lo que pueda pasar después con Heidi?

      Era una pregunta para la que no tenía respuesta. Aunque esperaba ganar el caso, no le gustaba la idea de echar a Heidi. Ella pertenecía a aquel lugar, tenía allí una vida con sus malditas cabras. ¿Y eso qué significaba para él? ¿Que debería cambiar de planes y dejarle un espacio en su vida? Dejarle alguna hectárea y las cuevas podría ayudar, pero no sería suficiente. Las cabras necesitaban más terreno. Por lo que él tenía entendido, solo las tenía reunidas en invierno. Durante el resto del año dejaba que se movieran a su antojo por todo el rancho. Una vez construidas las casas sería imposible.

      Un problema sin solución, pensó sombrío. Desde luego, no eran los que más le gustaban.

      –¿Por qué has venido? –preguntó, principalmente para pensar en otra cosa–. Pensaba que te gustaba estar en Tennesse.

      –Y me gusta, pero creo que ya es hora de que vaya pensando en montarme un rancho por mi cuenta. Estoy pensando en comprar algo de tierra.

      –¿Aquí? ¿Y si no gano el juicio?

      Shane se echó a reír.

      –En ese caso, supongo que cambiaría el eje de la tierra y comenzaría a girar irremediablemente por el espacio –se encogió de hombros–. Me gusta Fool’s Gold. Me gustaría instalarme aquí de todas formas.

      –¿Y formar una familia?

      –A la larga, sí.

      Rafe miró a su hermano.

      –¿Eso incluiría una esposa?

      –Claro. ¿A ti no te gustaría tener una familia?

      –Sí, claro que me gustaría.

      –¿Por qué necesitas una casamentera?

      –Porque no soy capaz de encontrar a la mujer adecuada por mis propios medios y no sé de qué manera podría evitar volver a hacer las cosas mal.

      –Dímelo