Lilian Darcy

Viejos rencores


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Lilian Darcy

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Viejos rencores, n.º 1050 - febrero 2021

      Título original: Wanting Dr Wilde

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-106-1

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      ACABARÁS viendo fantasmas en cada esquina –se rió el doctor suplente, Preston Stock.

      –¿Fantasmas?

      Francesca Brady estaba sorprendida.

      –De tu pasado –aclaró él–. No sabía que habías crecido en esta ciudad.

      –Sí, pero me fui a los dieciocho años –dijo ella un poco a la defensiva–. Y ahora tengo treinta. Doce años y apenas algunas visitas de vacaciones, ya que mis padres solían irme a ver a Florida. Dudo mucho poder encontrarme con fantasmas.

      –Ah, pero es así exactamente como aparecen los fantasmas –él agitó una mano de perfecta manicura–. Cuando no has vuelto. No tienes posibilidades de superar el pasado con recuerdos más recientes.

      –Parece como si creyera que mi pasado hubiera sido particularmente sombrío, doctor Stock.

      Él pareció considerar aquel corto almuerzo como su oportunidad de hacer sabias afirmaciones acerca de muchas materias. Ya había atacado verbalmente la vida social de Darrensberg, sus oportunidades de compras y a muchos de sus ciudadanos. ¡Ahora le había tocado a ella!

      –Cariño, todo el mundo tiene un pasado sombrío.

      –Yo no –dijo ella con ardor–. Yo tengo un pasado muy agradable. Una madre estable y cariñosa, un padre con éxito y respetado en su profesión y un hermano y hermana mayores con los que me llevaba muy bien. En definitiva, una infancia feliz. No habrá fantasmas.

      –Si tú lo dices…

      Hubo un breve silencio mientras los dos empezaban el plato principal. Francesca había decidido invitar al doctor Stock al mejor restaurante de Darrensberg como gesto de despedida, pero estaba empezando a pensar que no se lo merecía. Él había cotilleado de todo lo que se movía bajo el sol, pero apenas había hablado de la consulta de familia que había llevado durante tres meses y de la que ella iba a hacerse cargo. ¿Por qué su padre lo habría escogido a él? Le preocupaba un poco.

      Decidió devolver la conversación a los temas profesionales sin rodeos y empezó con rapidez después de tomar un bocado de exquisito salmón:

      –Bien, el ataque al corazón de mi padre fue a finales de febrero y usted se encargó de la consulta entonces. Dentro de un minuto me gustaría que me hablara de los pacientes que considere que debe darme alguna información especial, pero aparte, ¿hemos perdido pacientes desde el fallecimiento de mi padre? ¿Ha mostrado alguien insatisfacción por el cambio? –decidió ser un poco más diplomática–. Después de todo, fue tan repentino… Comprenderá que papá estuvo aquí de médico durante cuarenta años. Le dejarían claro desde el principio que yo me encargaría de la consulta en cuanto terminara mi residencia de prácticas en New Jersey, ¿verdad?

      –Sí, lo sé –respondió Preston–. ¡Dios, no puedo imaginar que alguien piense quedarse aquí para siempre! Y en cuanto al descontento o perder pacientes, no que yo sepa. ¿Y pacientes especiales? Cuando volvamos miraré el libro de citas de la señora Mayberry para recordar los casos que le harán tomar un frasco de píldoras contra el dolor de cabeza aunque hay un par de ellos que le podría contar ya mismo. Y también le he dicho a todo el mundo que la hija de Frank Brady se encargaría de la consulta desde junio, pero no he oído muchos comentarios, la verdad. Por eso saqué la conclusión de que tu padre debió venir aquí cuando tú ya te habías ido de casa. Evidentemente eras una niñita buena y no dejaste mucha impresión en la conciencia colectiva de Darrensberg.

      –¡Yo no era ninguna niñita buena! –de verdad, aquel hombre era imposible–. Era… un poco tímida, eso es todo, y la hija menor.

      Pero para sus adentros, tenía que admitir que Preston Stock tenía cierta razón. Aparte de su indudable timidez, había sido una niña terriblemente buena de pequeña e incluso de adolescente, siempre obediente, siempre limpia y con el pelo rubio recogido, siempre con los deberes hechos a tiempo y nunca había creado ningún tipo