sol del mediodía de finales de mayo. La gente estaba cortando su césped, quizá por primera vez desde el invierno y el aire olía a maravillosa hierba recién cortada. Quizá Luke estuviera cortando también su césped.
Aquella imagen era muy doméstica y al instante pensó que podría estar casado. Incluso podría tener hijos. Ahora tendría treinta y cuatro años. De repente su impulso le pareció más enfrentado al desastre y seguía sin hacerse una idea física de él.
Quizá fuera un error hacer aquello. ¿Cuál sería la verdad de las antiguas quejas de su padre acerca de la profesionalidad del doctor Wilde y sus malos augurios? En las pocas ocasiones en que ella le había preguntado, había sido evasivo y le había dicho que no se preocupara. Se preguntó cuándo se habría hecho cargo de la consulta Luke Wilde. Su padre no se lo había mencionado. Era posible que ni siquiera lo supiera. Quizá hacer aquello fuera un error.
Pero acobardarse le hacía recordar a la tímida chica de quince años que lo había visto por última vez y siguió adelante con aire de resolución.
Entonces unas doscientas yardas más adelante la mansión de los Wilde apareció a la vista y fue su segunda sorpresa del día.
Al principio no podía creerlo. Quizá sus recuerdos estuvieran equivocados y aquella casa fuera la de los Keating. Pero no, la estructura era la misma y su emplazamiento le sonaba familiar. Sin embargo los detalles…
El porche que rodeaba toda la casa estaba ruinoso y la mitad de sus decorativos ornamentos de madera habían desaparecido. La magnífica madera de la que estaban construidas casi todas las casas victorianas de la zona, estaba pelándose y en mal estado. El precioso jardín de antaño estaba salvaje aunque notó que habían cortado el césped recientemente; había cristales rotos en el piso de arriba y faltaban tejas en el alero.
¿Sería aquel el resultado del escándalo que había alejado al doctor Wilde de la profesión médica? Las pocas veces en que había pensado en aquello, no había considerado algo así. Vaciló. ¿Debería darse la vuelta? No, porque podrían haberla visto desde alguna ventana…
Sin embargo, ¿qué puerta debía intentar? ¿La imponente y vieja de la entrada principal? ¿O la lateral, que era en su tiempo la que daba a la sala de espera, consulta y oficina? Entonces vio que la segunda estaba abierta y eso decidió por ella.
Subiendo los escalones laterales, pensó que de todas las emociones que había esperado sentir cuando se encontrara con Luke, aquella era la única en que no había pensado: la lástima.
No había nadie en la arruinada sala de espera, pero había un timbre antiguo bastante bonito en el mostrador y un cartel pintado con esmero que decía: Llame y espere, por favor.
Francesca vaciló deseando haber hecho lo más sensato: llamar antes por teléfono. Si hubiera pensado que las cosas estarían así, nunca se hubiera presentado de aquella manera.
¿Debería llamar a aquel timbre? Escuchó inmóvil. Todo estaba muy silencioso. Quizá, si no aparecía nadie, podría dar la vuelta y salir a la calle.
Sí, eso sería lo mejor. Empezó a retroceder de puntillas, pero una tabla crujió bajo sus pies y escuchó un movimiento desde la oficina, un cajón cerrarse y un sonido que reconoció, pero que no tuvo tiempo de identificar. Un momento después, mientras seguía de espaldas, escuchó una voz masculina que dijo con grave cortesía:
–¿Puedo ayudarla?
Con el corazón desbocado, se dio la vuelta sintiéndose como un ladrón pillado con las manos en la masa y se enfrentó a él muda de asombro.
Sí, definitivamente era Luke Wilde, mirándola mientras se abrochaba un gemelo de la camisa. Luke, el hombre que le había robado tantas horas de sueño.
Él la miró un momento mientras ella buscaba con desesperación algo que decir y entonces, aquella grave voz sonó de nuevo con incredulidad:
–¿Chess? ¿Chess Brady?
Capítulo 2
CHESS.
Nadie le había llamado así en años. Incluso su hermano, Chris que era el que le había puesto el apodo, ya no lo usaba, aunque por supuesto lo había usado quince años atrás y por eso la conocía Luke Wilde con ese nombre.
–Me sorprende que me hayas reconocido –consiguió decir.
–¡Oh, sí! –replicó él con ligereza–. Tardé uno o dos segundos. El tiempo se paralizó, como suelen decir –su sonrisa era un poco cínica–. Pero la verdad es que no has cambiado mucho. Sigues siendo la preciosa princesa rubia.
Era tan desdeñoso que ella gimió horrorizada y sintió que la rabia le coloreaba las mejillas.
–Creo que soy algo más que eso –extendió la mano con formalidad–. Ahora soy la doctora Francesca Brady y estoy al cargo de la consulta de mi padre.
–Ya lo sé. ¿Cuándo empiezas?
–El lunes.
–Lo había oído, desde luego, pero no pensaba que fuera tan pronto.
Él no le había tomado la mano, pero que la ahorcaran si pensaba permitirle aquel pequeño juego de poder. Ella ya no tenía quince años ni estaba dominada por un enamoramiento. Mantuvo la mano extendida y clavó la mirada en la de él, todavía azul y enfadada. Después de un momento y con desgana y frialdad, Luke estiró la suya.
Había recuerdos y electricidad en su contacto y Francesca quedó sorprendida. ¿Se habría dado cuenta él?
Por suerte parecía que no. Él había retirado la mano tan aprisa como la decencia aconsejaba y seguía mirándola con el mismo desdén con que había hablado.
Ninguno de los dos dijo una palabra. De nuevo era una batalla de voluntades y eso le dio tiempo a fijarse con incredulidad en los cambios que se habían operado en él.
Sus recuerdos eran tan vívidos que casi había esperado verlo todavía vestido de cuero y con un casco bajo el brazo. Pero por supuesto, no estaba así. Sin embargo, aquella imagen peligrosa había sido su mayor atractivo y su atuendo convencional de ahora parecía un disfraz, como el de los jóvenes delincuentes al presentarse ante un juez después de haber robado un coche.
Llevaba unos pantalones de color gris pálido, camisa blanca y zapatos de cuero negro muy brillantes. ¡Y hasta corbata, por Dios bendito! Pero se olvidó de la ropa porque no podía pertenecer al Luke Wilde que ella había conocido.
Y sin embargo, le quedaba bien. Parecía… bueno, increíblemente masculino y capacitado y el cuerpo que cubría aquella ropa era fuerte y bien formado.
–Tengo algunas citas ahora –dijo él por fin–. ¿Hay alguna razón en particular por la que hayas venido a verme?
–Oh. ¿Tienes algún paciente dentro?
–En este momento no.
–Entonces… entonces…
Francesca estaba decidida a superar el horrible y hostil comienzo, pero él no se lo estaba poniendo nada fácil. Deliberadamente, para mantener el terreno, recordó el estado de prosperidad de su consulta comparada con el estado ruinoso de la de él. ¡Luke Wilde no tenía ninguna razón para sentirse superior!
–Pensé que debíamos vernos para hablar. Nuestros padres nunca se llevaron bien personal o profesionalmente, ya lo sé, pero Chris y tú erais amigos. Yo siempre he tenido muy… bueno, cálidos recuerdos de ti, Luke y pienso que podemos ejercer los dos con éxito en Darrensberg. Aquí hay suficientes pacientes para los dos y espero que tengamos interés en áreas diferentes. Hasta podríamos enviarnos ocasionalmente pacientes el uno al otro. Por ejemplo, antes de empezar medicina de familia, hice un año de prácticas en…
–¡Por Dios! ¡Esto no puedo creerlo! –la cortó él con dureza–. Acabas de llegar al pueblo con todos tus títulos, a heredar a todos los clientes leales de tu padre y encima piensas