a la universidad. Cuando iba por la mitad de la ruta me quedaba dormida y no alcanzaba a ver ni siquiera la mitad de los mensajes. ¡Qué horror! Estaba totalmente desactualizada. Todos me mirarían como si yo fuera un bicho raro.
Las cosas empezaban a cambiar cuando llegaba al colegio, me encontraba con mi befa, con Lina y con las demás, Las Rechiqui, como nos llamábamos entre nosotras. Entonces me parecía que el colegio era el único lugar donde era feliz, donde era sincera y donde encontraba mi verdadera identidad. Sí, cuando me fuese del colegio las extrañaría.
Los sube y baja de mis estados de ánimo eran famosos. Que lo digan mis estados en WhatsApp que muchas veces se volvieron virales. Ponía frases que me inventaba, de las que se deducía cómo me encontraba. Para la muestra, una captura de mi estado cuando perdí Química:
Otras veces me ponía más sentimental. Ocurría, por ejemplo, cuando pasaba horas enteras viendo la foto del perfil de Daniel en WhatsApp, esperando, rogando, suplicándoles a todos los santos que el muy cretino se dignara a enviarme un mensaje. Podía soportar todo en la vida, menos que Daniel me ignorara. De verdad, ni siquiera se fijaba en mis mensajes. ¿Por qué no me bloqueaba de una vez por todas? Tal vez quería dárselas de importante o le gustaba hacerse el difícil. “Cuando él me busque, le voy a pagar con la misma moneda, como dice la canción de Maluma —pensaba—. Yo sé, por lo que me ha dicho Lucy, que le gusto. A lo mejor él también se pasa mirando mi foto y leyendo mis estados”. En momentos así, ponía estados megacursis, como indirectas para Daniel. Yo sé que quienes más se divertían con mis estados eran mis amigas; como con este, que fue muy alabado:
Daniel era amigo de las faru del salón, o sea, de las populares, y no solo me ignoraba en las redes sino en la vida real. Aunque eso que llaman “vida real” es bastante relativo, pues para mí esta cabía en la palma de la mano: todo lo que palpitaba y era importante estaba allí, en ese milagroso aparato, mi celular, que me mantenía en contacto con el mundo exterior y en comunicación directa con Las Rechiqui. ¡Ah! No importaba que Daniel fuera un cretino. ¡Es que era tan lindo! Parecía un oso de peluche. Si mis papás lo hubiesen conocido no se habrían puesto tan bravos como cuando estuve de novia con Mario Bros, que se ganó su animadversión porque era muy mal hablado y una vez fue a la casa con tragos en la cabeza. ¡Es que mis papás eran bastante complicados! Al final terminamos, no por mis papás, sino porque él se enredó con Lina, del mismo combo de las faru.
Mamá trabajaba como jefe de prensa de un político que estaba haciendo campaña para llegar a la gobernación del Valle. Llegó allí porque fracasó en el periodismo y terminó haciendo comunicados de prensa en varias empresas, hasta que la contrató el político. Papá es odontólogo. Tiene dos trabajos: uno en la EPS, donde atiende por las mañanas, y otro en el edificio Versalles, donde tiene su consultorio particular. Ambos se ponían de acuerdo para llegar a casa a las nueve de la noche, cuando yo estaba a punto de dormirme. Poco nos veíamos, pero siempre estábamos al alcance de un clic: debo decir que el grupo The Family Tree, compuesto por mamá, papá y yo, era de los más aburridos. Pero al menos servía para cuando ellos me querían ubicar o cuando íbamos a reunirnos en alguna parte.
En WhatsApp pertenecía a quince mil grupos. Exagerada, ¿no? Quítenle el mil y da la cifra exacta. Quince grupos donde tenía tantos amigos que ni yo misma sé quiénes eran todos ellos. Casi siempre tenía tres o cuatro chats abiertos y hasta me confundía mandándoles cosas a unos que eran para otros. Tampoco llegaba al extremo de Tampi, mi mejor amigo. Un día estaba con mi mamá y él envió un video que a primera vista era el de un señor persiguiendo a otro por un callejón. Cuando lo abrí, ¡oh sorpresa!, era un video pornográfico: tremendos gritos y gemidos de una pareja haciendo al amor en todas las posiciones habidas y por haber. Yo me puse tan nerviosa que no encontraba la forma de bajarle el volumen y sentí que se me subieron los colores a la cara. Menos mal mamá conocía a Tampi desde que éramos chiquitos y apenas se limitó a gritarle, mientras yo grababa un mensaje de voz haciéndole el reclamo, “Cochino, no mandés eso”.
Podía parecer muy amiguera por todos los contactos que tenía en Instagram, Snapchat o en WhatsApp, pero no era la felicidad en pasta. Muchos de mis días comenzaban mal y terminaban repeor. Incluso, a veces lloraba sin motivo. Como cuando estaba en el baño y dejaba que las lágrimas salieran hasta que el vapor de la ducha comenzaba a ahogarme. Eso era bueno porque se confundían con el agua. Y si mamá me veía con los ojos rojos, le explicaba que los tenía así porque me había caído jabón y no porque estuviera fumando marihuana, que era lo primero que ella pensaba al verme así. Pero eso, fumar cualquier cosa, nunca me interesó.
No sé por qué me ponía así. Había algo misterioso que me venía a cada rato y me mantenía con el ánimo por el piso. No podía descubrir qué era. No creo que por falta de novio, como decía Lucy, porque mi situación era peor cuando salía con Mario Bros. En esos días no solo andaba triste sino al borde del suicidio. No me soportaba ni a mí misma.
Pero al mal tiempo buena cara. Para eso estaban las amigas. En el chat de Las Rechiqui, Lucy me tenía a mí como Lau Mor, mientras que yo la tenía a ella como Bruja. Ahí estaban también mis otras amigas: Naty Bebita, Lina Arango, Mi China, Tati Sandoval, H. Corral y Danna Pérez. Todas más o menos de mi edad; la mitad de ellas tenía novio; seis eran fanáticas del reguetón; una, Lina Arango, estaba enamorada del profesor de Física; otra, Tati Sandoval (Tati Lana), que era la más seria, se la pasaba escuchando canciones de Calle 13, por eso le decía que era la más rara de todas. Tarareaba todo el tiempo esa canción, John, el Esquizofrénico, que en alguna parte dice: “Ven, amiguito, acércate aquí, las tijeras que traigo son para cortar el jardín”. Y en otra dice: “Para poder matar el hambre, desayuno cereal con sangre”. La verdad es que a mí me gustaba también esa canción, pero si lo decía me iban a señalar de poco original o de copietas, por ser la canción preferida de Tati Lana.
En el chat de Los Terribles Despechados hablábamos mucho de tareas y de generalidades del grupo, aunque algunos se lo tomaban como si fuera su chat de amigos privados. Caso Tampi, “el Rey del Porno”. ¿Había dicho que Tampi se me declaró cuando estábamos en séptimo? Cuando le respondí que no, dejó de hablarme como un mes. Pero después, en una fiesta de cumpleaños dejó la bobada y me volvió a dirigir la palabra. Es un buen chico pero no me veo al lado de él. Bueno, sí, como grandes amigos que somos, pero nada más. Pero eso sí, a mamá le encantaría que fuera mi novio, con todo y lo grosero que es.
Y tenía otros chats: Los Vagos Oprimidos, de mis amigos del conjunto, donde había un niño, Emanuel, que siempre me gustó, pero creía que era gay; Décimo Prom2018, donde estaban los dos cursos de décimo que había en el colegio, y Los Melomerengues, donde tenía amigos en común de varios grupos. Allí fue donde conocí a Condesa. Ella, después de Lucy, se convirtió en mi mejor amiga. ¡Otra befa! ¿Qué más puedo hacer si soy tan faru? Mentiras, yo no soy faru ni nada de eso.
Condesa era un caso aparte. Ella era la befa de un amigo de Rodolfo, el cual era un amigo de Felipe, que conoció en Los Melomerengues. Y como Felipe era amigo de Lina Arango, la puso en contacto con ella. Lina y Condesa se hicieron muy amigas. Un día nos pusimos a charlar las tres. Con el tiempo resulté yo más amiga de Condesa que la misma Lina.
Condesa estaba amargada porque sus papás se separaron y cada uno vivía en una ciudad diferente. Ella no quiso irse con ninguno y vivía en el barrio Los Alcázares, con la abuela. Era una viejita rica que iba a dejarle toda su herencia, pues no quería a la hija porque había sido muy desconsiderada y, si hubiera sido por ella, la habría tenido en un ancianato. Pero a Condesa eso de la plata no le importaba. Ella quería trabajar para irse a vivir a la India o a otro país remoto. A propósito, no es que Condesa se llamara así sino que en el grupo la llamaban así, vaya a saber por qué. Su verdadero nombre era Diana.
Cuando las dos conversábamos, sentía que hacíamos clic. Ella era madura y loca a la vez. Y eso me divertía mucho. Hay que ver las cosas que se le ocurrían, empezando con que le gustaba jugar a los retos, como ese de No Arms Challenge. Ay, no saben