realmente le gustaba: el paracaidismo, la montaña rusa o el alpinismo, en fin, todo lo que le alborotara la adrenalina.
Lo que más me gustaba de Condesa era su lado tierno. Se preocupaba mucho por mí, me ayudaba a hacer tareas y hasta me daba consejos cuando tenía algún problema. A las dos nos gustaban las mismas canciones y hasta teníamos listas similares en Spotify. Quise que se hiciera amiga de mi befa pero se negó, aduciendo que ya tenía muchas amigas, que de pronto terminaba peleando con mi befa porque se podía poner celosa y bla, bla, bla. La verdad es que Condesa valoraba mucho nuestra amistad. Y yo le correspondía.
Ella tenía gestos bonitos. Un día yo no podía dormir, como a las tres de la mañana le escribí y al minuto me contestó. Chateamos hasta que me quedé dormida. Otro día mamá estaba enferma y ella fue mi consuelo. Papá se había ido de viaje y entonces a ella se le bajó la presión, porque creía que él andaba en amoríos con una enfermera. Al otro día estaba tan mal que tuve que llamar al doctor. Llegué tarde al colegio y apenas volví a la casa me tocó ponerme a hacer oficio. ¡Qué horror! Yo que ni siquiera lavo un plato ni sé tender una cama. Cuando vi el WhatsApp, estaba inundada de mensajes de todo el mundo. Pero no los leí, solo contacté a Condesa. Ella me subió el ánimo…, aunque no fue de mucha ayuda:
Si hay algo que me gustaba de Condesa era que rara vez me dejaba en visto. En eso no se parecía en nada a Bruja. No sé por qué, pero sentía que con ella me daban más ganas de sincerarme. ¡Tantas cosas que me pasaban por la cabeza! Bueno, es que yo a mi edad no debería tener tantos problemas. Y menos tener que lidiar con los de mis papás. Ellos, si no se ponen pilas, van a correr la misma suerte de los papás de Condesa. ¡Y la pobre Conde! Ella también se pegaba sus lloradas. No debe ser fácil vivir en la casa de la abuela por muy millonaria que sea. Condesa me decía que su abuela era requetealegona y que le ponía horarios muy estrictos cuando tenía fiestas… Hay abuelitas muy tiernas, pero es que hay otras que uno quisiera que se las comiera el lobo, como en Caperucita.
Otra cosa que me gustaba de Condesa es que a veces era bastante misteriosa. Por ejemplo, cuando pasó diez horas sin dar señales de vida después de que tuvimos un chat inconcluso, en el que me propuso un juego todo misterioso. Luego de eso me dejó en visto. Aclaro que esta era la primera vez que ocurría, porque como ya dije, ella siempre estaba para mí. Tal vez se durmió y no tuvo tiempo de conectarse. Este fue nuestro último contacto esa noche:
Esa noche me tuvo en ascuas. Finalmente no me respondió de qué se trataba el juego. Al parecer tenía que ver con un delfín. O con muchos delfines. ¿Quería que la acompañara a cazar delfines a la isla Gorgona? O mejor aún, ¿a Madagascar? No me caía mal una aventura en las profundidades del mar. Pero no creía que mis papás me dejaran ir de paseo con una desconocida. O quién sabe. Además, ellos no tenían por qué saber que solo conocía a Condesa a través del chat y no en la vida real. Igual, a algunos amigos míos del colegio ellos nunca les habían visto la cara, como es el caso de Daniel. ¡Un momento, baby! ¿Cómo así que cambió el estado? ¿Qué tenemos aquí? ¡Se rapó el cabello! Bueno, ya tengo tema de conversación para otra hora con Las Rechiqui. ¿Cómo quedó mi bebé? No sé, creo que me gustaba más con el pelo largo. Pero así, rapado a los lados y con cresta, también se ve lindo, reáspero.
Me puse a ver qué había en los otros grupos mientras esperaba que Condesa regresara desde el mundo de los muertos, para que me aclarara eso de los delfines. ¡Tan tiernos! Pensándolo bien, de pronto terminaba siendo domadora de delfines, pues siempre me gustaron los animales. Que lo diga Dulcinea, la gata más consentida del mundo. La recogí en la calle un día que iba con mamá. Vimos cómo la atropelló un carro y el conductor ni siquiera se bajó a ver qué había ocurrido, sino que se dio a la fuga. La recogimos, la llevamos al veterinario y en cosa de quince días ya estaba recuperada. En esos días me tomé una foto con ella junto al balcón, la puse en mi estado y de inmediato todos respondieron: Goals, seguido de muchos…
¡Mi tierna Dulcinea! No sé qué sería de mi vida sin ella.
Nemo
CUANDO VEO PELÍCULAS DE JUSTICIEROS me horroriza pensar que yo actué como ellos: movido por la sed de venganza. Uno no puede tomarse la justicia por sus propias manos. No se debe actuar siguiendo la misma lógica de los criminales, pues en algún momento se pierde el norte y termina uno siendo un bandido más.
Me alegro de pertenecer a la UIT, así no esté en la nómina oficial. Desde acá puedo hacer algo por este mundo, dominado ya por el gran HPZ, y en el que a veces siento que me falta el aire. Trabajar aquí me ha dado la oportunidad de no andar por ahí atormentándome con rencores que podrían hacerme daño. Recuerdo cuando le conté a Protón lo que había ocurrido con mi hermana. El tema surgió de otro tema que él me planteó.
—A veces, en la Dijin, me hacen sentir mal —me confesó Protón un día, cerca de la cafetería de la esquina, después de mordisquear a la mitad un pandebono caliente.
—¿Y allá no están tus amigos? —pregunté.
—Qué amigos ni qué nada.
—¿Cuál es el problema?
—Dicen que mientras ellos arriesgan su vida en las calles, lidiando con toda clase de malandrines, yo estoy en una oficina mirando porno en internet. Que lo mío no es investigación ni es nada. Que no hay nada de heroísmo en pasarse la vida jugando al espía en las redes. Me matonean todo el tiempo. A veces me hacen dudar de mi trabajo.
—Pues ellos no van a reconocer lo que haces hasta que no tengan que venir a pedir tu ayuda —respondí indignado—. Eres muy bueno en lo que haces. Y todos, según nuestras capacidades, podemos servir a los demás de una manera diferente. No te dejes desanimar. Muchos niños están esperando que haya tipos como tú, que los defiendan de esos miserables depredadores que están esperándolos en internet cada vez que se conectan. ¡Si hubiera habido un Protón que hubiese salvado a mi hermana!
En ese momento sentí que podía confiar en Protón. Le conté lo que a nadie le había dicho. Aunque era algo que pertenecía al círculo íntimo de nuestra familia, podía servirle a él para darse cuenta de lo importante que era su trabajo.
Cuando ocurrió el suceso de mi hermana, hacía dos años que yo había salido del colegio y estudiaba actuación. Mi hermana es cuatro años menor que yo y estaba en décimo. Ella siempre había sido muy amiguera, contrario a mí, que era bastante tímido y retraído. Ella era muy activa en internet. Mis papás confiaban en ella porque siempre dio muestras de ser muy madura. Tenía perfiles en todas las redes sociales y se jactaba de tener muchos más amigos que cualquiera de sus compañeras de colegio.
Los dos manteníamos una buena relación, aunque ya no tan cercana como cuando niños. Su adolescencia nos alejó un poco. En esa época peleábamos por cualquier motivo y, al poco tiempo, nos reconciliábamos. Yo estaba pendiente de sus cosas, pero no me atrevía a husmear en su celular. Nos respetábamos y defendíamos mucho nuestra privacidad.
Después, cuando vino la investigación, supe que su núcleo de acción era WhatsApp, donde tenía muchos amigos desconocidos, aunque también frecuentaba Snapchat, que permite que los mensajes enviados se borren en corto tiempo. Yo también tenía mis grupos, pero eran pura mamadera de gallo o todo lo contrario, asuntos realmente serios.
La amiga de Inés, o befa como se decían entre ellas, era una niña de su misma edad que había llegado al colegio cuando estaban en sexto. De inmediato congeniaron y se hicieron inseparables. Le decían Houston, porque se parecía a la cantante Whitney Houston. Era muy extravertida y pronto se hizo muy popular en el colegio.
Mi hermana se montó en la cresta de popularidad de Houston