Alfonso López Quintás

Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri


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buenas. ¿Por qué? Porque nos dicen la verdad, atestiguan lo verdadero y nos obligan a darnos cuenta de que nuestro deseo tiende hacia un destino final, hacia el infinito. Todas las cosas que atraen a nuestro corazón son buenas. ¿Cuál es el problema? Que las vivamos según su verdadera naturaleza; y la naturaleza de las cosas es la de ser signo del infinito. Como escribe Montale de forma maravillosa: «Bajo el denso azul del cielo, un ave marina vuela; nunca descansa, porque todas las imágenes llevan escrito: “más allá”».8

      Por lo tanto, la concepción moral de Dante —y esta observación es fundamental para entender la Divina comedia— no es que el hombre está en una encrucijada en la que tiene, por un lado, las cosas bellas y buenas y, por otro, las cosas feas y malas; sino que todas las cosas creadas por Dios son buenas. Es cierto que el hombre está en la encrucijada entre el bien y el mal, pero esto se debe a su manera de mirar las cosas, que se ha torcido por el pecado original. No es cierto que hay cosas buenas y otras malas, como nos enseñó un determinado moralismo piadoso, cuando nos hacían escribir en la pizarra: «Escribe las cosas que van acorde con Jesús», y uno enumeraba: rezar, querer a mamá, no decir mentiras… «Ahora escribe las cosas que no…», y podía ser que jugar con la pelota terminase en la parte contraria a Jesús. El resultado era la idea de que estar con Jesús era un poco estafa, porque el cristiano no puede hacer muchas cosas geniales y le toca hacer otras tantas aburridísimas.

      Me ha entusiasmado encontrar estas mismas observaciones —formuladas con otro lenguaje y una competencia totalmente distinta, pero sustancialmente iguales— en un ensayo de Massimo Recalcati, Contro il sacrificio. Hay una «mala interpretación, aunque hegemónica, del cristianismo», escribe, «que tristemente ha condicionado nuestra cultura»,9 según la cual la norma moral «impone la mortificación de nuestros intereses, afectos e inclinaciones»10 y la «Ley […] desconoce la alianza con el deseo, tan solo lucha contra él».11 Por el contrario, prosigue Recalcati, «para Jesús el problema no es “sumar sacrificios”, sino liberar la vida de la sombra triste del sacrificio. Este es el alcance subversivo de su palabra. […] Esta es la alternativa radical que podemos heredar laicamente del cristianismo: ¿has actuado según la ley de tu deseo o le has dado la espalda?».12

      Un cristiano medieval como Dante razona de esta forma. Sabe que el deseo se mueve hacia el bien, mediante la atracción que ejercen las criaturas. Como observa también una gran dantista contemporánea estadounidense, Teodolinda Barolini: «Esencialmente, Dante es un poeta del deseo (mucho más, por ejemplo, que Petrarca, que no es esencialmente un poeta del eros, sino del yo fragmentado por el tiempo, más metafísico que erótico) y la problemática del deseo como “impulso espiritual” (Purg. XVIII 32) nunca se suspende: el deseo es el motor de todo itinerario humano, tanto del viaje por lo trascendente, hacia las estrellas, como del viaje por el abismo. La gestión del deseo es la cuestión constante del pensamiento dantesco».13

      Entonces, ¿cuándo se vuelve malo, se desvirtúa, se convierte en pecaminoso ese atractivo bueno? Cuando se mete por medio el diablo. El diablo no actúa haciéndonos desear lo feo, porque nadie desea lo feo. El diablo actúa haciéndonos desear las mismas criaturas que nos hace desear Dios. ¿Pero cuál es la diferencia? Que, si tú asumes una actitud justa frente a las cosas, comprendes que todas llevan escrito «más allá», es decir, que la atracción buena que ejercen sirve para que te des cuenta de que tu corazón está hecho para un bien infinito. Sin embargo, el diablo se mete por medio, se insinúa entre las cosas y tú. No es casualidad que la palabra «diablo» venga de una raíz griega, dia-ballein, que quiere decir «meterse por medio», y, por tanto, «separar», «dividir». El diablo se pone por medio y separa al hombre de su Destino, del auténtico objeto de su deseo. El diablo corta, separa las criaturas de su origen y consigue que el deseo del hombre, que está hecho para ese Origen, se pare en la cosa, en el objeto, se engañe pensando que ese objeto es suficiente para satisfacerlo. Y, de esta manera, el hombre se traiciona a sí mismo, porque traiciona su verdadero deseo.

      El verdadero mal, el verdadero pecado, es traicionar el deseo que nos constituye, separando la experiencia humana de su destino, el hombre de su verdadera felicidad. Así todo se hace añicos, lo que debía ser simbólico se hace diabólico. De hecho, también la palabra «símbolo» viene de una raíz griega, syn-ballein, que quiere decir «juntar, mantener unidos»; el símbolo aúna la apariencia y la sustancia, la cosa y su significado, el dato inmediato y su Origen. En latín «unir, juntar» se dice re-ligare, «ligar con», de donde viene re-ligio, «religión». ¡«Simbólico» y «religioso» comparten significado! Por tanto, la mirada que tiene Dante sobre la realidad y sobre la poesía es simbólica en cuanto que religiosa: reconoce que todo está unido, ligado por una relación, que todo es signo que nos remite a un Bien último.

      Para Dante, el atractivo que tienen las cosas es bueno, es para nosotros. No hay deseos inútiles, hay deseos incompletos, deseos a medias. El verdadero pecado, la verdadera traición, es vivir de un modo que no está a la altura de nuestro deseo, de nuestra dignidad humana, a la altura del Bien infinito para el que estamos hechos.

      Luego, qué significa vivir a la altura de la propia dignidad humana es una cuestión inmensa. Creo que podemos destacar al menos tres aspectos.

      El primero es el conocimiento la verdad, de lo que es verdadero. Para poder vivir como hombres, el primer factor es conocer, entender cómo son las cosas. ¿Se puede decir a una mujer «te quiero» sin saber lo que se está diciendo? ¿O a un amigo «te quiero» sin saber qué es la amistad? ¿O sufrir hasta el final —porque la gente muere— sin entender el sufrimiento y la alegría, la salud y la enfermedad, el bien y el mal, la verdad y la mentira? ¿Se puede vivir sin saber nada de todo esto? Uno puede vivir perfectamente sin el inglés y las matemáticas, incluso sin ir a clase, pero ¿qué hombre sería alguien que no sabe nada del Bien y del Mal, del sentido de todo y de cada parte?

      Así podemos entender por qué en la Divina comedia es tan central la cuestión de la luz, que veremos más adelante, porque la luz es el punto, incluso físico, de la experiencia que tenemos de la claridad. En cambio, sin claridad, en la oscuridad, nos hacemos mal; aunque nadie sea malo, nadie quiera el mal del vecino, en la oscuridad cada uno se choca contra los demás y contra las cosas. Por tanto, la primera exigencia del hombre es tener una luz, conocer la verdad de las cosas. Pero además Dante añadiría que esto no basta. Porque hace falta que la verdad conocida —como a él le pasó con Beatriz— incida en la vida, la cambie, le dé forma. Dar forma a la vida quiere decir dar un sentido a las cosas, generar una forma de amar, de usar el dinero y el tiempo. Hacer buena la vida, es decir, conocer la verdad y practicar el bien.

      Sin embargo, sigue sin ser suficiente. ¿De qué más tiene necesidad un hombre? Lo último, la tercera dimensión, es que un hombre necesita sentir que su tiempo es útil. Es decir, es necesario que, al acabar el día, la semana, el mes e incluso la vida, uno pueda decir: «No ha sido tiempo perdido. Me he equivocado mucho, pero he procurado que mi vida fuera útil para mí y los demás hombres, he procurado hacer de este mundo un lugar un poco más verdadero, un poco más justo y bello». Cultivar, favorecer y construir la belleza, hacer del mundo —en lo que le compete a cada uno— un lugar un poco más bonito.

      Conocer la verdad, amar el bien y dar forma a la belleza son las tres dimensiones de lo humano, diría Dante, ya que él tenía esa misma concepción de sí mismo.

      Dante habla como cristiano, pero en este aspecto da igual ser creyentes o no, porque en cuanto hombres tenemos que asumir este desafío de todas maneras. El problema «de ser fiel a la vocación de mi deseo»14—cito a Recalcati otra vez— es de todos. Todos tenemos el problema de entender el misterio de una vida que se siente llamada al infinito y a lo eterno, porque estamos hechos para lo infinito y lo poco no es suficiente, aunque todo parezca contradecir este deseo que nos pone en relación con las estrellas. Es como si Dante dijera: «He recorrido un largo camino y creo haber comprendido algunas cuestiones importantes; si me seguís, os mostraré que la respuesta es positiva: estáis en relación con las estrellas».

      Para entrar en la Divina comedia, para entender el mensaje de Dante, hay que tener claro que el Destino es lo más serio de la vida y, para ir hacia él, Dante puede ser para