la memoria», reza una fórmula de una asociación de laicos consagrados que conozco; todos ellos tienen esa frase en sus casas. Porque todos necesitamos la memoria; y lo que custodia esa memoria, lo que te la devuelve incluso cuando la extravías es tu casa, la compañía que te rodea, los amigos, los hermanos, la gente que guarda en su corazón lo acontecido, los que recuerdan contigo lo que habéis vivido y por lo que vale la pena vivir.
Desde este punto de vista, por ejemplo, se comprende —se trata de un inciso, pero siempre me conmueve— lo que es la misa dominical para los católicos, cuando en el corazón de la semana, en el corazón de la vida, está esa hora en la que vuelve a acontecer lo que pasó hace dos mil años, que Jesús se hace realmente presente cuando el sacerdote dice: «Haced esto en conmemoración mía». Esa es una casa, una morada; esos son los hermanos, porque entre ellos todo se plantea como ayuda para vivir esta memoria, para no olvidar.
Después, sigue la trama amorosa. Y, en cierto sentido, sigue mal. Mal porque, frente a lo que le ha sucedido, Dante se comporta torpemente, de modo inadecuado. ¿Qué hace nuestro poeta enamorado? Lo que haríamos cualquiera de nosotros en semejantes circunstancias: hacer de todo por volver a ver a su Beatriz. «¿Qué tiene eso de malo?», os preguntaréis. Os respondo con las palabras de una canción de Claudio Chieffo: «Este extraño amor ha nacido como un hijo que nadie esperaba, ¿y por qué ahora queremos ser los dueños de un amor donado?».10 Esta es la tentación que surge enseguida: adueñarnos de lo que no es nuestro, ponerle las manos encima, querer decidir nosotros cómo tiene que ser, cómo tiene que continuar, olvidándonos de que, si es un milagro que nazca el amor, como milagro debe continuar. Sin embargo, Dante intenta adueñarse de ese amor, y entonces empiezan los problemas.
Un día sucedió que aquella gentilísima estaba en un sitio donde se oían palabras acerca de la reina de la gloria y yo me hallaba en lugar desde el que veía mi dicha, y entre ella y yo, en línea recta, se sentaba una noble dama de muy agradable aspecto, la cual me miraba frecuentemente, maravillándose de que mis miradas pareciesen terminar en ella. De aquí que muchos se dieron cuenta, y al salir de aquel lugar oí decir cerca de mí: «Ved como aquella dama ha destruido la persona de este»; y, como la nombraran, oí que lo que decían de la que estaba en medio de la línea recta que, arrancando de la gentilísima Beatriz, terminaba en mis ojos. Entonces me recobré mucho, seguro que mi secreto no se había descubierto el día aquel por mis miradas. Y en el acto pensé en hacer de aquella noble señora abrigo de la verdad, y tantas demostraciones le hice en poco tiempo, que las más de las personas que hablaban de mí creyeron conocer lo que yo ocultaba. Con esta dama me celé meses y años, y, para que más lo creyeran los otros, le dediqué algunas cosillas rimadas, las cuales no quiero trasladar aquí, sino las que en algo tratan de aquella gentilísima Beatriz, por lo cual las dejaré todas a un lado salvo alguna que parezca ser en alabanza suya.11
¿Qué es lo que pasa? Pasa que Dante, en cuanto puede, entra en la iglesia para admirar a Beatriz, hasta que un día entre él y ella se interpone otra mujer, por lo que puede parecer que la mirada de Dante se dirige a esta última. Entonces Dante aprovecha la ocasión para esconder su amor por Beatriz —que no puede mostrarse públicamente porque, como hemos visto, ella está prometida con otro— tras la pantalla de esta otra dama, y alimenta el equívoco escribiendo poesías para ella. Después, la «mujer-pantalla» (así se la llama habitualmente) se va a otra ciudad y Dante vuelve a hacer lo mismo con otra. Pero acaba por exagerarlo y la cosa llega a oídos de Beatriz, que cumple su deber: le retira el saludo.
Después de mi regreso púseme a buscar a la dama cuyo nombre me había dado mi señor en el camino de los suspiros; y a fin de que mi relato sea más breve, digo que en poco tiempo hice de ella mi defensa, hasta tal punto que demasiada gente hablaba del caso sobrepasando los límites de la cortesía; de lo cual a menudo me pesaba mucho. Y por este motivo, es decir, por estas exageradas voces que injustamente me difamaban, aquella gentilísima, que fue destructora de todo vicio y reina de las virtudes, pasando por cierto lugar, me negó su dulcísimo saludo, en que toda mi felicidad residía.12
En ese momento, cuando, por torpeza corre el riesgo de perder a la persona amada, Dante se ve empujado a reflexionar sobre por qué ella es tan importante para él. Y así llega a identificar el efecto decisivo del amor, la novedad absoluta por la que realmente se puede decir «ha comenzado una vida nueva». Sigamos leyendo.
Digo que cuando ella aparecía dondequiera que fuese, ante la esperanza del admirable saludo, no me quedaba ya enemigo alguno; antes bien, nacíame una llama de caridad que me hacía perdonar a quien me hubiese ofendido; y si alguien entonces me hubiera preguntado cosa alguna, mi respuesta habría sido solamente: «Amor», con el rostro lleno de humildad.13
Dante dice que, cuando la veía por algún sitio, albergando la esperanza «del admirable saludo» —es decir, de que su vida se salvase milagrosamente y pudiera llegar a ser algo bueno y grande— «no me quedaba ya enemigo alguno», nada ni nadie sentía como enemigo, ninguna circunstancia y persona como adversarios; es más, sentía nacer en mí una «llama de caridad», un ímpetu afectivo que me empujaba a perdonar a quien me hubiese ofendido. He aquí la segunda consecuencia que demuestra que alguien está experimentando lo que es el amor, podríamos decir la consecuencia ética de la experiencia del amor: la capacidad de perdón. Porque, si se te quiere de verdad, de una forma gratuita, con una gratuidad infinita, que no alcanzas comprender porque sabes que no lo mereces, entonces esa gratuidad entra en todas tus relaciones; es más, promueve las relaciones, hace que todo el mundo te resulte cercano. Te surge el deseo de que el tiempo no pase en balde, de que tu vida contribuya a mejorar el mundo… Te viene el deseo de contribuir al bien del mundo, los problemas y el sufrimiento que ves a tu alrededor ya no te son ajenos.
Cuántas veces me habrán preguntado los chicos, y me siguen preguntando: «Pero ¿cómo sé si es amor verdadero o solo un capricho, una atracción pasajera?». Yo siempre les indico un criterio simple para que puedan juzgar por sí mismos: «Os daréis cuenta de que un amor es verdadero porque no os cierra entre los dos, sino que os abre de par en par a todo». Sin embargo, muchas veces siguiendo lo que sientes te metes en un agujero, creyendo que cuanto más piensas en la otra persona, más te apegas a ellas y cortas otras relaciones, eliminas vínculos, hasta que te sientas ajeno a los demás y enemigo de todo, de la familia, los compañeros de clase… todo se te convierte en hostil. Eso no es amor, es la tumba del amor. Tanto es así que, después, con el tiempo, acabas rompiendo con esa persona, sintiendo rencor porque esa relación te ha robado la vida. Te la ha matado en vez de hacerla florecer. «Estad atentos», les digo siempre a los chicos, «se sabe que es amor verdadero porque llena todas nuestras relaciones de perdón, de benevolencia, de caridad, de un querer bien; y, por tanto, nos abre, nos lanza, nos hace estar más atentos, con ganas de aprender, capaces de detectar la necesidad de los demás a la primera, y nos anima a acercarnos a ellos, con el deseo de compartir el bien que hemos recibido».
Es verdad que, desde un cierto punto de vista, la tentación de cerrarse es comprensible, porque, hoy en día, cuesta hacerse mayores en medio de la confusión en la que vivimos y, por eso, inevitablemente los chicos están tentados de percibir esa relación como un ancla, el único punto de seguridad frente al mundo. Pero, al poco, ese mínimo de seguridad, comprensible, se torna una complicidad culpable al aislarse, haciéndose daño mutuamente. Además, son ellos mismos los que me lo dicen. «Profesor, fulanito era mi amigo y está desaparecido. Se ha echado novia». Ha desaparecido del mapa, de la vida social, como si hubiera muerto. Desde este punto de vista, el anuncio que hace Dante en Vida Nueva es decisivo: «En el “sí” de Beatriz he experimentado el amor verdadero porque, en vez de cerrarme, me ha abierto, tanto que ahora puedo perdonar y “no me queda ya enemigo alguno”».
Con el paso del tiempo, Dante va comprendiendo mejor lo que está viviendo, y empieza a intuir lo que después se verá más extensamente en la Comedia: Beatriz no es solo una chica. Es una mujer de verdad, de carne y hueso, pero a la vez es signo, le remite a algo más grande. Leamos.
Después de tratar de Amor en la mencionada rima, entráronme deseos de decir también, en alabanza de la gentilísima, palabras por las cuales yo mostrara cómo por ella se despierta este Amor, y cómo no solamente se despierta donde duerme, sino que allí donde no está en potencia, ella, obrando