Francisco Tomás Chicharro

Manual para el entrenamiento de porteros de fútbol base


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la cabeza y el pecho. Durante el juego, únicamente el portero está autorizado a utilizar las manos3. Así pues, mientras todos los jugadores, en mayor o menor medida, tienen como objetivo marcar gol, el del portero es frustrarlo.

      No obstante, en los últimos años se ha producido un acercamiento entre las misiones de portero y jugadores. La modificación del reglamento, que sanciona las cesiones, la utilización de la táctica del fuera de juego, el «achique de espacios», ha hecho que sea necesario que el portero mejore el control del balón con el pie, de modo que participa más activamente en el juego.

      Cada posición en el campo exige de los jugadores cualidades específicas. Los porteros, idealmente, deben contar con características físicas tales como talla, potencia, agilidad, reacción, coordinación, etc. Además, periódicamente, se van modificando las reglas del juego, lo cual dificulta su misión y le obliga a adquirir nuevas habilidades y a afrontar otras misiones: castigo con golpe franco si se recoge con las manos el balón cedido por un compañero, expulsión si se toca con la mano el balón fuera del área, penalti si se derriba al delantero al arro-jarse a sus pies, etc. A su vez, los delanteros aprovechan las modifica-ciones del reglamento para utilizar nuevas estrategias que les permitan batir al portero (por ejemplo, simulación de caídas ante el portero –aunque no les haya tocado– para forzar penalti y su expulsión). Hasta hace pocos años bastaba con ser ágil y valiente, pero día a día las exigencias van aumentando. Ahora, el portero puede ser el último defensa y el que inicie las jugadas de ataque.

      Por lo tanto, debemos tener en cuenta la singularidad del puesto: el portero es único –tiene funciones distintas, viste de forma diferente–, precisa de una gran concentración mental –puede estar inactivo gran parte del tiempo, pero ser decisivo su concurso en un momento determinado–, no puede ganar los partidos por sí mismo –salvo excepciones no marca goles– pero puede perderlos, y en caso de fallar difícilmente podrá redimirse. Al delantero que falla un gol se le perdona si en la jugada siguiente consigue marcar, pero si a un portero le marcan un gol por debajo de las piernas se le recordará por eso, aunque a continuación pare un penalti. Estas circunstancias diferenciales aconsejan que, al margen de otras características, el portero tenga una fortaleza mental especial, que no se hunda ante el fallo, y sea capaz de sobreponerse.

      Arconada, portero mítico de la Real Sociedad, dos veces campeón de Liga, e internacional, sigue siendo recordado por un gol que se le encajó al fallar un blocaje y en el que el balón pasó por debajo de su cuerpo, el cual fue decisivo en la derrota de la Selección de España ante la de Francia en la final de la Eurocopa de Na-ciones en París.

      Oliver Khan, portero del Bayern de Munich y de la selección alemana, nominado mejor portero mundial en 2002, tuvo un fallo similar ante el Real Madrid en un partido de la Liga de Campeones en febrero de 2004, y la prensa deportiva le acusó de estar en declive y haber encajado «un gol como el de Arconada».

      El jugador de campo aprende de sus aciertos, el portero lo hace de sus errores y en ocasiones de sus «excesos», al detener balones a los que creía que no iba a llegar.

      Con frecuencia se habla de la «personalidad» o del «carácter» de un determinado portero, y es muy frecuente aludir generalidades: «todos los porteros están un poco locos», o a vaguedades: «tal o cual portero tiene mucha personalidad». En cuanto a lo primero, es evidente que no todos los porteros son iguales. A nadie se le ocurriría comparar a Iribar, modelo de sobriedad y sencillez a la hora de resolver una jugada, con René Higuita, portero de la selección de Colombia, a quien no impor-taba poner en riesgo el partido en su afán de salir del área y driblar a cuantos adversarios le salían al paso. Modelos opuestos, en la actua-lidad y en nuestro medio, podrían ser Cañizares y Aranzubía, ambos efectivos pero de características diferentes: el primero más extrava-gante, incluso en su forma de vestir y gesticular, y el segundo respon-de a un modelo de portero más «clásico».

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      Por lo que respecta a las valoraciones de «mucha o poca personalidad», habría que decir que la personalidad no puede valorarse cuan-titativamente. Se poseen unas u otras características de personalidad, pero no «mucha» ni «poca». Cuestión diferente sería dilucidar si existen unas características idóneas para el puesto. Como en otros ámbi-tos de la vida, lo importante es conocer las ventajas y las limitaciones y tratar de potenciar las primeras minimizando las segundas… y esto también se puede entrenar. ¿Es preferible un portero extrovertido, lanzado, que se atreva a salir hasta la línea media para cortar el juego del rival (aun a riesgo de conceder un gol por su posición adelantada)? ¿O será preferible un portero serio, introvertido, que espere la llegada del contrario en un mano a mano o permanezca bajo los palos fiado a sus reflejos? A poco que usemos la imaginación podremos recordar ejemplos reales de uno y otro modelo.

      Aun al profano no se le escapará que la edad, el momento evoluti-vo en que se encuentra el niño, va a marcar indefectiblemente lo que se le puede exigir y lo que se puede esperar. Además, la evolución psi-comotriz no se produce de una forma lineal, sino a «saltos» (a «estiro-nes», como se diría en lenguaje coloquial). Si a esto sumamos que el puesto de portero ha ido siempre ligado a «la madurez»4, entendida como característica de la vida adulta, será fácil comprender que, a estas edades, el entrenamiento y la exigencia competitiva deben valorarse individualmente.

      Para el niño que se inicia, el fútbol no es un deporte sino un juego. Juega porque le gusta, obtiene placer de ello, le ayuda a socializarse y a integrarse en un grupo (sea en el colegio, en la calle, en un club or-ganizado).

      Al comienzo todo se desarrolla alrededor del balón, único objetivo de su foco de atención. El balón, y «el otro/os» que le disputan su po-sesión. En esta fase no existe el desmarque, el pase a un compañero es una rareza, y pensar en una jugada colectiva, una entelequia.

      Por su parte, el portero –aspirante a portero de momento–, clavado bajo los palos, sólo tiene ojos para el balón que es conducido hacia él por una turba de niños vociferantes. Tampoco se espere de él previ-sión alguna que no sea la de hacerse con el balón. En el mejor de los casos, y si ha practicado suficientemente por su cuenta, tendrá una cierta habilidad en lo que llamaremos «fase de ejecución» (el gesto técnico), pero la percepción de las jugadas, la toma de decisiones según el desarrollo del juego, etc., es aún inexistente. ¡Bueno, qué más da! Para eso están los entrenadores, ¿no?

      En los párrafos anteriores hemos avanzado unos conceptos que, aunque sencillos, conviene definir y en los que se profundizará más adelante:

      imagePercepción: El desarrollo de un partido de fútbol ofrece circunstancias cambiantes e imprevisibles de forma permanente. Un equipo ataca y otro defiende, pero esta defensa tiene como objetivo hacerse con el balón para atacar a su vez. El portero, aunque permanezca inactivo, tiene que seguir el juego atentamente para no verse sorprendido en un contraataque. El portero experto va más allá, y puede «percibir» las diferentes jugadas que pueden desarrollarse a partir de esa situación.

      imageToma de decisiones: Es un segundo paso. Tras percibir la situación, el portero debe encontrar una solución (entre varias posibles) para resolver la jugada. Tampoco debe esperarse esta habilidad en las primeras fases de aprendizaje, porque la decisión depende fun-damentalmente de las experiencias anteriores, y éstas son escasas en los primeros años.

      imageFase de ejecución: Se trata de la ejecución de un movimiento