Francisco Tomás Chicharro

Manual para el entrenamiento de porteros de fútbol base


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      Es el momento de comenzar el aprendizaje de gestos técnicos que, poco a poco, irán incorporándose de forma natural. En el caso de los porteros, la colocación es el aspecto principal a trabajar. Es importante hacer que tome consciencia de las distancias haciendo que las viva físicamente (por ejemplo, paseando por su área, «palpando» los metros que puede abarcar). El blocaje al principio le resulta complicado –aunque se puede trabajar–, por lo que deben ensayarse técnicas de despeje hacia los lados que, al menos, no faciliten un segundo remate. En esta edad el niño debe aprender disfrutando y divirtiéndose. Es conveniente minimizar la importancia de los errores y que no crezca con miedo a cometerlos. El entrenador deberá mostrarle y ensayar con él algunos gestos técnicos y valorar positivamente los realizados correctamente al margen del resultado que se obtenga.

      Si se está en una fase de práctica de las salidas de puerta, aun en el caso de que la jugada termine en gol, el entrenador deberá felicitar al portero que se ha atrevido a salir. A esta estrategia se la denomina «refuerzo positivo». Es importante transmitirle confianza en lo que hace y evitar así que se refugie bajo la portería para evitar los fallos.

      En estas categorías el entrenador debe comprender que unos niños mejorarán antes que otros, sin que eso sea definitivo en su evolución futura. «A cada cual según sus necesidades y de cada cual según sus posibilidades», podría ser un eslogan válido para esta edad.

      Otro aspecto a tener en cuenta es la dificultad que supone para el joven portero adaptarse a la portería de fútbol 11 (pasando de una portería de 6 x 2 metros –fútbol 7– a otra de 7,32 x 2,44 metros –fútbol 11–). Si ya resultaba complicado atajar un tiro por alto en la portería «pequeña», qué decir de las dificultades que se va a encontrar al pasar de una a otra etapa.

       12-14 años (Infantil)

      En esta fase habrá chicos que parezcan mayores por su físico, pero debe tenerse en cuenta que siguen siendo niños/adolescentes jóvenes. Es una fase de especial vulnerabilidad en lo que se refiere a la seguridad en uno mismo y la autoestima. Las exigencias van aumentando y el chico puede dudar de si será capaz de hacer frente a nuevos retos. Por eso, es importante que el entrenador combine la práctica de jugadas y movimientos que domine bien («experiencias de control») con la de adquisición de fundamentos técnicos nuevos.

      Algunos entrenadores terminan la sesión de entrenamiento con el portero practicando ejercicios que se le dan especialmente bien con el fin de aumentar el grado de autoconfianza. Esto es especialmente útil en la fase de calentamiento antes de un partido.

       14-19 (Cadete y Juvenil)

      En la categoría de cadetes se evalúan en detalle los puntos fuertes y débiles, para consolidar los primeros y preparar ejercicios específicos de mejora de los segundos.

      La maduración psicofísica del muchacho permite combinar un trabajo específico individualizado, que tratará de corregir los déficit, al mismo tiempo que se desarrollan decisiones tácticas más complejas. El nivel de exigencia es lo suficientemente alto como para tener bastante similitud con el de un deportista «sénior». Técnica, táctica y estrategia son conceptos que deben ser aprendidos e interiorizados. Si en las anteriores etapas lo fundamental era la formación como persona, la obtención de placer, el aprendizaje de fundamentos, aquí, además, hay que aprender a competir y hacerlo bajo la presión que supone la obligación de ganar (o al menos intentarlo).

      Puede parecer irrelevante o extemporánea la inclusión de este apartado en un manual sobre entrenamiento deportivo, pero recordemos una vez más que está dirigido al entrenamiento de niños en edad escolar. El porcentaje de niños que se inician en el fútbol y que llegan a jugar en Primera División es ínfimo (menos de un 0,1%). Por lo tanto, el objetivo de la práctica deportiva a estas edades debe ser fomentar hábitos saludables y valores morales y convivenciales que ayuden a la formación integral de los futuros adultos.

      El entrenador, como figura significativa y de gran importancia para los niños, puede colaborar preguntando e interesándose por su rendimiento escolar, lo que reforzará positivamente este empeño y, además, puede obtener pistas sobre cuestiones que puedan incidir en el rendimiento deportivo. Si se produce simultáneamente una disminución en el rendimiento deportivo y académico, será indicativo de que algo le está pasando al muchacho. En este caso podría ser recomendable hablar con él y/o con los padres para tratar de ayudarle.

      Por ejemplo: El Ajax de Amsterdam tiene una de las escuelas de fútbol más exitosas del mundo y la práctica totalidad de los jugadores del primer equipo salen de la cantera (Johan Cruyff, Van Basten, Seedorf, Güllit, Kluivert, entre otros). Como muchos niños proceden de otras localidades, dispone de una residencia para su alojamiento situada junto a las instalaciones deportivas, donde viven, entrenan… y reciben clases. El niño que suspende una evaluación no juega, al margen de la calidad futbolística que atesore. Con buen criterio, se pretende que la práctica deportiva no interfiera en el rendimiento académico y que no olviden que lo más probable es que terminen ganándose la vida con el fruto de sus estudios y no con el fútbol.

      Afortunadamente, cada vez es más frecuente que jugadores de fútbol de élite compatibilicen la práctica deportiva con estudios universi-tarios, lo que sirve de modelo a nuestros jóvenes aprendices. Emilio Butragueño, jugador internacional y posteriormente adjunto a la dirección deportiva del Real Madrid, estudió económicas mientras jugaba al máximo nivel. Pablo Alfaro, defensa central del Sevilla, ha terminado la carrera de medicina. Gregorio Manzano y Fernando Vázquez, entrenadores de Primera División, son profesores de instituto, y así muchos otros. Lo que antes era excepcional, ahora es relativamente frecuente. En este sentido, en lo referente a la economía y la cultura, se ha producido una evolución sumamente favorable en nuestra sociedad… y en el mundo del fútbol.

      Para cualquier persona, la familia –la estabilidad familiar– es uno de los factores más influyentes en su equilibrio y en su bienestar. A edades tempranas, cuando se está fraguando la formación de la personalidad, esta importancia es aún mayor si cabe. Más adelante, en las etapas de la pubertad y adolescencia, en la medida en que va estable-ciendo y consolidando relaciones sociales, el joven se va haciendo relativamente independiente del núcleo familiar mientras adquieren más peso los amigos.

      Por lo tanto, el rendimiento del joven deportista podrá verse afecta-do –positiva o negativamente– según el estado de las relaciones fami-liares y sociales, más aún si cabe en el caso del portero por aquello de la madurez que se le exige.

      Podría decirse que estos dos aspectos constituyen, junto con los estudios, un «triángulo de equilibrio», cuyos vértices están íntimamente interconectados.

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      Aunque ocasionalmente suceda que un niño o adolescente proble-mático, con fracaso escolar, y familia desestructurada, salga adelante en la vida gracias al deporte convirtiéndose en un profesional exitoso, no es lo habitual. Además, y aunque así fuera, es preciso estar sumamente equilibrado para soportar las tensiones del deporte de alta competición, los halagos, las falsas amistades, etc., que pueden echar por tierra el esfuerzo de años y arruinar una vida. Y de esto hay sobrados ejemplos.

      Por lo tanto, conviene estar atento a los signos que puedan indicar si ese equilibrio, tan necesario, se tambalea. El niño, el joven, no está aún en condiciones –o aún no tiene costumbre– de expresar sus sen-timientos con palabras. Las emociones, los disgustos, las preocupa-ciones, el sufrimiento, suelen manifestarse a estas edades por medio de actos: apatía y desinterés por el entrenamiento o en los partidos, irritabilidad, muestras durante el juego de una agresividad llamativa-mente distinta a la habitual, etc., pueden ser signos de que algo está pasando. En esos casos, al margen de que se acompañe o no de un descenso en el rendimiento deportivo, el entrenador debiera interesar-se –de forma natural y discreta– por cómo le van las cosas a su joven alumno. Si fuera necesario, también podría ser