escuelas y otras dependencias. Si entrásemos en la zona central de México-Tenochtitlan desde la calzada de Tlacopan encontraríamos enfrente el espacio dedicado al juego de pelota, a la derecha se localizaba el templo de Xippe Tótec y a la izquierda la Casa de las Águilas. Justo detrás del juego de pelota se localizaba el terrible tzompantli, es decir, el enorme estrado construido con millares y millares de cráneos humanos, producto de los sacrificios realizados. Había seis de ellos en la ciudad. Dos conquistadores, Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, contaron los cráneos que formaban el tzompantli principal y el resultado son unos espeluznantes 136 000, sin sumar los que se hallaban en unas torres levantadas con tan tétrico material. A la derecha del tzompantli se encontraba la plataforma donde se llevaban a cabo los sacrificios gladiatorios. La parte central del espacio estaba ocupada por el Templo Mayor propiamente dicho y, a su derecha, el templo de Tezcatlipoca. Toda el área (del Templo Mayor) estaba rodeada por el llamado muro de las serpientes, o coatepantli.131 A la derecha de ese muro se encontraba el palacio de Moctezuma II132 y, justo detrás de los dos templos referidos, el palacio de Axayacatl. Lugar emblemático porque fue donde Cortés y sus hombres fueron alojados. El refinamiento de la corte mexica también venía dado por la existencia de zoológicos: había uno para todo tipo de aves, con estanques para las acuáticas y miradores para observarlas. Diversas dependencias se reservaban a jaulas para jaguares, pumas, ocelotes, lobos, etc. En otra sección había grandes tinajas con serpientes venenosas que alimentaban con las vísceras de los sacrificados, pero también había un espacio reservado para, según Cervantes de Salazar:
[…] enanos, corcovados, quebrados, contrechos y monstruos, que los tenía en mucha cantidad para su pasatiempo, y aún dicen que para este fin los quebraban y enjibaban desde niños cuando estaban más tiernos, diciendo que en la casa de tan gran Rey, para grandeza suya, había de haber cosas que no se hallasen en las casas de otros Príncipes.133
La ciudad de Tenochtitlan acabó por unirse a su urbe gemela, Tlatelolco, para conformar la gran metrópoli mexica tal y como la conoció Cortés: México-Tenochtitlan. Tlatelolco también contaba con un gran centro ceremonial, una enorme pirámide y, sobre todo, sobresalía por el cosmopolitismo y la riqueza de su mercado.134
La sociedad mexica estaba compuesta por los macehualtin135 que, como se ha comentado, trabajaban las tierras comunales de su calpulli, formaban parte de los ejércitos y, algunos de ellos, comerciaban (los pochtecas) y se dedicaban a la artesanía. Los miembros de este nivel social, más que clase social, que trabajaban tierras ajenas a su calpulli se denominaban mayeques, es decir los que poseían manos para trabajar. Asimismo, la sociedad mexica contemplaba a los tlatlacotin, una suerte de esclavos, pues no tenían por qué serlo de por vida, ya que ellos mismos podían pagar su manumisión, y sus hijos, además, no se consideraban esclavos. Los pochtecas, que establecieron vínculos con los nobles, o mejor notables, los pipilltin, aquellos que ejercían los principales cargos de gobierno, acabaron poseyendo un código jurídico y económico propio, así como ceremonias y ritos religiosos también singulares, al igual que tribunales exclusivos. Al tiempo que comerciaban con todos los rincones del imperio, precisamente por ello podían utilizarse como informadores, espías e incluso como embajadores. Es decir, que algunos de ellos eran más importantes en un momento dado que determinados pipilltin. Aunque estos últimos podían tener varias esposas, a modo de concubinas, solo había una mujer con el rango de esposa. Lógicamente, solo entre los pipilltin podía ser elegido el tlatoani.136
Las mujeres macehualtin ejercían unas funciones muy notables en el mundo doméstico, no en vano, el cordón umbilical de la recién nacida se enterraba en la propia casa donde había nacido, mientras que, de forma significativa, el de un varón se enterraba en el campo de batalla. Además de en la esfera doméstica en general, y de la reproducción humana en particular, las mujeres macehualtin eran formadas en el trabajo de hilado y de manufactura textil desde niñas, aunque podían colaborar en otros trabajos de la especialidad de su calpulli. Porque además de moler maíz y confeccionar tortillas, además de guisar, actividades que también realizaban sirviendo a los ejércitos –para los que prepararon, además de las mencionadas tortillas tostadas, maíz tostado y harina de maíz para confeccionar atole, una bebida a base de harina y agua a la que se le acabó añadiendo leche, frijoles molidos, además de proveer de sal, chiles e instrumentos para guisar–, podían ser vendedoras de verduras, de plumas, de sal, avivadoras de los fuegos de los baños, curanderas, casamenteras y hechiceras e, incluso, elaboradoras de los materiales para fabricar códices. Aunque también había prostitutas.137
EL ESPACIO IDEOLÓGICO, O ÉTICA POLÍTICA, EN EL MUNDO MEXICA
Para Antonio Aimi, en la ética política de los mexicas siempre se premiaba la conducta humilde y se castigaba la transgresión. A nivel de las guerras que marcaron el devenir del imperio, los mexicas siempre vencían cuando eran víctimas de alguna provocación. En cambio, sus enemigos acababan derrotados cuando eran los culpables de algún desafuero, ya fuese una actitud de infundada hostilidad, una ofensa cometida en la persona y dignidad de sus embajadores, el asalto a las caravanas y el asesinato de mercaderes, o bien las rebeliones o el ataque a un pueblo sometido o aliado de alguna forma de los mexicas. Sin embargo, cuando los mexicas cometieron el exceso de hacer la guerra sin haber sido provocados, son derrotados por los tarascos y los habitantes de Tliliuhquitepec y Metztitlan. La única excepción fue la campaña de Ahuitzotl en Chiapas, con conclusión victoriosa a pesar de que los mexicas no habían sido provocados. En las narraciones de los informantes aborígenes acerca de la construcción del imperio, las características de los vencidos siempre eran las mismas: orgullo, presunción y envidia. De la misma forma, las virtudes del pueblo victorioso cabe enmarcarlas en la humildad y la paciencia. Como señala Aimi, los informantes de fray Diego Durán, al reflexionar acerca del origen del dominio mexica sobre tantos señoríos, no dudaban en señalar lo siguiente:
Y una cosa tuvieron buena: que en todas las guerras que en esta tierra hubo, nunca jamás los mexicanos provocaron a nadie, y siempre ellos fueron provocados e incitados a ella […] Es por cierto de notar cuánto suele traer la propia presunción y cuánto puede remediar un juicio claro fundado en la razón; cuánto daño el presuntuoso con su temeraria presunción, siguiendo los acelerados ímpetus de su desordenada pasión, con la cual no solamente destruye a sí mismo, pero a todos sus seguidores.138
Ahora bien, en algunos casos, las victorias obtenidas eran pírricas y las explica el propio Durán: en la lucha contra Tliliuhquitepec se contabilizaron 420 bajas mexicas para obtener 700 prisioneros; en el caso de Metztitlan, hubo 300 muertos a cambio de apenas 40 prisioneros y la victoria, eso sí. Para la élite mexica, este segundo caso sería claramente una derrota táctica.139 De hecho, ¿qué opinión tendrían sus coetáneos del gran emperador Moctezuma II?
Al analizar las fuentes hispánicas de la época, elaboradas a partir de las informaciones de sus contactos aborígenes, Antonio Aimi trata la cuestión de los presagios en el mundo mexica en el sentido de buscar cómo estos explicaron a posteriori su propia caída, la génesis de la derrota. Ni más ni menos, el culpable de todos los males acontecidos fue el propio Moctezuma II. Presagio tras presagio, un total de 23, analizados a partir de las variantes de los diversos autores, los mexicas construyeron una narración de su conquista que inculpaba totalmente a Moctezuma II. En palabras de Aimi:
Los principios de la ética mexica nos dicen