absoluta de la mexicayotl, de la «mexicanidad».
Era el traidor absoluto. Y, más adelante, añade: «En el pensamiento indígena, Motecuhzoma es el responsable del desastre, una verdadera perturbación del cosmos que ha caído sobre el mundo azteca».140 Los supervivientes de la hecatombe buscaron, sin duda, fórmulas para explicar tamaña catástrofe y es más que factible que rastrearan argumentos no del todo desconocidos, pues en una monarquía electiva al frente de una confederación, con múltiples enemigos no domeñados, era muy fácil que las rencillas y los desencuentros entre el tlatoani y la oligarquía sacerdotal y la nobleza estuviesen a la orden del día. Antonio Aimi hace referencia al posible envenenamiento del emperador Tizoc y también al menos probable de su predecesor, Axayacatl, que fuera vencido por los tarascos en Matlazinco, la mayor derrota mexica, en la que perdieron cinco sextos de su ejército. Las reformas que Moctezuma II llevó a cabo tras su acceso al poder en 1502 son presentadas por los informadores del padre Sahagún y por el cronista Tezozómoc como un grave acto de soberbia del tlatoani, quien, como se ha explicado, alejó de la corte mexica a los consejeros de su predecesor, los sustituyó por gente afín a su persona e, incluso, buscó lo que sus detractores llamaron su «divinización». Sentado esto, apunta Aimi, si partimos de la base de que «en una cultura donde el rey era ya un dios durante los rituales, la concentración del poder en las manos de una sola persona solamente podía conllevar un cierto “culto de la personalidad”», que, por cierto, le fue criticado con dureza. Además, procuró controlar políticamente las ciudades de la Triple Alianza, como Tetzcoco, al auspiciar la elección de Cacama en lugar de Quetzalacxóyatl. Por ello, parte de la élite de la Triple Alianza se le opuso, incluyendo la casta sacerdotal, que lo acusaba de traidor a la tradición político-religiosa mexica, muy fácil de defender, pues era la responsable de la expansión y de la grandeza del estado.141
Antonio Aimi explica de la siguiente forma la secuencia de los hechos. A partir de los presagios, como se ha señalado, que son las fuentes menos manipulables tal y como llegaron a los escritos de los cronistas del siglo XVI, la historia mexica de la conquista parte de los siguientes fundamentos: es el huey tlatoani Moctezuma II quien traicionó los principios y equilibrios sobre los que se había fundado el señorío mexica y marginó a la casta sacerdotal. A través de los presagios, pues tal era su función, el dios Tezcatlipoca le invitaba a arrepentirse. Moctezuma no supo interpretarlos correctamente, de ahí que el dios volviese, mediante nuevos presagios, a darle una segunda oportunidad. Pero el tlatoani sigue en sus trece, una señal de su «locura», que terminó con su destrucción por parte de Tezcatlipoca. Para castigarlo, el instrumento elegido es la llegada de los españoles, de modo que el líder mexica paga con la muerte, pero, de paso, el imperio también sucumbe, traicionado por aquel que debía garantizar su protección.142
Es más, la asociación de Hernán Cortés con el dios Quetzalcóatl, con todas las implicaciones que tiene, sobre todo políticas, es una «invención» ocurrida a posteriori de los hechos y muy conveniente para los intereses del extremeño, en primer lugar. Pues asimilar la llegada de los españoles con el retorno del dios implicaba la «devolución» del imperio a su legítimo dueño, de ahí que una conquista ilegítima, como veremos, no necesitase de la lectura obligatoria del famoso Requerimiento,143 que implicaba, nada menos, que el emperador mexica se declaraba vasallo de Carlos I, en este caso, y aceptaba el cristianismo como verdadera religión. En esas circunstancias, si Cortés hubiera leído el Requerimiento a Moctezuma, no se podría hacer la guerra a los mexicas, pues esta sería injusta, en caso de aceptación del mismo por el tlatoani. Y la detención del monarca mexica sería un acto punible según las propias leyes castellanas de la época. De ahí que a Cortés le interesase muchísimo, y así lo escribió en su Segunda carta de relación, que sus actuaciones en lo que fue la Nueva España no estuviesen marcadas por la ilegalidad, señalada, entre otras circunstancias, por la ausencia de la lectura del Requerimiento, como se ha dicho, sino también por la libre elección de Moctezuma II de «entregarse» a su captor, asimilado nada menos que a un dios. Como señala Aimi, y son cuestiones que trataremos más adelante:
Solamente la invención de la devolución del Imperio y la prospectiva del hecho cumplido pueden dar alguna esperanza a un puñado de golpistas que se han rebelado contra la autoridad del gobernador de Cuba. La historia del regreso de Quetzalcóatl hace plausible la devolución (normalmente los Imperios no se regalan, como mucho se compran, y Carlos V lo sabe bien); la devolución vuelve legítima jurídicamente la Conquista.144
Y concluye Antonio Aimi: «Cortés captó de forma inteligente las ventajas que tendría para su persona, y su empeño, esa extraña asimilación con el dios mexica». Para Aimi, Cortés no puede ser considerado solo como
un aventurero sin escrúpulos, un asesino a sangre fría, un feroz capitán, sino también un hábil comunicador, un gran orador de masas y, sobre todo, un extraordinario antropólogo. Un antropólogo que deberíamos incluir en los manuales de esta disciplina […] Si se aprecia a Cortés desde este punto de vista, se vuelve mucho más plausible que, en los largos meses de «pacífica» convivencia con los mexicas (noviembre de 1519-mayo de 1520), se diera cuenta de que Quetzalcóatl era contemporáneamente un título honorífico reservado a los altos exponentes de la élite mexica y una especie de rumor que rodeaba a su persona. En el campo antropológico, el golpe de genio es la Segunda Carta [de Relación] a Carlos V, donde, para justificar su ilegalidad, funde el título honorífico con el rumor, inventando uno de los mitos más afortunados de la Edad Moderna.145
No se puede explicar mejor.
NOTAS
1. En las siguientes páginas sigo, básicamente, a Hassig, R., 2008, 275 y ss.
2. Hassig, R., 1992, 171.
3. Las lanzas, que fueron descritas por los españoles como armas de 167 centímetros de longitud, podían tener una punta en forma de sierra o bien eran de tipo bifacial y de obsidiana. Podían ser arrojadas, pero servían asimismo en la lucha cuerpo a cuerpo, ya que no solo tenían una función punzante, sino que también podían cortar. Por ello, podían tanto abrir las filas del contrario desde lejos, como servir para abrirse paso entre ellos. Cervera Obregón, M. A., 2007, 136-137.
4. Esta arma consistía en un mango largo de madera, de unos 60 centímetros, con una ranura en la que se insertaba una saeta terminada en una punta afilada y endurecida al fuego o bien se le encajaba una punta de proyectil de pedernal, sílex u obsidiana. Algunos diseños incluían sendos agujeros para introducir los dedos medios de la mano. En manos expertas, el dardo lanzado con este ingenio podía volar 150 metros. Cervera Obregón, M. A., 2007, 65-66. Cervera Obregón, M. A., 2014, 46-49. Hassig, R., 1992, 137. Según el cronista Antonio de Herrera, los indios, entre otras armas, disponían de «[...] baras con amientos, que tiraban con tanta fuerza, y maña, que pasaban una puerta, y era el arma que más temieron los castellanos». Herrera, A. de, 1601, década II, libro VI: fol. 185.
5. Esos dardos, o minacachalli, estaban fabricados de roble con su extremo recubierto de diversos tipos de plumas. Las puntas podían ser de obsidiana, pedernal, cobre o espinas de pescado. Había dardos con púas muy peligrosos, pues al herir obligaban a cortar el cuerpo del proyectil y eran difíciles de extraer al lacerar