Kira Sinclair

Un corazón rebelde


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2020 Kira Bazzel

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Un corazón rebelde, n.º 2144 - febrero 2021

      Título original: The Rebel’s Redemption

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-205-1

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo Uno

       Capítulo Dos

       Capítulo Tres

       Capítulo Cuatro

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Capítulo Diez

       Capítulo Once

       Capítulo Doce

       Capítulo Trece

       Capítulo Catorce

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo Uno

      Diez años era mucho tiempo aunque, al parecer, no lo suficiente para cambiar ni una sola maldita cosa.

      Nada podía demostrarlo más que encontrarse apoyado en la balaustrada de la casa de sus padres, contemplando a toda aquella gente deambulando por el jardín, todos ellos esperando poder verlo.

      Y la única persona a la que él quería ver era a la mujer de la que debía mantenerse alejado.

      Las parejas bailaban y reían, tomando champán en flautas de delicado cristal, celebrando su vuelta como si se hubiera pasado aquella década disfrutando de una isla privada, y no en la cárcel. Pero ni el lujo ni la diversión podían ocultar la tensa espera, el regodeo en sus expresiones, la sed de cotilleos. Aquella velada era una farsa cuyo final avanzaba inexorablemente hacia él, y no había maniobra que pudiera impedir lo que sabía que iba a ocurrir. Anderson Stone, el hijo pródigo, por fin estaba en casa, y todo aquel que fuera alguien en la sociedad de Charleston se había puesto sus mejores galas para poder examinarlo de arriba abajo y cuchichear a sus espaldas.

      Al menos, en la cárcel, el enemigo era fácil de identificar, pero allí todo eran sonrisas justo antes de arrastrar tu reputación por el barro en cuanto se presentase la oportunidad.

      –Cariño, ¿qué haces aquí arriba? Deberías estar en el jardín. Tus amigos están deseando darte la bienvenida.

      Stone se volvió. Su madre ya había cumplido largamente los sesenta, y seguía estando preciosa. Su cabello oscuro se había trenzado de plata en los últimos diez años y algunas arrugas más partían de sus ojos, pero nada –ni siquiera ver cómo sacaban a su hijo de la sala del tribunal esposado– podía apagar la luz que brillaba en el fondo de sus ojos azules, o disminuir la confianza serena de su sonrisa.

      Se acercó a él y le ofreció la mejilla para un beso, un cariño que él le mostró sin dudar. Ya le había dado bastantes sinsabores. Pero no hizo ademán de decidirse a bajar las escaleras para sumergirse en aquellas aguas repletas de tiburones.

      –Cariño –dijo su madre en voz baja, y apoyó delicadamente una mano en su espalda, viendo cómo apretaba en la mano el vaso de whisky. ¿Quién se iba a imaginar que a los treinta, con todo lo que había visto y vivido, iba a seguir necesitando el contacto de su madre para que lo calmara como un niño asustado por una pesadilla?–. Sé que en este momento estás luchando contigo mismo, pero estas personas han venido a apoyarte.

      Sí, ya. Le costaba creerlo, pero no iba a destruir la dulce visión que su madre tenía del mundo.

      Había sido condenado por asesinato. Había matado a otro miembro de la jet-set. Daba igual que ese bastardo mereciera la muerte, porque solo una persona más conocía esa verdad, y él haría lo que fuera para conseguir que eso siguiera siendo así. Incluso declararse culpable y cumplir condena.

      –Quedarte aquí de pie no te lo va a poner más fácil.

      En eso tenía razón, así que respiró hondo y apuró el vaso. Sí que había echado de menos un buen licor como aquel. Se obligó a sonreír con la esperanza de que su madre no se diera cuenta de lo falso del gesto, y se encontraba ya cerca de la escalera cuando su voz dulce lo detuvo.

      –Anderson.

      Ella era la única persona que lo llamaba por su nombre de pila.