y aguardaron las palabras de Obert. El guerrero puso cara de sorpresa, hasta que estalló en una carcajada. Si resultó inapropiado, Obert podía entenderlo; como bastardo complacido por el éxito de otro. Las risas y gritos cesaron rápidamente y todo el salón los observó, esperando la declaración.
Obert le hizo gestos al caballero para que se acercara y se arrodillara frente a él. Aunque aquello debería haber sido más ceremonioso y formal, y ante el duque en persona, los peligros de la zona instaban a la celeridad. Lord Giles se puso en pie, de nuevo junto a su amigo, y le colocó a Brice la mano en el hombro mientras Obert continuaba.
—En el nombre del duque, os declaro, Brice Fitzwilliam, barón y lord de Thaxted, y vasallo del propio duque —entonó Obert. El compromiso de lealtad al duque, que pronto sería rey, aseguraba una red de guerreros que le debían sus tierras, sus títulos y sus riquezas sólo a él, sin otros lores de por medio. Obert no pudo contener la sonrisa, pues había sido idea suya hacerlo—. Como tal, tenéis el derecho a reclamar todas las tierras, el ganado, los aldeanos y demás propiedades que tuviera en su poder el traidor Eoforwic de Thaxted antes de su muerte.
Aunque los normandos y los bretones presentes aplaudieron, los campesinos que habían vivido allí y que reclamaban su herencia sajona no se alegraron. Él comprendía que los vencedores en cualquier conflicto merecían todo aquello por lo que habían luchado tan duramente, pero su parte compasiva también comprendía la vergüenza de ser derrotado. Sin embargo, aquel día le pertenecía al caballero bretón victorioso que tenía ante sí.
—El duque declara que deberéis casaros con la hija de Eoforwic, si es posible, o buscar otra esposa apropiada de los alrededores si no lo es.
Obert le entregó al nuevo lord el paquete de pergaminos doblados que le garantizaban la concesión de las tierras y de los títulos. Extendió los brazos y esperó a que Brice hiciera su promesa. Con voz profunda, Brice repitió las palabras mientras el ayudante de Obert se las susurraba.
—Por el señor ante el que yo, Brice Fitzwilliam de Thaxted, hago este juramento y en el nombre de todo lo sagrado, juró fidelidad a Guillermo de Normandía, duque y ahora rey de Inglaterra, y prometo amar todo lo que él ame y rechazar todo lo que él rechace, de acuerdo con las leyes de Dios y con el orden del mundo. Juro que jamás, por palabra, acto u omisión, haré nada que le desagrade, a condición de que me trate como merezco, y que haga todo según lo establecido en nuestro acuerdo, cuando me sometí a él y a su misericordia y elegí su voluntad por encima de la mía. Me ofrezco incondicionalmente, sin esperar nada más que su fe y su favor como mi señor feudal.
Obert alzó la voz para que todos pudieran oírlo.
—Yo, Obert de Caen, hablando en nombre y con la autoridad de Guillermo, duque de Normandía y rey de Inglaterra, acepto este juramento de lealtad pronunciado ante estos testigos y ante Dios, y prometo que Guillermo, como lord y rey, protegerá y defenderá la persona y las propiedades de Brice Fitzwilliam de Thaxted, que aquí jura sobre su honor que será gobernado por la palabra y la voluntad del rey. En nombre del rey, acepto las promesas contenidas en este juramento de manera incondicional, y sin mayor expectativa que su fe y su servicio como leal vasallo del rey.
Obert permitió que las palabras retumbaran por el salón y luego soltó al nuevo lord Thaxted para que se pusiera en pie frente a él.
—Por lord Thaxted —gritó—. ¡Thaxted!
Todos corearon, vitorearon y aplaudieron durante varios minutos. Lord Giles le dio una palmada en la espalda a su amigo y luego lo abrazó con cariño. Pero, cuando Obert vio a lady Fayth entrar en la sala, se dio cuenta de que debía hablar con Brice sobre la otra mujer implicada en el acuerdo. Al contemplar cómo la expresión de la dama cambiaba varias veces mientras se aproximaba tras haber oído la noticia del nombramiento de Brice, supo que a aquella mujer le gustaba ponerles las cosas difíciles a los hombres elegidos o designados para gobernarlos.
Obert advirtió la reticencia en el saludo de la dama y en sus palabras de felicitación, aunque nadie más lo hiciera. Los sentimientos pasionales de las mujeres siempre hacían que las cosas fueran más difíciles para los hombres. Pero cuando lord Giles le tomó la mano a lady Fayth y se colocó a su lado, Obert comprendió la gran diferencia entre la suerte de los dos caballeros.
Lord Giles no había tenido que perseguir a una esposa tras hacerse con sus tierras por la fuerza.
No podría decirse lo mismo de lord Brice.
Uno
Bosque de Thaxted, noreste de Inglaterra
Marzo 1067
El suelo bajo sus pies comenzó a temblar y Gillian buscó una causa. Era un día agradable, teniendo en cuenta que el invierno aún lo cubría todo, pero no había nubes en el cielo azul y brillante. Miró hacia arriba y no vio señales de tormenta inminente que pudiera causar el estruendo que inundaba la zona.
Se quitó la capucha, entró en el camino y miró hacia delante y hacia atrás. Inmediatamente se dio cuenta de cuál era la razón del ruido y volvió a esconderse en la maleza que bordeaba el sendero. Dio gracias a Dios de haber robado una capa marrón oscuro en su huida, se envolvió con ella y se quedó tumbada, muy quieta, mientras los caballeros y guerreros a caballo pasaban velozmente por delante de su escondite. Cuando se detuvieron a poca distancia de ella, Gillian ni siquiera se atrevió a respirar por miedo a ser detectada y capturada por aquellos merodeadores desconocidos.
Demasiado lejanas para oírlas y demasiado bajas para comprenderlas, sus palabras eran una mezcla de francés normando e inglés también. Gillian mantuvo la cabeza gacha y aguardó a que siguieran su camino. Cuando oyó que bajaban de los caballos y caminaban por el sendero, su cuerpo comenzó a temblar. Ser descubierta sola en aquellos tiempos tan peligrosos era una invitación a la muerte o algo peor, y algo que Gillian había tratado por todos los medios de evitar.
Su decisión de marcharse de casa y huir al convento no había sido tomada de manera precipitada, o sin pensar en las consecuencias, pero sus opciones eran limitadas y no muy atractivas: el matrimonio que su hermano Oremund había acordado con un anciano asqueroso o el que había acordado el duque invasor con un guerrero normando vicioso en su intento por destruir todo lo que a ella le era preciado. Lo único que podía hacer era mantenerse escondida y rezar para que aquellos soldados siguieran y ella pudiera continuar su viaje hacia el convento.
Gillian aguardó mientras los soldados discutían sobre algo y aguantó la respiración una vez más, intentando no llamar su atención cuando las voces se acercaron al lugar donde estaba escondida. Reconoció el nombre de su casa y el de su hermano también. Si al menos hablaran su idioma, o si al menos hablasen más despacio para que pudiera intentar entender alguna de sus palabras.
Tras lo que le parecieron unos minutos interminables, los hombres comenzaron a alejarse y a decirles a los demás que no habían visto nada. Gillian levantó la cabeza con cuidado y lentitud, y observó cómo se retiraban. Pero un caballero permaneció en el camino, a pocos metros de donde ella estaba. En vez de seguir a los demás, se quitó el casco, se lo colocó debajo del brazo y se dio la vuelta.
Gillian suspiró sin poder evitarlo.
Era alto y musculoso, el hombre más atractiva que jamás había visto, incluso teniendo en cuenta a su primo, que estaba considerado como el sueño de toda mujer. Su pelo rubio no era corto, al estilo normando; en vez de eso le caía libremente alrededor de la cara. Desde la distancia no podía ver el color de sus ojos, pero su cara era angulosa y masculina, así como interesante a pesar de ser normando.
¡Un normando! ¡Y un normando con armadura de batalla!
¡Santa madre de Dios! ¡Que el señor se apiadase de ella!
Y el normando miraba hacia los árboles en su dirección. Gillian no se atrevía a moverse, ni siquiera a buscar cobijo entre las ramas tiradas en el suelo, pues él ladeó la cabeza, entornó los ojos y esperó. Ella sabía que estaba esperando a oír cualquier señal de que alguien estuviera allí escondido, y apenas dejó escapar el