acabas de prometerme a mí, creo que tu discurso irá bien.
–Se me dan bien las promesas – afirmó él en voz baja–. Mantuve la palabra que le di a mi hermano durante quince años. Me entregué a mi país. Ayudé cuando fue necesario. Nunca consideré mi propio placer por encima de la seguridad de la nación. A diferencia de mi hermano, mi propio placer no me importa. Cuando a un hombre se le quita todo lo que tiene, solo le queda su propósito en la vida. Si pones tu fe en las cosas pasajeras, el fuego del mundo las consumirá y te quedarás sin nada. Pero, si pones tu fe en una roca, siempre se mantendrá ahí. Este país es mi roca. Seguiré luchando por él hasta mi último aliento.
Olivia se sumergió en la intensidad de sus ojos negros y, durante un instante, deseó que estuviera hablando de ella. Tragó saliva.
–Cuando subas al podio para hablar, eso es lo único que tienes que decir. Esta es una nación herida y creo que tus palabras pueden curarla. Tú eres el hombre que tu pueblo necesita.
Y el hombre que Olivia necesitaba. Con el corazón acelerado, sintió que una oleada de pánico se apoderaba de ella. No quería pensar esas cosas. Debía de estar loca. Sabía que no debía depender emocionalmente de nadie. ¿Por qué, de pronto, ansiaba poner sus esperanzas en Tarek?
Necesitaba calmarse, se reprendió a sí misma.
–No puedo hacer más que confiar en ti – dijo él.
–Haré todo lo posible para que no lo lamentes nunca.
–Yo haré lo mismo – repuso él con gesto pétreo.
–No lo dudo.
–He buscado un anillo para ti – indicó el sultán tras un instante de titubeo.
–¿Sí? – dijo ella con el corazón en la garganta. ¿Por qué reaccionaba de esa manera?, se preguntó a sí misma. Estaba sentada en el despacho de aquel hombre, que no iba a ofrecerle más que un acuerdo de mutua conveniencia. Sin embargo, estaba tan emocionada como cuando había estado en aquel yate con Marcus, rodeada de rosas y champán.
Tarek sacó una cajita de un cajón y la colocó sobre la mesa.
Olivia se acercó, deteniéndose ante él. La mesa se erguía entre los dos y ella pensó que era una suerte porque, si no, tal vez no habría podido resistir la tentación de volver a tocarlo.
–¿Quién lo ha elegido? – quiso saber ella, posando la mano sobre la cajita.
–Yo.
Olivia lo miró con curiosidad, preguntándose qué le había empujado a elegir una joya en vez de otra.
Por supuesto, él no iba a explicárselo.
Despacio, tomó la cajita y la abrió.
Contuvo la respiración al ver el sencillo anillo que había dentro, con una gran piedra cuadrada del color del agua cristalina de los lagos de Alansund. Un oasis en medio del desierto. Era lo que parecía.
Olivia se había quitado su anillo de compromiso y su alianza antes de salir de Alansund, pues no tenía sentido llevarlos cuando iba a casarse con otro hombre. La idea de ponerse uno tan distinto a los que había tenido antes le parecía excitante y extraña al mismo tiempo.
Sin más preámbulos, sacó el anillo y se lo puso.
–Es de mi tamaño.
–Cuestión de suerte.
–O una señal.
–¿Tú crees en esas cosas?
–Supongo que sí – replicó ella.
Él la miró un instante con expresión impenetrable.
–Hay mucho que preparar antes de la ceremonia – indicó el sultán, frunciendo el ceño–. No me imagino asistiendo a una fiesta.
Olivia no pudo evitar reírse. Y fue un alivio. Había estado acumulando demasiada tensión.
–Está claro que no eres la clase de hombre hecho para las fiestas.
–No sé cómo divertirme – continuó él con tono preocupado.
De pronto, Olivia se imaginó una escena en que él la sujetaba de las caderas mientras ella lo rodeaba con las piernas en tanto la penetraba. Intuía que eso sería divertido. Tragó saliva.
–Seguro que sí sabes. O, al menos, conocerás maneras de aliviar el estrés.
–Me gusta pasarme unas horas al día practicando con la espada. Creo que somos muy diferentes, incluso más de lo que parece.
Olivia se quedó en silencio un momento. Tuvo la tentación de seguir preguntándole, buscando información para poder conocerlo mejor. Pero decidió no hacerlo. Estaba cansada de buscar respuestas y ser la única que mostraba interés.
–Es un anillo muy bonito. Lo has elegido muy bien – afirmó ella, cambiando de tema.
–Espero que sirva para dar a mi pueblo el mensaje adecuado, que estamos unidos como pareja y que nuestro objetivo es el bien del país.
–Seguro que sí. En la fiesta, yo me ocuparé de coordinar a los empleados para organizar el menú, la música y esas cosas. Tú limítate a… sonreír cuando la gente te sonría.
Metiéndose las manos en los bolsillos, Tarek esbozó la mueca de una sonrisa. Con impotencia, su prometida no pudo hacer más que devolverle la sonrisa. Entonces, cuando los labios de él dibujaron algo mucho más auténtico, a ella le dio un vuelco el corazón.
–Muy bien. Lo haces muy bien. Todo saldrá de maravilla, ya lo verás.
Aunque Olivia no estaba segura de si se lo decía a Tarek o a sí misma.
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