formó parte del paquete accionario que adquirió en 1980 el empresario Julio Vizental, dueño de otro frigorífico exportador ubicado en la vecina localidad de San José. Aun actualmente la historia de la transferencia de estas propiedades constituye “un enredo judicial”, “una maraña que todavía no se ha podido desentrañar”.21 Un diario local da cuenta de los sucesivos traspasos de estos inmuebles:
Es un berenjenal: primero la Liebig’s transfirió todo a Frigorífico Colón SA, o sea Juan Carlos Vizental; después Frigorífico Colón, o sea Juan Carlos Vizental, transfirió sus activos a Swift Armour SA, aunque después Swift Armour SA volvió a desprenderse de todo cuanto tenía en Liebig y lo pasó a manos de Fortitudo, o sea Frigorífico Colón SA, o sea Juan Carlos Vizental.22
Las ambigüedades y opacidades con relación a “quién es el dueño de esto, aquello, lo otro”, que muchos habitantes de Pueblo Liebig siguen considerando una unidad indisoluble, constituyó una fuente de conflictos que actualizó las sutiles y porosas fronteras entre lo público y lo privado en las vidas de quienes, casi durante un siglo, vivieron en los dominios (y bajo el dominio) de Liebig’s.
En segundo lugar, la venta del establecimiento fabril concluyó en la desactivación de la mayoría de las secciones de la fábrica y el cierre definitivo pocos años más tarde. El fin de la fuente de empleo local derivó en el desplazamiento de la población activa hacia regiones aledañas o con perspectivas de empleo.
Toda esa gente tuvo que salir a buscar otra cosa porque se quedó en la nada, y la mayoría eran todas familias numerosas, porque yo de las que conozco el que no tenía cinco tenía siete hijos, el que no tenía seis, eran muchos. Y uno se remonta a eso, a imaginarte cómo habrá sido la vida de esas personas en ese momento, porque ellos te la cuentan y se les caen las lágrimas. A lo mejor ellos pensaron que su vida iba a terminar en ese frigorífico y sin embargo relativamente jóvenes quedaron sin trabajo. Jóvenes y no tan jóvenes, porque para algunas cosas eran jóvenes y si tenía que salir a buscar trabajo en otro lugar ya eran grandes, ya tenían 45, 40, entonces todos los caminos se les achicaban. 23
Como consecuencia de estos cambios, Pueblo Liebig se vio sometido a dos transformaciones que amenazaron las percepciones de los habitantes sobre su “integridad”, sus formas de vida y los referentes identitarios que un número considerable asumía como propios: por un lado, la clausura de la planta, y por otro la pérdida de espacios que recordaban como de uso “colectivo” (no públicos, porque pertenecían a la empresa) y de los que ahora se veían expulsados. Muchos habitantes sueñan aún con que el Estado los expropie y puedan utilizarse para el turismo: proponen un centro cultural, un museo, un lugar donde se muestren cómo se hacían los productos. Pero hasta ahora nada ocurrió; las ruinas de la fábrica siguen, incólumes, recordándoles cada día lo que fue y ya no es.
En el año de la desaparición de la fuente de trabajo vivían en Pueblo Liebig 763 personas y en los años subsiguientes la población continuó decreciendo, llegando a contarse entre los poblados en riesgo de desaparición.24 En la década de 1990 la población se había reducido a poco más de seiscientos habitantes, aproximadamente la mitad de los pobladores estables que tenía a principios del siglo XX.25 Como tantas otras localidades que sufrieron el pavoroso proceso de cierre de fábricas y levantamiento de ferrocarriles que se produjo entre los años 80 y 90 y dejó a miles de localidades aisladas y sin recursos, Pueblo Liebig se transformó de una comunidad de trabajadores, en una multiplicidad de individuos que vivían en su mayoría de planes sociales. En 2001 casi el 45% de la población no contaba con obra social o cobertura de salud, lo que reflejaba un alto grado de informalidad laboral (Lukasch Liebau, 2009).
Los problemas vinculados con esta “nueva” cuestión social se hicieron acuciantes: la falta de caminos asfaltados resintió la comunicación y el transporte, la basura comenzó a inundar los baldíos, el problema de la falta de agua obligó, entre otras cosas, a la intermitencia en las actividades de la escuela; las construcciones, sin inversión, comenzaron a deteriorarse. El problema de la vivienda mostró su cara más degradante: a los cuartos antes reservados para los trabajadores eventuales, se mudaron familias enteras; lo mismo ocurrió con las habitaciones del antiguo hotel. Algunos antiguos pobladores se refieren a estos ocupantes como “gitanos” o los relacionan con la nueva “suciedad” que aqueja al Pueblo, vinculada a la precariedad de su vivienda.
En tercer término, en el último decenio, a la población que conservaba aún su homogeneidad y daba una “fisonomía propia” al lugar, se sumaron otros habitantes llegados desde distintas partes del país: los “venidos y quedados”, como los califica una de estas “nuevas” vecinas para diferenciarlos de los “nacidos y criados” en el Pueblo. Una población “adventicia”, para usar el término que escogió el entonces presidente de la Junta local y cuyo significado, según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, refiere a lo “extraño o que sobreviene, a diferencia de lo natural y propio”.
Todos estos cambios implicaron alteraciones en un modo de vida y una cartografía social que se había reproducido por décadas, al mismo tiempo que modificaciones en la estructura espacial.
Las dificultades dominiales derivadas de las numerosas transferencias del frigorífico –en las que los dueños nunca subdividieron o fraccionaron los inmuebles– y la presencia de situaciones de bordes naturales –como las que constituyen el río y los arroyos– han favorecido una evidente expulsión hacia la zona de los accesos con nuevas intervenciones y equipamientos. En este sentido, se destaca el conjunto de viviendas sociales y los clubes, hacia el hinterland y sobre la costa, en el predio del Club de Pescadores, que ha creado una estructura interna de disposición particular de viviendas privadas. Todas cuestiones que han continuado fragmentando la estructura espacial de la pequeña ciudad, manteniendo grandes intersticios vacíos, al mismo tiempo que ha impedido la contaminación del casco histórico original.26
A partir del inicio del nuevo siglo la población comenzó a ascender ligeramente: en 2001 había 722 habitantes que aumentaron a 770 en 2010.27 También aumentó el número de construcciones y nuevas viviendas, algunas producto de programas sociales.28
Una vecina reciente que instaló un pequeño negocio da cuenta de este crecimiento:
Yo conocí Liebig por primera vez en 2001, estando de paseo, vivía en Rosario […] En 2007 se dio la posibilidad de venir a vivir a Liebig y ahí me quedé. Alquilé frente al club, no había nada, era la única casita que había en ese lugar […] Cuando yo vine a Liebig era un pozo atrás del otro, el turismo no ingresaba justamente por eso, la gente llegaba a proveeduría y daba la vuelta porque era intransitable, yo fui una audaz […] El progreso que yo vi en este tiempo, en estos últimos cinco años, fue impresionante: en el número de población, de edificantes […] desde 2007 hasta ahora hay una cantidad de hijos o de nietos de esa gente que se había ido a Buenos Aires que vuelven.29
Entre los habitantes actuales, una gran parte tiene relación con la empresa Liebig’s: o trabajaron para ella o lo hicieron sus padres, abuelos, o alguno de sus familiares. Varios conforman la tercera o cuarta generación que habita Pueblo Liebig: según el análisis de 141 hogares del casco histórico, el 42,5% de las familias cuentan por lo menos con un antepasado que trabajó durante veinticinco años en Liebig’s.
Según los últimos datos censales, el 22% de las personas que viven en Pueblo Liebig tienen más de sesenta años.30 Este porcentaje se mantiene desde 2001, ya que a pesar del decrecimiento vegetativo es común que muchos regresen tras su jubilación. De estos habitantes mayores, la gran parte, después de trabajar en distintas secciones de la fábrica, culminó su “carrera” en puestos de mando medio: empleados de administración, jefes o capataces, y viven de las jubilaciones otorgadas por la compañía. En el Pueblo quedaron muy pocos de los que habían sido obreros, zafreros o descendientes de estos, a quienes hay que buscar en las zonas periféricas del centro histórico