Jose María Cancela Carral

Tratado de natación


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del hombre ha sido siempre la erecta. En los demás animales, su actitud postural y el natural equilibrio de su cuerpo, con la cabeza alta sin que esto les exija esfuerzo, le es propicio para que solamente actuando con los movimientos de tierra consigan ambas cosas: flotabilidad y la locomoción en el agua. Ahora bien, al hombre desde niño le enseñaron a aprender a nadar, con el fin de empezar cuanto antes a ser útil a la familia y a la tribu. Es lógico que así fuese, ya que la perentoria necesidad de contribuir con alimento al acervo común –pesca en este caso– lo exigía diariamente.

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       Figura 1.1.

       ¿Origen teórico de la natación? (Camiña, Cancela y Rodríguez, 2000)

      Se sabe que la natación primitiva, la adquirida adoptando movimientos primarios, de mimetismo tosco, sin método o técnica de aprendizaje, es tan antigua como la existencia del ser humano. Desde entonces y en todos los lugares, debido a su innegable utilidad, la habilidad de nadar se tuvo en la más alta estima. Sin embargo, las noticias antiguas no son claras ni demasiado abundantes. Habrá que pensar que Adán y Eva, antes de su caída, se bañaban y nadaban en el Éufrates y en el Tigris. Se dijo de Seth, el tercer hijo de nuestros primeros padres, que sobre el año 200 de la creación del mundo nadaba buceando y tapando con su cuerpo los refugios de los peces para evitar que escaparan, atrapándolos después, introduciendo la mano por el hueco de las rocas.

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       Figura 1.2.

       Dibujo descubierto en una cueva de Libia de 9000 años a. C. (Camiña et al., 2000)

      Los antiguos monumentos egipcios, asirios, griegos, etc., nos enseñan figuras de guerreros o de gente menos agresiva atravesando ríos y mares, nadando con diversas posturas más o menos graciosas y algunas hasta sorprendentes para el observador moderno.

      Algún humorista misántropo o escéptico parece que definió la natación como: «El arte de prolongar la agonía del que se ahoga», lo que resultó ser verdad en algunos náufragos desamparados que nadando llegaron a un completo agotamiento; pero es innegable que ese arte le permite al hombre el libre desenvolvimiento en el elemento líquido.

      No es que la natación solamente le de seguridad, sino que le ofrece, incluso, oportunidades para salvar a un tercero de la muerte. Por esta razón, en casi todas las épocas y en casi todos los lugares, el arte de nadar obtuvo la más alta estima.

      Al principio, y siempre, los mejores nadadores se encontraban entre los moradores de las costas, islas, grandes ríos y lagos. Los antiguos no practicaban el arte de nadar únicamente por recreo o por higiene, sino también como principio religioso basado en el temor. Se sabe que los pueblos de la antigüedad lo que más temían era verse privados de las honras de la sepultura. El miedo de perecer entre las olas y el de no tener otra tumba que la del fondo del mar o el lecho de un río los inducía a entregarse a este ejercicio con más ardor y perseverancia que los nadadores modernos, que no se ven guiados por tan altas consideraciones.

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       Figura 1.3.

      Pintura mural etrusca del siglo VI a. C. (Camiña et al., 2000)

      Así, leemos en Petronio que los que estaban en peligro inminente de naufragar, cortaban sus cabellos y colgaban de su cuello las piezas de valor que portaban, alianzas u objetos preciosos, a fin de excitar la piedad y recompensar así a aquellos que encontraran sus cadáveres dándoles sepultura.

      Antiguamente, a los náufragos no se les concedía ningún derecho y eran asesinados, inmolándolos como ofrenda a sus dioses; o bien saqueados y robados (visigodos, etc.).

      Para los egipcios, que tenían un país dividido por múltiples canales que ofrecían a cada paso infinidad de riesgos a todos los que no se familiarizaran con el agua, el arte de nadar era uno de los aspectos más esenciales de la educación pública.

      Los ciudadanos que por profesión tenían algo que ver con el mar, los pescadores y buceadores, eran unos expertos nadadores.

      Los japoneses, ya en tiempos del emperador Sugiu (38 a. C.), realizaban competiciones deportivas anuales entre las que figuraban pruebas de natación.

      Los fenicios, navegantes y comerciantes, no fueron perezosos a la hora de formar equipos de buenos nadadores seleccionados para pasar las barras que impedían la entrada a casi todos los puertos, o ayudar a suavizar las dificultades de paso por montañas de arena, piedras, etc., que las corrientes, ondas y riadas iban formando y convirtiéndolos así en peligrosos viajes. Estos nadadores reclutados por los fenicios eran empleados así mismo para, en el caso de un naufragio, transportar las mercancías y en ocasiones, hasta, para rescatar a pasajeros de las aguas. Hasta hace poco existían en algunos puertos esta clase de servicios, generalmente de raza negra.

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       Figura 1.4.

      Jeroglífico egipcio encontrado en Nagoda (3000 a. C.). (Camiña et al., 2000)

      Algunos dicen que los persas fueron la excepción al depreciar la natación, a causa de que le rendían a los ríos un culto tan idolátrico que ni intentaban mojarse las manos y menos aún introducir todo su cuerpo en ellos. En cambio, el erudito hispano Pedro G. Caldero, apoyándose en Herodoto, Estrabón y Eustacio, les concede la primacía guerrera a los persas, afirmando que practicaban mucho la natación.

      En la India, el Kama-Sutra (el arte de amar), obra escrita en sánscrito por el sabio Vatsyayana (60 d. C.), posiblemente inspirado en Ovidio, exige de toda mujer apetecible el dominio de setenta y cuatro artes adecuadas, entre las cuales se encuentra la natación. Naturalmente, eso es también útil para los hombres. Y, añade, que los juegos de natación se consideran como muy apropiados para la atracción de los sexos. Esto sorprenderá bastante, pero estos estudios aseguran que este avance de cultura se debe a que las tribus de Europa, dos milenios a. C., emigraron a la India y fundaron una cultura de un alto nivel.

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       Figura 1.5.

       Acción náutica del pueblo prehelénico. (Camiña et al., 2000)

      El polígrafo griego Flabio Filóstrato cuenta en su obra Vida de Apolunio de Tiana (cap. 27) que el rey Fraotes hizo construir un estanque de agua corriente para su uso particular, al lado de un campo de juegos.

      Del ilustradísimo Dr. Erwin Mehl, de Viena, buen investigador de natación, tomamos esta frase que define como actividad física ejemplar y tal vez como la descripción más antigua de la combinación del ejercicio atlético y gimnástico con la natación, la cual cita que esa inteligente hermandad de prácticas la encontramos después en los romanos, de los que sabemos que practicaban asiduamente en el extenso campo de Marte la preparación militar y los ejercicios atléticos de tierra y como colofón se tiraban al Tíber, para lavarse del polvo y el sudor y terminar mojándose para quedar luego frescos, segundo relata Flav. Ren. Vegecio en el 390 d. C. (De Re Militan, I, 10).

      Los griegos adoptaron una tendencia educativa libre en todos sus dominios. La vocación y el gusto que este pueblo tenía por el comercio marítimo, la piratería que ejerció largo tiempo, la multitud de islas que poblaba, el gran desarrollo de las costas en el resto del país, el clima relativamente cálido, en fin, todo invitaba a no despreciar un recurso del cual, además del placer que