Lorraine Murray

Boda en Eilean Donan


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      Karen se encogió de hombros.

      —Nunca he fotografiado Eilean Donan. Ni he estado en la capital de las Highlands —le confesó empleando la palabra inglesa para referirse a las Tierras Altas del norte del país.

      Andrew McFarland acudió a la llamada de su padre. Suponía que iba a repetirle lo que tenía que hacer con la fotógrafa, que llegaba esa tarde para la boda de su hermana Ilona. Lo encontró rebuscando algún papel entre la pila de estos que adornaban su mesa en el despacho que tenía en casa.

      —¿Querías verme? —le preguntó a modo de formalismo porque para eso estaba allí—. He quedado esta mañana.

      —Sí. Quería recordarte que esta tarde llegarán Karen Marchand y su ayudante Denise al aeropuerto.

      —Lo llevas haciendo desde ayer a cada momento que me ves.

      —Ya, ya lo sé. Pero dado que eres muy aficionado a olvidar las cosas… Vuelvo a recordártelo. —La mirada del progenitor de la familia fue clara y contundente.

      —Pues no me lo pidas si crees eso de mí. Ya puestos, ¿por qué no envías a Mortimer a que las recoja? Es tu chófer y seguro que hace ese trabajo mejor que yo. Para eso le pagas.

      —Mortimer tiene la tarde libre porque no pienso salir. Y si lo hago conduciré yo. Y, además, quiero que seas tú en persona el que acuda a recoger a las dos mujeres. ¿Te ha quedado claro? —le dijo mirándolo de manera fija para que su hijo no dijera nada más.

      —Vale. Si es lo que quieres. Allí estaré. Descuida —le aseguró encogiéndose de hombros.

      —Toma, es la documentación para el hotel. Déjalas instaladas en este.

      —¿Algo más? —Andrew no se molestó en revisar los papeles. Conocía el hotel de sobra porque su padre siempre lo recomendaba o alojaba allí a sus visitas de negocios. Por otra parte, Inverness no era una ciudad muy grande, de manera que tampoco había que darse prisa en ir a recogerlas al aeropuerto y dejarlas instaladas.

      —Me gustaría que fueras un buen anfitrión. Si te apetece…

      Andrew asintió apretando los labios en un gesto de asentimiento.

      —Descuida. Prometo ser un buen cicerone con las francesas —le aseguró empleando un tono algo irónico para referirse a la nacionalidad de estas.

      —Es la boda de tu hermana. ¿Por qué no pones un poco de interés, Andrew? Supongo que tu madre ha hablado contigo al respecto del traje.

      —Serías capaz de presentarte en vaqueros y en zapatillas. Que no te guste vestir un traje a diario para ir al periódico no significa que vayas vestido como un indigente —le dijo señalando su aspecto en ese mismo momento.

      —Y yo no creo que la gente sea más o menos profesional por la ropa que lleve puesta. Además, si tengo que salir a alguna parte a cubrir una noticia prefiero ir de sport, o como un indigente —le dejó claro, apuntándolo con un dedo—. Creo que voy a hacer algo antes de ir a recoger a las fotógrafas.

      Roger McFarland sacudió la cabeza y resopló. Su hijo no tenía remedio. No lo entendía. Al contrario que su hermana Ilona o el mayor, William, él prefería ir por libre. Le había recordado lo de la vestimenta porque no le cabía la menor duda de que sería capaz de aparecer en la boda de su hermana vestido de cualquier manera. Odiaba los trajes, la etiqueta y todos esos formalismos. Siempre había sido así, y a estas alturas ya no iba a cambiar. De acuerdo que no necesitaba ir trajeado para dirigir el periódico local, pero de ahí a ir con vaqueros y zapatillas deportivas a las oficinas… Eso cuando se presentaba por allí. Que ese era el otro tema que no entendía por más que lo intentaba. La mayor parte del tiempo hacía las gestiones desde casa o desde un pub gracias a las tecnologías. Le bastaba un portátil o el propio móvil para trabajar. En ocasiones pensaba que Andrew era demasiado despreocupado al dirigir el diario a distancia.

      Roger volvió a centrarse en los papeles que estaba revisando antes de que él apareciera. Pero la voz de su esposa lo detuvo.

      —Acabo de cruzarme con Andrew.

      —Sí. Le he recordado que no olvide ir a recoger a las dos fotógrafas al aeropuerto. Llegan esta tarde.

      —¿Y qué te ha dicho? Porque parecía salir de mal humor.

      —¡Que por qué no enviaba a Mortimer! ¿Puedes creerlo, Eileen? —Se quedó contemplándola sin saber qué más podía decir.

      —No entiendo por qué se comporta de esa manera.

      —Le he pedido que muestre cierto entusiasmo por la boda de su hermana, pero no parece por la labor. Eso y que se porte bien con las dos fotógrafas.

      —Sabes lo que opina de las bodas…

      —¡Por san Andrés, Eileen! —exclamó algo enfadado Roger McFarland arrojando sobre la mesa el documento que tenía en la mano—. ¿No irás a repetirme que tiene que ver con su hermano? ¿Es porque Fiona lo eligió a él para casarse? ¿Por eso ha perdido la ilusión por todo? —Contempló a su mujer con los ojos abiertos como platos y los brazos extendidos a los lados, con las manos vueltas hacia arriba. Esperaba que su esposa le llevara la contraria y le dijera que eso era agua pasada.

      Eileen apretó los labios e inspiró acortando la distancia con su esposo.

      —Andrew estaba enamorado de Fiona, pero el destino tenía otros planes para ellos. No ha superado que ella acabara casándose con William. Por cierto, me ha llamado para decirme que estarán aquí mañana.

      Roger resopló.

      —Espero que Andrew se comporte. ¿Lo sabe? ¿Qué William y Fiona estarán en la boda?

      —Supongo que se hará a la idea de que asistirán. Sabes que no quiere saber nada de ellos desde que se marcharon a Glasgow hace un año. Ni siquiera los vio cuando vinieron las pasadas Navidades.

      —Creo que deberíamos decírselo antes de que se encuentren cara a cara. ¡Por san Andrés que Andrew es muy tozudo! Quise comprender su reacción en un principio cuando Fiona rompió con él y meses después comenzó a verse con William. Pero el tiempo ha pasado y…

      —Andrew es muy suyo. Será mejor dejarlo estar por el momento.

      —Le he pedido que sea un buen anfitrión con Karen y su ayudante porque confío en él. Porque considero que es el más apropiado. Pero solo faltaría que lo estropeara con ellas —comentó él resignado.

      —No lo hará. Nuestro hijo da la impresión de estar enfadado con todo el mundo, pero en el fondo es un hombre cabal. Que yo sepa dirige el periódico con eficiencia, aunque a ti te parezca que no lo está haciendo. Solo que trabaja a su manera. Deja que haga las cosas a su modo. No puedes decirle que haga las cosas como a ti te gustaría que las hiciera. Ya no es jovencito. —Sonrió Eileen al ver a su marido de aquel talante.

      —Eso es lo que más me asusta con respecto a lo que le he pedido. Que lo haga a su modo —le aseguró con un gesto de temor en su rostro.

      —Su comportamiento será el correcto, ya lo verás. A veces tengo la impresión de que se comporta así para darte en la cabeza —le aseguró ella sonriendo de nuevo.

      Eileen conocía a su hijo y sabía que, pese a la imagen que Andrew solía dar, de ser alguien despreocupado y que pasaba de todo, no era así. Y ya se daría cuenta su padre.

      Andrew abandonó la casa de sus padres a las afueras de Inverness y se dirigió al centro. En la mano llevaba la información que su padre le había pasado acerca de las dos fotógrafas francesas. Lo dobló y lo guardó en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Claro que se comportaría en la boda de su hermana. Ella era la pequeña y su debilidad, y no iba a fallarle bajo ningún concepto. De eso estaba seguro. Además, ella no tenía la culpa de lo que le sucedía a él.

      Quedó con su redactora