Carlos Gustavo Álvarez

La Libertad en el encierro


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que terminan divorciando a cada persona de una noche de calma y reposición de fuerzas, casi siempre fallecidas en horas de trabajo y de desplazamiento. O de franco desempleo y frustración. En esa desesperación del insomnio aparecen salvavidas de naufragio como Zolpidem, Zopiclona, Sedatif, la valeriana, la manzanilla, el té de banana, el boldo, la mejorana…

      Y las tres goticas de MaxDream que me tomo cada noche y que me permiten escribir esta columna con toda la potestad de quien viviera desvelado “en la noche oscura del alma que son siempre las tres de la mañana”.

      Portafolio, febrero 6 de 2020

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      ImageParásitos

      Una película y una serie por episodios hacen por estos días las delicias de los espectadores y del vasto y tumultuoso mundo de las redes sociales.

      La primera es “Parásitos”, cinta surcoreana dirigida por el talentoso Bong Joon-ho, que, al alzarse con cuatro estatuillas del Óscar, cimbró el mundo de Hollywood y signó la historia del cine. Todos los géneros confluyen en ese naufragio cruento de ricos y pobres –humor, terror, suspenso, drama– encarnados en personajes inolvidables, alados en un guión original gracias a la magia de virtuosos actores.

      La serie es más local, nativa. Vernácula, digamos. La protagoniza Aída Merlano y tiene un elenco innumerable que no solo gira alrededor de esta atractiva barranquillera.

      La verdad es que escapa de la pantalla, como en “La rosa púrpura de El Cairo”, de Woody Allen.

      Ha venido desarrollándose por entregas y tiene todos los ingredientes de las producciones hechas para la taquilla: intriga, sexo, acción, fugas –con cuerda y porrazo, no

      confundir con “La soga”, de Hitchcock--, persecuciones, manipulación, delaciones y corrupción. Mucha, pero mucha, mucha, corrupción…

      ImageTal vez en eso establece una simbiosis –-a partir de este momento la columna se cifrará en un lenguaje plagado de infección y miasma deletéreo— con “Parásitos”. Ella misma lo dijo en la entrevista que se volvió tendencia, basculando entre el agravio y el desdén. Que todo lo que estaba contando no reflejaba otra cosa que la apropiación del país y del Estado por una cepa de parásitos.

      Aquí hay que volver a lo básico. Para entender mejor esto del parasitismo. Wikipedia: “En el proceso de parasitismo, la especie que lleva a cabo el proceso se denomina parásito y la especie parasitada se llama hospedador, hospedante o anfitrión”. Es decir, parásitos son los que menciona Aída, y muchos, pero muchos más.

      La especie parasitada es el Estado colombiano. Sus recursos. Hay predominio de los endoparásitos. Es decir, viven dentro del organismo hospedador. Se lo meriendan, pero lo mantienen vivo. Para beneficiar, también, a los ectoparásitos por la vía del contractus dolo malo.

      El parásito se adapta a la respuesta inmunitaria y el hospedador lo hace también a la vida parasítica. Cómo voy yo ahí, del mismo modo y en el sentido contrario. En palabras del experto en parasitosis Roberto Gerlein, al referirse al efecto reproductor de la infección, que en

      Colombia se conoce como “compra de votos”, así es en la Costa y en todo el país.

      ImageLos parásitos de esta patria saqueada se han extendido por las tres ramas y por varios poderes patógenos, alcanzando lo que se denomina “coespeciación”. Es cuando la relación del hospedador con su parásito o sus parásitos –pues donde come uno comen dos y etc.– se vuelve estrecha, simbiótica.

      Lo anterior no evita el intercambio de sustancia$, que provocan en el hospedador una respuesta inmunitaria. La lex et iustitia, en este caso, es absolutamente inmunoevasora. Un parásito que mata al organismo donde se hospeda se denomina “parasitoide”.

      Lo pueden consultar en el texto “Captura y reconfiguración cooptada del Estado en Colombia” (Luis Jorge Garay).

      Comprobar en las próximas elecciones. Y lamentar en las siguientes emisiones de la saga Merlano.

      Portafolio, 20 de febrero de 2020

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      ImageCoronavirus y dos factores claves

      Ya sin otra opción que confrontar las consecuencias nefastas de la pandemia del Coronavirus, la humanidad está asumiendo de diversas formas esta galopante crisis de la salud universal. Aún lejos del número de infectados y de muertos por el H1N1 (2009), resulta preocupante que la cantidad de infectados ya cuadruplique a los que afectó el Ébola (1976) y que las personas fallecidas se acerquen a la media de los que este se llevó en su contagio.

      Está pasando de todo: restricciones, pánico, cuarentenas, prohibiciones, extremas medidas de salud, confinamientos, peregrinaciones a los supermercados… Lo anterior manejado en el entorno de este nuevo mundo digital, que no logra dar predominio a su capacidad salvadora basada en la verdad y hace que la información naufrague y confunda, en la proliferación de la falsedad.

      Creo que es la primera vez en la historia del mundo, simplemente porque jamás había tenido las características presentes –incluyendo que China exporte un tercio de lo que necesita la humanidad--, que la enfermedad infecciosa nos obliga a asumir nuestras vidas de otra manera. Radical, definitivamente diferente a la cotidianidad de días pasados. Un abanico de situaciones nos fuerza a modificar nuestros comportamientos. Y a tomar desde aquellas grandes decisiones como suprimir vuelos y cancelar desplazamientos

      Imagemínimos. Hasta aplicar con rigor la que parece erigirse como única prevención válida de la contaminación: lavarse las manitas con agua y jabón.

      Hay, sin embargo, dos factores que considero importante mencionar, para darle sentido a esta etapa humana que no sabemos exactamente cómo va a terminar.

      El primero de ellos es el ascendente y la autoridad que los gobiernos tengan sobre sus ciudadanos. Aquí se combinan muchos vectores. La credibilidad de sus mandatarios, la legitimidad de sus procederes, la pulcritud en el manejo de los recursos, la posibilidad de unificar pareceres nacionales y conducir a los gobernados al cumplimiento de precisos objetivos comunes y acciones colectivas por encima de caprichos individuales.

      Lo expresado en el párrafo anterior puede resultar un canto a la bandera. La politiquería y la corrupción, la equivocación en los liderazgos, la perversión de las democracias, están conduciendo a los gobiernos de muchos países al odio y la impopularidad, a un ejercicio agónicamente cómico del poder otorgado.

      Lo anterior puede complicarse si se combina con el segundo factor: la falta de un sólido tejido social, de una íntegra disciplina colectiva. Es decir, una noción clara de las normas de convivencia, que deben obedecerse como si fuera la nacional sirena de alarma en la guerra contra el virus. Una

      Imageabdicación del “yo hago lo que se me dé la gana” y la

      entronización del bien común y los deberes colectivos.

      Los dos factores, sin entrar en detalles y minucias, marcan la diferencia entre lo que está pasando en China y lo que pasa en otros países. Y lo que puede pasar en Colombia, pues el Coronavirus seguirá su avance y los dos factores pueden terminar haciendo parte exponencial de la pandemia.

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