si hubiera esperado aquella respuesta.
–¿Sabes una cosa, Maree? –le dijo a la niña, acariciando sus mejillas–. Eres muy lista –añadió. La niña empezó a balbucear algo, que él pretendía escuchar con mucha atención–. Buena idea. Es justo lo que yo estaba pensando.
–¿Cómo? –preguntó Bethany, divertida.
–Ah, perdón. Estaba consultándole una cosa a mi niña. ¿Sabe que es usted la primera persona, además de mí, que parece gustarle a Maree después de la muerte de sus padres?
Como para darle la razón, la niña estiró sus bracitos hacia ella.
–Ah, ah, ah…
Bethany reaccionó instintivamente, dejando el bolso sobre el capó del coche y alargando los brazos para tomar a Maree en ellos.
–¿Ve lo que quiero decir?
Maree olía a leche y a polvos de talco y Bethany enterró la cara en su cuello para darle un beso. La niña era preciosa, con aquella carita sonriente y regordeta. ¿Cómo podía resistirse?
–Será mejor que me vaya –dijo por fin, devolviéndosela a Nicholas con desgana–. Y gracias por disculparse –añadió, acariciando la carita de la niña–. Adiós, preciosa. Encantada de conocerte.
–No tiene que marcharse –dijo Nicholas de repente.
¿Iba a concederle la entrevista?, se preguntaba, emocionada.
–¿No? –preguntó, sin aliento. ¿Dónde estaba la inteligente y despierta Bethany Dale? ¿Por qué aquel hombre hacía que se quedara sin palabras?, se preguntaba.
–Si sigue queriendo ese artículo, quizá podamos llegar a un acuerdo.
Bethany lo miró con desconfianza. ¿Estaría insinuando que la dejaría escribir el artículo a cambio de que se acostara con él?
–No necesito ese artículo tan desesperadamente.
Él la miró, primero sorprendido y después irritado.
–No estoy hablando de sexo, señorita Dale. Que Lana se haya ido no significa que yo esté desesperado.
–Vaya, muchas gracias –replicó élla, molesta por el comentario.
–No he querido decir que tuviera que estar desesperado para que me gustara usted –corrigió él–. Es usted muy guapa. Lo que quería decir era que me gustaría que se quedase para ayudarme a cuidar de Maree.
La niña volvió a mirar a Nicholas al oír su nombre y Bethany se sintió completamente ridícula. Había creído que él se estaba insinuando y lo único en lo que estaba interesado era en sus habilidades con los niños.
–¿Como niñera? –preguntó, perpleja.
–A cambio, le enseñaré la casa de muñecas y podrá escribir su artículo –contestó él–. ¿Qué creía que iba a proponerle?
–No sé lo que estaba pensando –intentó explicar ella–. Hace un minuto me ha echado de su casa y ahora me propone trabajar para usted como niñera.
–Así es. Quiero que viva con nosotros.
–Es usted un hombre sorprendente –intentó disculparse ella, sintiéndose como una cría.
–¿Le interesa el trabajo?
–No estoy segura –contestó ella. No estaba segura de poder vivir bajo el mismo techo con un hombre que la atraía de forma tan sorprendente. Compartir casa con él sería como jugar con fuego y ella se había quemado anteriormente con Alexander. No necesitaba otro rechazo. No quería darse cuenta de que, mientras ella se sentía afectada por su presencia, él no lo estaba en absoluto.
–Podría tener una habitación con estudio y cocina. Pero tendría que vivir aquí porque la casa está demasiado lejos de Melbourne y yo tengo mucho trabajo. Por supuesto, además de dejarla escribir el artículo, estoy dispuesto a pagar por sus servicios –explicó él, antes de añadir una cantidad que a Bethany le pareció suculenta. El artículo sobre la antigua y misteriosa casa de muñecas de la familia Frakes sería la salvación de su revista y con el dinero que él ofrecía podría cubrir parte de sus deudas, calibraba Bethany–. Sólo será hasta que encuentre a otra persona –añadió él–. Supongo que al albergue de Melbourne no le importará prestármela unos días.
–Ese no es el problema.
–Entonces, ¿cuál es?
El problema era él, se decía a sí misma. Ningún hombre la había excitado tanto como lo hacía Nicholas Frakes. Desde que lo había visto por primera vez, había sentido una atracción irresistible. Si aceptaba trabajar para él y vivir bajo el mismo techo podrían ocurrir dos cosas: que la atracción se hiciera insoportable o que la familiaridad destrozara el hechizo. Sólo había una forma de enterarse.
–Su oferta es atractiva, pero hay que aclarar dos cosas desde el principio. Me encantará cuidar de Maree, pero no soy una criada.
–Muy bien –dijo él–. Contrataré a alguien para que limpie la casa.
–Y no sé cocinar –confesó.
–Pero su tortilla era deliciosa…
–Es lo único que sé hacer, así que si eso me descalifica para el puesto…
–No, no –dijo él rápidamente–. Maree es mi primera preocupación y usted le gusta. Eso es lo más importante. En realidad, yo no soy mal cocinero, así que alternaremos sus tortillas y mis cenas. ¿De acuerdo?
Seguramente, lo que iba a hacer era una locura, pero Bethany se encontró a sí misma sonriendo.
–De acuerdo.
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