se apareció indicando el punto exacto en que había que buscar, o un rayo milagroso partió un árbol como en las minas de oro de El Callao.
–¡Tonterías…!
–¿Y usted lo dice? –intervino Juan Socorro Torrealba incrédulo–. ¿Usted, que trajo al mundo una criatura que tiene más poder que veinte hechiceros juntos…? –Sacó la lengua por entre una inmensa mella de sus dientes y la agitó de un lado a otro en lo que podría considerarse un tic nervioso–. No está bien que yo intervenga, puesto que nadie me da vela en este entierro, pero le repito que aquí, al sur del Orinoco, su hija va a tener demasiados problemas a causa de sus poderes. –Movió la cabeza pesimista–. Demasiados –concluyó.
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