de San Francisco ese giro hacia lo comercial que había dado Los Ángeles les había dejado muy mal sabor de boca», reconocería Adler décadas más tarde. «Y es cierto que éramos una industria comercial. No era ningún hobby.»
Desde el punto de vista de Haight-Ashbury, L.A. era una anticomunidad apolítica, una expansión de barrios residenciales centrada meramente en la mentira del entretenimiento de masas. Los grupos de Haight-Ashbury hubieran estado de acuerdo con el avinagrado cantautor folkie Phil Ochs, quien describió Los Ángeles, su ciudad adoptiva, como «La Ciudad Muerte… el no va más de la exacerbación del materialismo que es Norteamérica». Sin embargo, fue esa misma tensión entre Los Ángeles y San Francisco lo que hizo que Monterey resultara tan fascinante. «Allí vi cómo cambió todo», afirma Judy James, la esposa de Billy James. «Era como si todo el mundo dijera asombrado: “¡Qué fuerte! Hemos dejado de predicar a los conversos”. Llegaban a aquella tienda de drogas y sexo y veían que la gente aceptaba aquella música como banda sonora de todo aquel fenómeno.»
«La industria cambió de manera radical después de Monterey», opina Tom Wilkes, diseñador del famoso póster del festival. «El festival era básicamente una protesta pacífica contra la guerra de Vietnam, el racismo y todo lo que estaba sucediendo. Después, hubo una apertura de miras generalizada.»
Un año después del Monterey Pop, el poeta underground inglés Jeff Nuttall reflexionaba desilusionado sobre el verano del amor. «El mercado se percató de que se podía meter a aquellos revolucionarios en un corralito seguro y darles sus bienes de consumo», escribió. «Lo que no calculamos bien fue el poder y la complejidad de los medios de comunicación, que dieron al traste con todo. Se hicieron con todo el negocio. Y aquello ocurrió en 1967, justo cuando parecía que habíamos ganado.»
2. Back to
the garden Las reuniones campestres
Enciende la lámpara y el fuego, suave esencia de cabaña
Un saludo oportuno acoge con beneplácito el momento de un cambio
VAN DYKE PARKS
I. Un pueblecito
En el verano de 1968, un adolescente desgarbado de Filadelfia se bajó de un autobús en el cruce de Sunset con Crescent Heights. Joel Bernstein, que tenía dieciséis años y estaba de vacaciones con su familia cerca de Disneylandia, se había tomado el día libre dispuesto a localizar el reino mágico de Laurel Canyon. Allí era donde vivía su heroína Joni Mitchell, al igual que tantos otros músicos de la época.
Bernstein, con pinta de tipo aburrido luciendo ortodoncia y camisa con estampado de cachemira, llevaba colgada del cuello una cámara con teleobjetivo. Parecía el chavalín torpe e inexperto de la película Casi famosos de Cameron Crowe, que más que dieciséis años aparentaba unos doce. A la cegadora luz del sol consultó un mapa de 1966 que Frank Zappa había supervisado por encargo de Los Angeles Free Press. En el mapa Laurel Canyon aparecía como «el Santuario de los Freaks».
El camino subía sin cesar y Joel avanzaba con dificultad entre aquel sol deslumbrante y neblinoso. Los coches pasaban zumbando por su lado constantemente en las curvas serpenteantes del Boulevard. Se percató de los sonidos que parecían proceder de las paredes del cañón; era como si alguien hubiera enchufado una radio gigante. En la siguiente curva, Joel se encontró a dos melenudos —puede que fueran dos de los «freaks» a los que se refería Zappa— en el porche de una casa ubicada en la ladera del cañón. Estaban sentados a la sombra rasgueando sendas guitarras. Sin ningún tipo de condescendencia, le invitaron a sentarse con ellos y le ofrecieron un canuto. Joel declinó el ofrecimiento, pero apreció la aceptación implícita en aquel gesto. Al cabo de un ratito continuó su camino, y al final llegó a la Laurel Canyon Country Store, en el 2018 de Laurel Canyon, tal y como aparecía indicado en el mapa de Zappa. Sediento como estaba tras el lento pero constante ascenso, se compró un refresco que se bebió de un trago allí mismo.
Más arriba, en la esquina de Laurel Canyon con Lookout Mountain Avenue, Joel vio una gran cabaña de madera. En su exterior había apiñada una pila de basura de la que sobresalía el diseño enmarcado del último disco de Zappa, Lumpy Gravy. Dio la vuelta a la cabaña y se encontró con una mujer guapa que sostenía en los brazos a una niña pequeña morena. Se trataba de Gail, la esposa de Zappa, y de su hija Moon Unit. Joel les hizo una foto a escondidas en el jardín.
Joel no dio con Joni Mitchell, que se encontraba fuera de la ciudad, pero con aquel calor y aquella luz de verano, Laurel Canyon le pareció un lugar tan extraordinario que no le importó. Parecía un universo propio, tan alejado de la ciudad como si Joel se hubiera ido hasta la otra punta del mundo. «Para cualquiera de la infinidad de personas que llegaba a Los Ángeles desde el Este», comenta hoy Bernstein, «la experiencia de Hollywood giraba básicamente en torno a Sunset o Santa Monica Boulevard, así que cuando empezabas a subir con el coche por aquellos cañones pensabas: “¿En serio que este paraje totalmente rural está a menos de un kilómetro de la oficina de la que acabamos de salir?”.»
La reacción que experimentó Bernstein en Laurel Canyon era la típica que experimentaban a finales de los sesenta los numerosos músicos y habituales de la escena musical al irrumpir en la zona. El cañón, un laberinto de callejones tortuosos y escarpados, atraía a la gente del mundillo del rock de la misma manera que había atraído a artistas de todo tipo durante medio siglo. Lauren Canyon, que se alzaba entre las llanuras de Los Ángeles al sur y el Valle de San Fernando al norte, sobresalía por encima de todo; era el Shangri-la de moda para los melenudos que se tomaban la vida con calma, encaramados en aquellas cabañas con unas vistas espectaculares de la cuenca de Los Ángeles que crecía sin cesar. Allí se alzaban pinos y robles junto a palmeras y eucaliptos; la yuca y los matorrales recubrían las laderas abruptas y colgaban por las casas encastradas; los conejos y los coyotes merodeaban entre la vegetación. «El cañón era un lugar antiguo y silvestre, extraño a la par que interesante», opina Lenny Waronker, que creció en el lujoso barrio de Bel Air pero que visitaba de vez en cuando a sus artistas residentes en el cañón. «Era interesante por su situación geográfica y por cómo se relacionaba con el resto de Hollywood.»
«Subías a Laurel Canyon Boulevard desde Sunset Strip y enseguida tenías la Country Store a tu derecha», dice Henry Diltz, que se mudó al cañón en 1964. «Luego girabas a la izquierda en Kirkwood Drive, que era una gran estribación que iba hacia arriba. Muchos músicos vivían allí y todos bajaban a reunirse en la Canyon Store.» Lookout Mountain Avenue era una segunda estribación; justo al lado vivía Frank Zappa con su familia y su séquito, y algo más arriba Joni Mitchell. «A menos de medio kilómetro de la casa de Joni estaba la escuela Wonderland», continúa Diltz. «Luego podías o bien girar a la izquierda y seguir subiendo por la colina por Lookout, o tirar recto pasando la escuela por Wonderland Avenue. Había muchas venitas, arterias y capilares, y muchos músicos vivían en aquellas calles sinuosas.»
Para Diltz y sus colegas músicos, Laurel Canyon era el antídoto perfecto para el estrés y la contaminación de la ciudad. «Poder esconderte del mundo en un cañón en medio de Los Ángeles es algo extraordinario», comentaba Lisa Cholodenko, directora del largometraje Laurel Canyon, de 2003. «Allí arriba la gente adopta una especie de actitud irreverente, parecida a la que experimentaban los personajes de la serie de los setenta Land of the Lost, en medio de una ciudad hiperactiva y muy estresante.» Cholodenko situó su película rock en Laurel Canyon, porque a pesar del flujo constante de abogados y otros profesionales hacia esa zona, aquel lugar le seguía pareciendo «bastante relajado, sucio y terrenal, con su punto de insensatez».
La geografía montañosa de la cuenca de Los Ángeles propicia la existencia de numerosos cañones que recorren de norte a sur la mayor parte del camino que separa el desierto del océano. Laurel Canyon, al ser el más cercano a Hollywood, es simplemente el más poblado. «Hay cañones cada treinta o cincuenta kilómetros por lo menos», comenta Chris Darrow. «Siempre han tendido a convertirse en refugio de artistas, músicos y gente con un estilo de vida alternativo.» En la primera década del siglo veinte, Laurel