Sherryl Woods

E-Pack HQN Sherryl Woods 3


Скачать книгу

quejado del limitado menú. El café estaba bien fuerte y había huevos, beicon, tostadas y gachas a tutiplén. Todo el mundo parecía satisfecho con la reducida selección. Las cestas de pastitas gratuitas que Cora Jane había insistido en poner en las mesas también habían tenido un gran éxito, y los clientes de toda la vida se habían alegrado mucho al volver a ver a Emily, Gabi y Samantha trabajando junto a su abuela.

      Con la ayuda de dos camareras más, las tres hermanas habían logrado que todo funcionara de maravilla, pero no les había quedado tiempo para seguir con la limpieza del interior del restaurante; cuando la terraza empezó a vaciarse un poco por fin, Emily pudo tomarse un respiro y se acercó con una taza de café a una mesa que estaba junto a la baranda y desde la que se veía el océano… y también el aparcamiento.

      Samantha se sentó junto a ella, apoyó los pies en otra silla con un suspiro de alivio, y le preguntó en tono de broma:

      –¿Estás buscando a alguien?

      –No, ¿por qué?

      –Porque has pasado un montón de tiempo con los ojos pegados al aparcamiento, y he pensado que estarías preguntándote dónde está Boone.

      –Nos aseguró que vendría a primera hora –contestó, con la voz teñida por años de dudas y amargura–. Por mucha fe que la abuela tenga en él, está claro que no se puede confiar en su palabra.

      –La ha llamado justo cuando llegamos aquí esta mañana, y anoche habló con Gabi para explicarle lo que pasaba.

      Emily se tensó al oír aquello.

      –¿Llamó a Gabi?, ¿por qué?

      –Para encargarle un trabajo.

      –¿Qué clase de trabajo?

      –Venga ya, no me digas que estás celosa de tu propia hermana –le dijo Samantha, con una sonrisa de oreja a oreja.

      –No digas tonterías, lo que pasa es que me parece curioso que la haya llamado a ella. ¿Desde cuándo tienen una relación tan estrecha?, ¿por qué no nos llamó a alguna de nosotras dos?

      –Pues puede que sea porque ella es la que tiene experiencia en relaciones públicas. Si me das dos segundos, te lo explico para que te quedes tranquila.

      Emily sabía que estaba exagerando, que estaba buscando excusas para criticar a Boone y poder mantener las distancias con él, así que respiró hondo y asintió.

      –Venga, explícamelo.

      Samantha le contó los problemas que habían encontrado al inspeccionar con mayor detenimiento el restaurante de Boone, el plan que había ideado él para lidiar con la situación, y el papel que iba a jugar Gabi desde el punto de vista publicitario.

      –Esta mañana tenía que reunirse con la gente que está poniendo a punto el restaurante, ver por sí mismo la gravedad del problema, y tomar las decisiones pertinentes.

      –¿Y qué pasa con Tommy Cahill?, ¿dónde está? Iba a empezar a reparar el tejado hoy mismo, Boone se lo prometió a la abuela. Han anunciado tormentas para última hora de esta tarde, el local se va a inundar si no colocan aunque sea una lona ahí arriba.

      –Tommy está con Boone para evaluar los daños y ver lo que hay que hacer en el restaurante, ha quedado aquí con su cuadrilla a las once –Samantha miró hacia el aparcamiento al oír que llegaban varias camionetas–. Aquí están, justo a tiempo –miró a Emily con expresión elocuente al añadir–: No deberías ser tan dura con Boone. Ayer estuvo aquí todo el día, pensó en la abuela y en el Castle’s antes que en sus propios problemas.

      Emily era consciente de que le había juzgado mal de nuevo, así que no tuvo más remedio que admitir:

      –Tienes razón, ya sé que estoy buscando excusas para no llevarme bien con él.

      –Porque te da miedo.

      –¿El qué?

      –Volver a enamorarte de él.

      –Eso no va a pasar –insistió, a pesar de que su hermana había dado justo en el clavo.

      Samantha esbozó una amplia sonrisa al oír aquello, y se limitó a decir:

      –Podría apostarte algo a que sí, hermanita, pero no hay que quitarle dinero a los ilusos.

      Después de su conversación con Samantha, Emily entró en el restaurante y se sentó en uno de los reservados con su portátil para intentar trabajar un poco antes de que tuviera que seguir ayudando a servir mesas o a limpiar. Tenía un listado de proveedores con los que quería contactar para ver cuál era la disponibilidad de los muebles para hoteles de montaña que ofrecían. Como tenía tan poco margen de tiempo para maniobrar, no podía hacerle un pedido a alguien que no tuviera en stock gran parte de lo necesario, y en cantidades suficientes. No podía darse el lujo de esperar a que le entregaran artículos hechos a medida.

      Llevaba un rato tomando notas y mirando páginas web cuando se dio cuenta de que B.J. estaba parado junto a la mesa.

      –Hola –le saludó, sonriente.

      El niño se acercó un poco más.

      –¿Qué haces?

      –Buscar muebles.

      –¿Puedo verlo?

      –Claro –le contestó, antes de apartarse un poco a un lado para dejarle sitio.

      El niño se colocó de rodillas sobre el banco y, cuando se inclinó un poco hacia ella, el contacto de aquel cuerpecito con olor a niño la tomó desprevenida. No se había planteado nunca la posibilidad de ser madre, pero de repente estaba sintiendo una especie de instinto maternal. Sentir aquello fue toda una sorpresa, pero la experiencia no le resultó nada desagradable.

      Al ver cómo fruncía el ceño, cómo sacaba la puntita de la lengua entre los dientes mientras observaba la pantalla con atención, se dio cuenta de que había visto a Boone poner aquella misma cara una o dos veces cuando estaba pensativo.

      Al cabo de unos segundos, el niño la miró y comentó con cierta vacilación:

      –Todo eso quedaría bastante raro aquí.

      Ella se echó a reír al oír aquella certera valoración, y admitió:

      –Sí, es que es para ponerlo en otro sitio. Anda, dime por qué te parece que no quedaría bien aquí.

      –Todo es muy oscuro, y demasiado grande.

      –Exacto. Tienes buen ojo. ¿Se te ocurre dónde podría quedar bien?

      –En algún sitio muy grande.

      –¿Crees que quedaría bien delante de una gran chimenea de piedra?

      Los ojos del niño se iluminaron.

      –¡Ah!, ¿es uno de esos sitios donde la gente va a esquiar en invierno?

      Era sorprendente que tuviera tanto acierto.

      –Exacto. Son muebles para un hotel de montaña que van a abrir en Colorado.

      –¡Genial! Pero yo creo que quedarían mejor en rojo.

      Emily se echó a reír al verle tan seguro a la hora de dar su opinión.

      –¿Por qué?

      –Porque es mi color preferido, el color de los coches de bomberos y de las manzanas de caramelo.

      –Y supongo que a ti te gustan las dos cosas.

      –Sí –su sonrisa se desvaneció–. Y era el color del coche de mi madre, el que eligió antes de morir –la miró a los ojos al confesar–: Papá se lo compró para darle la sorpresa en su cumpleaños, pero mamá no llegó a conducirlo nunca porque se puso muy malita.

      Emily tuvo que tragar el nudo que se le formó en la garganta antes de poder decir:

      –Lo siento.

      –A