equivoco –insistió su hermana, en un claro intento de quitarle hierro a sus palabras.
–Me gustaría que fuera así, pero la verdad es que has acertado de lleno. El problema es que no sé cómo cambiar las cosas, no puedo pasar a tener una nueva vida solo con chasquear los dedos.
–¿Estás segura de eso? Puede que solo tengas que chasquearlos cuando la persona adecuada esté cerca.
–¿Te refieres a Boone?
–Exacto.
–¿Aún piensas que es el hombre adecuado para mí y que yo soy la mujer adecuada para él, teniendo en cuenta el daño que le hice y todo lo que ha sufrido en los últimos tiempos?
–Da igual lo que yo piense… y también da igual lo que piensen la abuela y Samantha, aunque te adelanto que las dos están de acuerdo conmigo. Lo único que importa es lo que pienses tú.
–Y Boone. Su opinión también es fundamental en todo esto, y está bastante molesto conmigo.
–Es comprensible.
–Sí, pero justo por eso estamos hablando de una batalla muy dura.
–La Emily con la que me crie no se achantaría ante las dificultades.
–Pero esa Emily ya no existe, tú misma acabas de admitirlo.
–Yo creo que aún sigue ahí, solo tienes que encontrarla –le aseguró Gabi, sonriente–. Has aprendido a luchar para conseguir trabajos cada vez más grandes, ¿no? Pues ahora tienes que recordar cómo se lucha por una relación.
–¿Y qué pasa con Boone?, ¿crees que aún existe el hombre que estaba locamente enamorado de mí?
–Claro que sí, cielo, eso lo sabe cualquiera que os vea juntos. Las chispas que saltan entre vosotros bastarían para incendiar el pueblo entero, lo que pasa es que él está luchando con todas sus fuerzas por contenerlas.
–Y con razón –admitió Emily, descorazonada–. ¿Qué pasa si al final no puedo renunciar a mi carrera y vuelvo a irme?
–Si hicieras eso, serías una idiota. Yo no creo que vayas a perder nada; al contrario, puedes ganarlo todo –le apretó la mano en un gesto cariñoso, y añadió–: La hermana a la que conozco y quiero no es ninguna idiota y, en el fondo, ella sabe que no lo es.
A Emily le habría gustado que se le contagiara la fe que Gabi tenía en ella. Si seguía sus consejos, el riesgo era muy grande… tanto para Boone como para ella, pero sobre todo para el niño. Boone y ella eran adultos y podían lidiar con lo que pasara, fuera lo que fuese, pero sería egoísta y reprobable poner en juego los sentimientos de B.J., en especial si no estaba segura al cien por cien de lo que quería.
Se dio cuenta de que eso era lo que el propio Boone había estado advirtiéndole desde el principio.
Capítulo 8
Cora Jane miró atónita a Emily, y al cabo de unos segundos alcanzó a decir:
–¿Te vas?, ¿cómo que te vas? ¡Aún queda trabajo por hacer!, ¡creía que ibas a quedarte un par de semanas como mínimo!
–Eso era lo que tenía pensado, pero tengo un trabajo en Los Ángeles que está en un punto crítico –le explicó ella, mientras intentaba esquivar la mirada llena de consternación de Gabi–. La clienta es muy exigente y está a punto de sufrir un ataque de nervios porque las cosas aún no están terminadas, tengo que ir a revisarlo todo en persona para que se calme. Por si fuera poco, mi cliente de Aspen tiene que revisar y darle el visto bueno a lo que tengo pensado para su proyecto. Como aquí todo está bastante controlado, me ha parecido un buen momento para irme.
–¿Te vas porque no quise hacer las reformas que sugeriste? –le preguntó su abuela.
Fue Gabi, que no se había tragado sus excusas ni por asomo, la que contestó:
–No, abuela. Se va por una conversación que ella y yo tuvimos anoche. ¿Verdad que sí, hermanita?
Cora Jane las miró con preocupación.
–¿Qué conversación?, ¿discutisteis por algo?
–No, para nada –le aseguró Emily.
Le suplicó con la mirada a su hermana que no dijera nada más, pero Gabi respondió con una mirada desafiante antes de explicarle a su abuela lo sucedido.
–Yo le dije que debería volver con Boone, que tenía que encontrar la forma de forjarse un futuro con él, pero está claro que se asustó y que ha decidido salir huyendo.
–No me voy por lo que me dijiste, ni por Boone –protestó Emily–. Tengo varios trabajos pendientes y en los últimos días los tengo muy descuidados, voy a estar fuera un par de días como mucho.
–Ah, ¿solo es un viaje corto? –le preguntó su abuela con alivio.
–Sí, claro –no era cierto, pero lo dijo para que dejaran de presionarla.
–A menos que se le ocurran media docena de excusas más para no volver –insistió Gabi, inflexible.
–¡No hables sin saber! –se enfurruñó al ver que su hermana parecía conocerla tan bien. La verdad era que había estado ideando excusas para mantenerse alejada de allí y evitar todas las complicaciones que acechaban en el horizonte–. Bueno, me voy ya. Mi vuelo sale esta tarde, tengo que darme prisa.
–¿Cómo piensas ir al aeropuerto?, no tienes coche –le recordó Gabi, con una sonrisa muy ufana.
–Samantha me ha dado permiso para que vaya en el coche que ella alquiló allí. Lo entregaré antes de irme, y alquilaré otro cuando vuelva. Tú tienes aquí tu coche y la abuela el suyo, apenas hemos usado el alquilado –explicó Emily.
Samantha entró justo entonces en la cocina y debió de notar la tensión que reinaba alrededor de la mesa, porque preguntó:
–¿He hecho algo mal?, ¿qué tiene de malo que le haya dado permiso para que se vaya en ese coche?
–Que le has puesto muy fácil la huida –le contestó Gabi con exasperación–. La culpa no es tuya, yo creo que sería capaz de marcharse hasta haciendo autostop si no le quedara otra alternativa –se levantó de la silla y salió de la cocina sin más.
–¿Por qué está tan enfadada? –preguntó Samantha.
–Cree que estoy huyendo porque estoy asustada –le explicó Emily.
–Pues claro, eso es lo que haces siempre.
Emily la miró consternada; como de costumbre, las acusaciones de Samantha tenían un peso del que carecían las de Gabi, y se puso a la defensiva de inmediato.
–¡Eso no es verdad!
–Es lo que hiciste hace diez años, ¿no? Yo ya estaba en Nueva York, pero todas nos dimos cuenta de que te asustó la intensidad de lo que sentías por Boone y saliste huyendo.
–Me marché porque quería lanzar mi carrera profesional en otro sitio –le espetó con impaciencia.
–Sí, en cualquier sitio que estuviera lejos de Boone. ¿A que tengo razón, abuela?
–Sí, yo también tuve esa impresión.
–Y mira lo bien que te salió la jugada –siguió diciendo Samantha–. Él te dio la sorpresa del siglo al seguir adelante con su vida y tú te quedaste dolida, confundida y amargada.
–No tienes ni idea de lo que pasó, y no tengo tiempo de discutir contigo. ¿Dónde están las llaves del coche?
Su hermana se las lanzó antes de decir:
–La documentación está en la guantera.
–Gracias –después de darle las gracias con sequedad, le dio un abrazo y besó a su abuela en la frente–. Te quiero, volveré pronto.
–Más