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así? ¿Os gustaría ver algún cambio? Si no es así, haré que el contratista venga mañana a primera hora, y empezaré con las llamadas para encargar el mobiliario y los accesorios.

      Tricia se acercó más a su marido y le tomó del brazo; a pesar de lo huraño que era con Emily, saltaba a la vista que adoraba a su mujer.

      –Todo es perfecto. ¿Verdad que sí, Derek?

      Él la miró con una sonrisa indulgente.

      –Lo que tú digas, está claro que tienes mucho mejor gusto que yo en estas cosas.

      Tricia se echó a reír, y le dijo a Emily:

      –Si lo dejáramos en sus manos, todo sería marrón para que no se notaran demasiado las manchas. Puedes empezar ya, Emily. Tienes nuestro visto bueno.

      –Fantástico. Os informaré a diario de cómo va todo, y volveré tan pronto como pueda.

      En cuanto salió de la reunión, fue directa al aeropuerto para tomar el avión que iba a llevarla a Denver; una vez allí, tendría que tomar otro con destino a Atlanta, y después otro más con destino a Raleigh. Esperaba tener el tiempo suficiente para idear algún argumento convincente con el que convencer a Boone de que la dejara ver a B.J., pero, por desgracia, tenía la impresión de que no iba a ser capaz de imaginarse ninguna situación en la que él pudiera perdonarla por haberle hecho daño a su hijo.

      Desde que Tommy y su cuadrilla habían empezado a trabajar en su restaurante, Boone había conseguido mantenerse alejado del Castle’s durante dos días seguidos. Su hijo no estaba nada contento con aquella situación, y ninguna de las actividades que le había preparado había salido demasiado bien; al parecer, se había portado fatal durante el día que había pasado con Alex, había sido grosero cuando había asistido a un partido de la liga menor de béisbol con otra familia, y se había quedado sentado delante de la tele sin decir ni una palabra en todo el día cuando le había dejado en casa con una canguro.

      –¿Tengo que castigarte para que se te meta en la cabeza que no está bien ser grosero cuando alguien te invita a ir a algún sitio? –le preguntó con frustración–. Lo haré si no me queda más remedio. Pasarás lo que queda de verano en casa con una canguro, sin juegos ni tele.

      –Me da igual –le contestó el niño con cabezonería.

      –Esa actitud no te beneficia en nada.

      –¡Me da igual! –insistió el pequeño, antes de ir a su habitación hecho un basilisco.

      Boone se quedó allí plantado, luchando con la frustración que sentía. Emily tenía la culpa de lo que estaba pasando, eso estaba claro como el agua. No habían vuelto a saber nada de ella después de aquella primera llamada, y, aunque no se había comprometido a estar en contacto con B.J., era obvio que el niño la echaba de menos y tenía la esperanza de que ella le volviera a llamar.

      El partido de fútbol era al día siguiente, y él no sabía si dejarle ir o castigarle con quedarse en casa por cómo se había comportado durante los últimos días. Al final se decidió por la primera opción. El pobre ya estaba lo bastante triste como para hacer que se perdiera un partido que estaba esperando con tanta ilusión. A lo mejor se animaba al jugar.

      El partido empezaba temprano, así que, cuando llegó el sábado, Boone despertó al niño a las siete de la mañana.

      –No voy a ir, papá.

      –Llevas toda la semana hablando de este partido, es el primero que jugáis después del huracán.

      –Yo quería que Emily me viera jugar.

      –Ni siquiera está en el pueblo –dijo, rezando para que fuera cierto.

      –¿Cómo lo sabes?, ¿te lo ha dicho la señora Cora Jane?

      –No, pero Emily te advirtió que seguramente no volvería a tiempo.

      –¡Pero puede que sí! Podríamos llamar para asegurarnos, tú tienes su número de teléfono.

      Boone flaqueó un poco al verle tan esperanzado, pero no cejó en su intento de hacerle cambiar de opinión.

      –Si hubiera vuelto, seguro que la señora Cora Jane nos lo habría dicho.

      –No, a lo mejor cree que estás enfadado con Emily; además, apuesto a que no vendrá a ver el partido si tú no le das permiso.

      Estaba claro que su hijo era demasiado listo y se enteraba de todo, así que no tuvo más remedio que claudicar.

      –Vale, voy a llamarla, pero no te sorprendas cuando resulte que aún está en California, o Colorado, o donde sea que haya ido.

      Buscó el número en el directorio del teléfono, la llamó, y ella contestó casi de inmediato. El sonido de su voz despertó en su interior sentimientos que, después de aquella última decepción, él esperaba que estuvieran muertos y enterrados.

      –Hola, soy Boone –la saludó con rigidez.

      –Sí, ya lo sé.

      –A B.J. le gustaría saber cuándo vas a volver –quiso dejar muy claro que a él le daba igual si volvía o no.

      –Llegué anoche. La abuela me ha dicho que no te ha visto en los últimos días, ¿es que no quieres que B.J. se relacione con nadie de mi familia?

      –No es eso. He estado muy ocupado con mi restaurante.

      –Claro, demasiado ocupado como para traer al niño y correr el riesgo de que vuelva a tratar conmigo, ¿no?

      –Vale, sí, lo admito.

      –¿Para qué me has llamado?

      –El partido de fútbol de B.J. es esta mañana.

      –Ya lo sé.

      –Quiere que vayas a verle jugar.

      –¿Y qué es lo que quieres tú?

      Él bajó la voz al admitir:

      –Que mi hijo vuelva a ser feliz –sabía que era una respuesta demasiado reveladora, que estaba dándole demasiado poder a Emily.

      –¿Estás de acuerdo en que vaya? –le preguntó ella, para que quedara claro.

      –Sí, pero…

      –Sí, no hace falta que lo digas. Me esforzaré por no volver a ser tan desconsiderada con sus sentimientos; además, le tengo preparada una gran noticia.

      –¿Qué noticia?

      –A mis clientes les encanta la tapicería que él eligió para ellos; de hecho, os han invitado a pasar unos días en su hotel de Aspen.

      A Boone le costó creer lo que acababa de oír.

      –Será broma, ¿no? ¿Siguieron los consejos de un niño de ocho años? ¿Sabían la edad que tiene?

      –Sí, y la invitación va en serio. Debo admitir que el rojo no me convencía tanto como a B.J.

      Boone recordó el día en que el niño había hecho la sugerencia, el día en que había estado hablando con Emily acerca de cuánto le gustaba a su mamá el color rojo. Era increíble que, en cierta forma, el interior de un elegante hotel de montaña acabara siendo una especie de homenaje a Jenny gracias a su hijo.

      –Va a ponerse muy contento –se limitó a decir.

      Lo cierto era que el niño iba a ponerse como loco de contento por el mero hecho de que Emily fuera a verle jugar. Su inesperado éxito como diseñador de interiores tan solo iba a ser la guinda del pastel.

      Emily llegó al campo de fútbol cuando el partido acababa de empezar y fue hacia las gradas procurando no llamar la atención, pero justo entonces hubo una pausa en el juego y B.J. la vio desde el campo. El niño echó a correr hacia ella a toda velocidad, y la abrazó con tanto ímpetu que estuvo a punto de tirarla