somos personas ocupadas que entienden de obligaciones.
–Madre mía, qué romántico. No me extraña que la abuela se haya propuesto buscarte un reemplazo adecuado.
–Wade no es el hombre adecuado para mí –protestó Gabi.
–Es guapísimo, amable y divertido, y da la impresión de que está deseando caer rendido a tus pies. Yo diría que eso le pone bastante por encima de… oye, ¿cómo se llama tu novio? ¿Por qué no nos hablas más a menudo de él, si es tan perfecto para ti?
–Se llama Paul, y no os hablo más de él porque no quiero aguantar vuestros comentarios. La abuela tiene a Jerry, pero no veo que ni Samantha ni tú estéis viviendo ninguna gran historia de amor, así que vuestras opiniones no me sirven –la miró con expresión interrogante–. A menos que haya algo entre Boone y tú, y no me haya enterado. Has comentado que habéis hecho las paces, ¿significa eso que has aceptado tu destino y te has acostado con él?
A Emily le habría encantado poder decirle que sí, aunque solo fuera para borrar aquella sonrisita burlona de su cara… Bueno, la verdad era que se le ocurrían más razones para desear que las cosas se hubieran puesto al rojo vivo entre Boone y ella. A pesar de todo lo que se habían dicho el uno al otro, por mucho que afirmaran que debían mantener las distancias, a pesar de los días que había pasado lejos de allí para volver a ver las cosas en perspectiva, anhelaba volver a sentir las caricias de aquel hombre sobre su cuerpo… a pesar de que sería un error enorme.
Capítulo 10
A Boone empezaron a asaltarle las dudas mientras iba camino del Castle’s en su coche. Cada minuto que pasaba junto a Emily hacía que las cosas se complicaran más y más, cuando estaban en el restaurante había estado a punto de besarla. Puede que fuera ajeno a las consecuencias que podrían tener algunos de sus actos, pero tenía muy claro que un beso sería su perdición. La fuerza de voluntad a la que se había aferrado para lograr mantener a distancia a Emily se desvanecería como por arte de magia.
–Mi trofeo es súper chulo, ¿verdad? –comentó B.J., que agarraba el pequeño trofeo de plástico como si fuera el de la Super Bowl.
–Sí.
–Puede que la señora Cora Jane quiera ponerlo en una vitrina.
–¡Oye! ¿Y yo qué? ¿Qué pasa si quiero exponerlo en mi restaurante?
–¿En serio? –le preguntó el niño con incredulidad.
–¿Por qué no? Eres mi hijo, y es el primer trofeo que ganas. Hay que ponerlo donde la gente pueda verlo, para que todo el mundo sepa lo orgulloso que estoy de ti –le lanzó una rápida mirada antes de añadir–: ¿Qué te parece? ¡Será el primer trofeo expuesto en Boone’s Harbor!
–¡Genial! Lo puedes poner allí, pero antes quiero enseñárselo a Emily y a la señora Cora Jane.
–Claro.
–¿De verdad que Emily te ha dicho que quiere que la ayude a elegir cosas para el Castle’s?
Boone sonrió al verle tan entusiasmado.
–Bueno, admito que la idea ha sido mía, pero está deseando que le des tu opinión.
–¿Por qué le has dicho que me pida consejo a mí?
–Porque sé lo persuasivo que puedes ser y cuánto te quiere la señora Cora Jane, y puedes ayudar a Emily a convencerla de que acepte sus propuestas. Para ella es algo muy importante.
–Sí, la señora Cora Jane está muy, pero que muy en contra de hacer cambios. Yo la entiendo, el Castle’s me gusta mucho tal y como está.
–¿Piensas decirle eso a Emily?
El niño sonrió al admitir:
–¡Claro que no! Si se lo digo, no le hará falta que la ayude.
–Yo creía que lo que más le gustaba de tenerte como asesor era tu franqueza.
–¿Mi qué?
–Le dices lo que piensas de verdad, ella cuenta con eso.
–Sí, pero es que no quiero herir sus sentimientos.
Boone se echó a reír.
–Acabas de topar con el eterno dilema de los hombres.
–¿Qué? –preguntó el niño, desconcertado.
–Lo entenderás cuando seas grande. Los hombres siempre estamos buscando el equilibrio perfecto entre admitir la verdad, ser diplomático, y decir lo que una mujer quiere oír. Solemos meter bastante la pata.
–Suena muy complicado, no sé si vale la pena romperse tanto la cabeza por las chicas.
–Es complicado, eso te lo aseguro –le dijo Boone, que era de los que habían metido la pata un montón de veces. Sonrió al asegurar–: Pero sí que vale la pena, ya lo verás.
Cora Jane estaba en la cocina, repasando con Jerry los platos especiales que iban a servir al día siguiente, cuando B.J. entró como una tromba seguido de Boone, que iba a un paso más pausado.
–¿Qué es eso, jovencito? –le preguntó ella, sonriente, al ver el trofeo que tenía en las manos, a pesar de que Emily ya le había contado el gran día que el niño había tenido en el campo de fútbol.
–¡He marcado el gol de la victoria! Me han dado un trofeo y papá va a ponerlo en una vitrina en su restaurante, porque es el primero que gano.
Ella se echó a reír ante semejante despliegue de entusiasmo.
–Qué bien, debe de sentirse muy orgulloso de ti.
–Claro que sí –afirmó Boone.
–¿Dónde está Emily? –el niño no cabía en sí de emoción–. Ha tenido que irse antes de que me dieran el trofeo, quiero enseñárselo.
–Está en el comedor con Gabi. Ve a enseñárselo, seguro que está deseando verlo.
–Y después ven otra vez a la cocina, quiero que me cuentes cómo has marcado ese gol –apostilló Jerry.
–¡Vale! ¿A que ha sido genial, papá?
–Sí, una pasada.
Boone no pudo ocultar su preocupación al verle ir al comedor, y Cora Jane le observó unos segundos en silencio antes de preguntar:
–¿No vas con él?
–No, Emily y él tienen que hablar de un par de cosas. ¿Os importa si me sirvo un café y me quedo haciéndoos compañía?
–Me parece que estás evitando a mi nieta. ¿Por qué?, yo pensaba que habíais hecho las paces.
–Y así es.
Cora Jane esbozó una amplia sonrisa al oír aquello.
–Cada vez te afecta más estar con ella, ¿verdad? ¿Su presencia te recuerda a lo que compartisteis en el pasado?
–No hace falta que me lo recuerde, no se me había olvidado –le contestó él con impaciencia–. Fue ella la que lo echó todo por la borda.
–Te da miedo que vuelva a hacerlo, sobre todo ahora que también están en juego los sentimientos de B.J. –Cora Jane lamentaba lo mal que su nieta había hecho las cosas en el pasado.
–Sí, algo así. Por favor, ¿podríamos dejar de darle vueltas a este tema? Las cosas son como son, y punto.
–No tienes por qué conformarte. Estoy convencida de que estás deseando darle una segunda oportunidad a Emily, ¿por qué no lo haces?
–¿Acaso ha hecho ella lo más mínimo para indicar que quiere otra oportunidad? Porque yo no lo he visto.
Jerry optó por intervenir por primera vez en la conversación.
–No insistas, Cora