pero el niño se negó a bajar.
–Cuento hasta tres, campeón. Si no bajas del coche, tendré que llevarte en brazos como si fueras un bebé.
B.J. le miró boquiabierto, pero bajó del coche; al pasar furibundo junto a él, exclamó:
–¡Te odio!
Boone sintió que se le rompía el corazón. No era la primera vez que el niño le lanzaba aquellas palabras, y siempre le dejaban igual de devastado. Cuando entraron en la clínica, notó que Ethan le miraba con curiosidad antes de entrar tras B.J. en la sala de reconocimiento. Él entró tras ellos, pero se quedó en la puerta mientras el niño se cruzaba de brazos y les miraba enfurruñado.
–¿Qué tal estás, B.J.? –le preguntó Ethan, con voz serena.
–Bien.
–¿Estás listo para que te quite los puntos?
–No.
Ethan se quedó sorprendido ante aquella inesperada respuesta y miró a Boone, que admitió:
–Le he dicho que a lo mejor le duele un poco.
Ethan se volvió de nuevo hacia B.J. y le dijo, sonriente:
–Los papás no tienen ni idea de estas cosas. Seguro que el tuyo era un cagueta, pero tú eres todo un valiente. No derramaste ni una sola lágrima cuando te cosí la herida, apuesto a que ni siquiera notas cómo te quito los puntos.
B.J. le miró con suspicacia, pero dejó que se pusiera manos a la obra sin protestar.
–¿Lo ves?, ya te he dicho que ni siquiera lo notarías –comentó Ethan, cuando terminó de quitárselos–. Y apenas se nota la cicatriz, debo admitir que he hecho un buen trabajo.
–¿La cicatriz se borrará del todo antes de que empiece el cole? –le preguntó el niño, mientras examinaba con detenimiento su brazo.
–No, del todo casi seguro que no. ¿Piensas enseñársela a tus amigos?
–Sí, aunque habría sido mejor enseñarles los puntos.
–Ya, pero no habría sido buena idea dejarlos más tiempo. ¿Por qué no vas al mostrador de recepción y pides un caramelo?, tu papá y yo enseguida salimos.
B.J. salió corriendo de la sala sin mirar atrás, y Ethan observó en silencio a Boone antes de preguntar:
–¿Podrías decirme por qué estabas de tan mal humor cuando te he llamado? Ah, y también me gustaría saber por qué has asustado a B.J. antes de traerlo.
–Solo he intentado ser sincero al decirle que a lo mejor le dolía cuando le quitaras los puntos –le contestó él a la defensiva–. Desde que su madre no volvió a casa después de que yo le prometiera que iba a ponerse bien, tengo por norma decirle siempre la verdad.
–En teoría, es una idea excelente, pero tú mismo acabas de comprobar que la verdad a veces puede ser dura para un niño de ocho años.
–Sí, ya me he dado cuenta.
–¿Te ha pasado algo más con él? –eran viejos amigos, así que le conocía bien.
–Se ha empeñado en que llamara a Emily para pedirle que viniera, y yo me he negado.
Ethan sonrió al oír aquello.
–No sé por qué, pero sabía que Emily tenía algo que ver en todo esto. ¿Te has peleado con ella?
–No exactamente. Me ha dicho algo muy injusto acerca de los motivos de mi estrecha amistad con Cora Jane, y me he largado.
–Me gustaría saber cuándo vais a dejar de fingir que ya no sentís nada el uno por el otro, ¿cuándo vais a daros cuenta de que nunca seréis felices del todo si no volvéis a estar juntos?
–Cuando las ranas críen pelo, supongo. Estás muy equivocado, Ethan. Lo mío con Emily es cosa del pasado, y creo que esta alianza de boda que llevo y B.J. son prueba de ello.
–Pues yo creo que la alianza es un mecanismo de defensa. Jenny falleció hace tiempo, nadie pensaría mal de ti si te la quitaras. Aunque la verdad es que no soy ningún experto en estas cosas.
–Teniendo en cuenta que nunca sales con nadie porque la última mujer por la que sentiste algo te dejó con un miedo de por vida a volverte a enamorar, me perdonarás si no me tomo en serio tus consejos.
–Pues la verdad es que el hecho de no salir nunca con nadie me deja mucho tiempo para observar a otras parejas –le contestó su amigo, confirmando de manera implícita que no estaba interesado en buscar pareja–. He recabado mucha información útil sobre las estupideces que comete la gente en nombre del amor. Estaría encantado de compartir contigo mi sabiduría, si es que estás de humor para hacer un par de bistecs a la parrilla esta noche.
Boone no sabía si estaba de humor para que le dieran consejos, por muy bienintencionados que fueran; aun así, no le apetecía estar solo, así que contestó:
–¿Quedamos a las seis en mi casa?
–Allí estaré. Llevaré un pack de cervezas, ¿o te apetece algo más fuerte?
–No, una cerveza de vez en cuando es mi límite. Me gustaría poder ahogar mis penas en el alcohol, pero no puedo hacerlo teniendo a B.J. a mi cargo.
–De acuerdo, nos vemos después.
Boone salió a la zona de recepción, pagó por el tratamiento de B.J., y le indicó al niño que saliera. Cuando entraron en el coche, se volvió hacia él y le dijo con voz suave:
–Perdón por lo de antes, ha sido sin querer.
–¡No es verdad que te odie! –le aseguró el niño, mientras le caía una lágrima por la mejilla.
Boone sonrió y abrió los brazos, y su hijo pasó por encima de la guantera que separaba los asientos y le abrazó con fuerza.
–Ya lo sé, campeón. A veces nos diremos cosas de las que después nos arrepentiremos, pero después siempre nos perdonaremos el uno al otro. ¿De acuerdo?
–¿Y qué pasa con Emily?, ¿también vas a perdonarla a ella? Si te has enfadado tanto, seguro que te ha dicho algo bastante feo.
–No te preocupes por eso.
–Es que es mi amiga.
–Sí, ya lo sé, y te prometo que haremos las paces.
A pesar de sus palabras, Boone no tenía ni idea de cómo iba a hacer las paces con ella si estaba realmente convencida de que lo que le había dicho en la playa era cierto.
Emily estaba hecha un manojo de nervios mientras se dirigía a casa de Boone siguiendo las indicaciones que le había dado su abuela. No habría sabido decir lo que esperaba encontrar, pero se sorprendió al ver una encantadora casita blanca situada en una ensenada, con un porche lateral cubierto y un jardín repleto de hortensias de un intenso color azul.
Después de aparcar, vio a B.J. sentado en el muelle con una caña de pescar; como no tenía prisa alguna por iniciar la incómoda confrontación con Boone que se avecinaba, optó por acercarse a él.
El niño se quedó sorprendido al verla, y comentó con cierta cautela:
–¿Qué haces aquí?, creía que papá y tú estabais enfadados.
–¿Es eso lo que te ha dicho? –al verle asentir, admitió–: La verdad es que le he dicho una cosa que ha estado muy mal, y he venido a disculparme. ¿Está en la casa?
B.J. asintió y le enseñó el brazo.
–Me han quitado los puntos y no he llorado –comentó con orgullo.
–¡Qué bien! Sabía que eras un valiente.
–Yo quería que tú vinieras a la clínica, pero papá no ha querido llamarte.
–Lo siento mucho, aunque está claro que lo has