se estremeció. Había tomado la fea costumbre de llevarlos allí porque era más sencillo que prepararles la cena, por mucho que sabía que Karen odiaba que comieran comida rápida. Iba en contra de su propio código también, pero a veces las mejores intenciones se perdían en pro de lo más práctico.
—Esta noche no, colega. Vamos a cenar spaghetti y ensalada.
—¡Pero odio la ensalada! —gritó Mack.
—Y los spaghetti engordan —añadió Daisy—. Me lo ha dicho Selena.
—Selena no sabe lo que dice. Y a ti te gustará esta ensalada, Mack. La ha hecho mamá.
Mack se quedó como si nada, pero al menos no discutió. Y una vez en casa, se comió la ensalada y los spaghetti como si se estuviera muriendo de hambre. Daisy picoteó un poco de cada cosa.
—¿Puedo levantarme? —preguntó la niña al cabo de un rato—. Tengo que hacer deberes.
—Podrás cuando te hayas terminado la cena —le respondió Elliott con firmeza.
—Pero...
—Ya conoces las reglas. Mack, ¿tú tienes deberes?
—Solo ortografía y mates. Pero los he hecho en casa de la abuela Cruz.
Elliott tenía sus dudas.
—¿Puedo verlos, por favor?
Para su sorpresa, los problemas de matemáticas estaban hechos y bien. Repasó la ortografía con Mack y el niño acertó todas las palabras.
—Eran fáciles —dijo Daisy con tono malicioso.
—No lo eran —respondió Mack dispuesto a pelear.
—Ya vale —interpuso Elliott—. Mack, ve a darte una ducha y luego puedes ver una hora de tele antes de irte a la cama —miró el plato de Daisy y asintió—. Buen trabajo. Termina los deberes y después puedes ir a ducharte y a dormir.
—Quiero esperar a mamá —protestó.
—Ya veremos. Ahora, venga, corre.
Solo después de que los dos niños se hubieran marchado, respiró aliviado. Había adorado a Daisy y a Mack desde que había iniciado su relación con Karen, pero ser su padrastro seguía siendo un desafío. Sus personalidades ya estaban bien formadas cuando había entrado en sus vidas, y aún fluctuaba entre imponerles una disciplina férrea y ser una especie de extraño para ellos.
En un principio se había ofrecido a adoptarlos, pero Karen se había mostrado algo reacia a la idea y por eso lo había dejado pasar. Suponía que no tenía tanta importancia siempre que los niños supieran que los quería como si fueran sus propios hijos. Además, después de alguna vacilación inicial, su madre los había acogido como a sus propios nietos, los colmaba de abrazos y los alimentaba con infinitas raciones de galletas de chocolate. A veces le parecía que era el único que se sentía inseguro con el papel que desempeñaba en sus vidas.
Justo cuando estaba empezando a ponerse nervioso con el tema otra vez, Daisy salió de su habitación, entró en la cocina y lo abrazó con un gesto impulsivo que se estaba volviendo cada vez menos frecuente a medida que se hacía mayor.
—Te quiero —susurró contra su pecho—. Ojalá fueras mi padre.
Abrazándola fuerte, Elliott sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Soy tu padre en todos los sentidos, pequeña. Siempre puedes contar conmigo.
Ella lo miró con esos ojazos que tenía.
—¿Me acompañarás al baile de padres e hijas del cole? No iba a ir porque ni siquiera sé dónde está mi padre, pero si me acompañaras, estaría muy bien.
Vio esa sorprendente expresión de temor en su mirada y supo que la niña pensaba si estaría pidiéndole demasiado, una muestra más de que a pesar de todo el tiempo que había pasado, sus roles no estaban tan definidos.
—Sería un honor —le aseguró profundamente conmovido por la invitación.
—¿Crees que a mamá le parecerá bien?
La pregunta lo hizo detenerse. Suponía que Karen no pondría pegas porque seguro que no querría que Daisy se sintiera inferior al resto de niñas en una ocasión tan especial.
—Lo hablaré con ella —le prometió—. ¿Cuándo es ese baile?
—El viernes que viene. Tengo que sacar la entrada mañana.
—¿Cuánto necesitas?
—Solo diez dólares.
Elliott le dio el dinero y le dijo:
—Hablaré con tu madre esta noche. ¿Por eso querías esperarla despierta? ¿Querías hablarlo con ella primero?
La niña asintió.
—A veces se pone triste cuando le pregunto cosas así, como si se sintiera mal porque me ha decepcionado —lo miró con expresión muy seria—. Pero no es verdad. No es culpa suya que papá se fuera. Y, además, te encontró a ti.
—¿Y soy la mejor alternativa, no? —le dijo con un tono irónico que, probablemente, la niña no captó.
—No, eres el mejor en general y punto —le contestó con rotundidad.
Y con eso, Daisy le arrebató un pedacito más de su corazón para siempre.
Capítulo 4
A pesar de sus mejores intenciones, Elliott se durmió en el sofá antes de que Karen volviera a casa del trabajo. A la mañana siguiente se habían quedado dormidos y, con las prisas de levantar a los niños para llevarlos al colegio, no llegó a tener oportunidad de hablar con ella sobre el baile de Daisy. Después, se le había pasado.
Dos días más tarde, de nuevo durante un desayuno muy acelerado, fue Daisy la que se lo mencionó a su madre.
—Voy a necesitar un vestido nuevo para el baile, mamá.
Karen la miró perpleja.
—¿Qué baile?
—El baile de padres e hijas del viernes que viene —respondió Daisy lanzándole a Elliott una mirada acusadora—. ¿No se lo has dicho?
—Lo siento. Se me ha olvidado —admitió disgustado—. Lo hablaré con tu madre luego, después de dejaros en el colegio, ¿vale?
Daisy lo miró asustada.
—¿Pero vamos a ir, no? Lo prometiste. Ya he comprado la entrada.
—Vamos a ir —le aseguró evitando la mirada de Karen.
En cuanto dejó a los niños en el colegio, volvió a casa y se encontró a Karen esperándolo en la mesa de la cocina con una taza de café en la mano y gesto serio. Quedaba claro que... una vez más... estaba enfadada.
—Por favor, no hagas un mundo de esto. Daisy me dijo lo del baile hace un par de noches. Tenía miedo de no poder ir, pero le dije que yo la llevaría. Los dos queríamos hablarlo primero contigo, pero me quedé dormido. No me despertaste cuando volviste y se me olvidó.
Ella suspiró.
—Ya veo.
Era evidente que estaba muy molesta, aunque él no sabía muy bien por qué. ¿Era por el hecho de que no hubiera hablado el tema con ella o porque estaba pasándose de la raya al acceder a ir? Últimamente tenían demasiadas conversaciones que parecían ser campos de minas que no sabía cómo esquivar.
—A ver, Karen, ya veo que no te hace mucha gracia esto. ¿Te molesta que haya accedido a ir con Daisy a un baile de padres e hijas? ¿Me he pasado de la raya al hacerlo?
Ella sacudió la cabeza.
—Por supuesto que no. Lo que me molesta, otra vez, es que ni me