valoran la sabiduría de su propia madre. Primero Adelia y ahora tú. Rechazáis mis consejos.
Elliott frunció el ceño.
—¿Has hablado con Adelia?
—Por supuesto. Hasta yo puedo ver que esa situación es una tragedia esperando a suceder. Pero tu hermana me dice que no me meta.
—¿Y la has escuchado?
—Claro que no. Estoy preocupada. Eso es lo que hacemos las madres. Nos preocupamos de la felicidad de nuestros hijos y de nuestros nietos, que se verán afectados por cualquier decisión precipitada que se tome.
Elliott podía ver en sus ojos lo preocupada que estaba y cómo no se estaba molestando en ocultarlo. Se preguntó si sabría cómo estaba tratando Ernesto a Adelia. Lo dudaba, porque de ser así, ya le habría desmembrado ella solita. Le resultaba más cómodo pensar que Adelia y Karen eran las culpables si sus matrimonios tenían problemas. Años siendo manipulada por su padre para pensar así le habían enseñado quién solía tener la culpa.
—Mamá, estoy vigilando a Adelia. Si necesita ayuda, sabe que la tiene, no solo por mi parte, sino por parte de toda la familia. Quiere solucionar las cosas por su cuenta y tenemos que respetarlo —por mucho que le estuviera costando, él estaba accediendo a hacerlo.
Su madre lo miró asustada.
—¿Tan mal están las cosas?
—Bastante mal —respondió con cautela—. Tú solo asegúrate de que sepa que la apoyas, mamá. No la juzgues, solo escúchala. Eso es lo que Adelia necesita de verdad.
—Nunca me ha gustado Ernesto, pero ella lo eligió y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. Y, claro, luego había que pensar en el bebé y entonces ya era demasiado tarde. Después vinieron más bebés, uno después de otro —se encogió de hombros—. Parecía feliz.
—Creo que lo era —dijo Elliott, aunque no podía evitar preguntarse cuánto tiempo hacía que su hermana no vivía un momento de felicidad o satisfacción en su matrimonio.
Su madre se levantó más angustiada de lo que había llegado.
—Perdona por haberte interrumpido en el trabajo. Me parecía importante que habláramos.
Él la besó en la mejilla.
—Me alegra que hayas venido y siento que hayas pensado que he estado evitándote.
—Es que estabas evitándome, pero no pasa nada. A veces olvido que eres un hombre adulto más que capaz de resolver sus propios problemas.
—Y cuando no pueda resolverlos, acudiré a ti, mamá. Lo prometo.
—Será mejor que me vaya. Quiero hacer pan de jengibre para los niños y no tardarán en volver del colegio.
—Gracias por tratar a Daisy y a Mack como si fueran de la familia.
Ella lo miró sorprendida.
—Son de la familia.
Y Elliott sabía que, independientemente de los problemas que pudiera tener con Karen, eso era cierto. Daisy y Mack eran de la familia. Ahora él solo deseaba poder tenerlo siempre tan claro.
Capítulo 12
Karen estaba tomándose un descanso en la cocina de Sullivan’s el sábado después de un turno de almuerzos de locura cuando la puerta trasera se abrió y Elliott entró seguido de Mack. Su hijo solo tenía siete años, pero era grande para su edad con un cuerpo robusto y fuertes piernas. Aún tenía la sonrisa traviesa de cuando era más pequeño y esos ojos llenos de emoción.
—¿Adivina qué? —gritó al correr para abrazarla.
—¿Qué? —preguntó ella riéndose ante su euforia.
—Elliott y yo hemos ido al parque y había niños jugando al rugby y Elliott me ha dicho que yo también puedo jugar. ¿No es el mejor, mamá? Es solo rugby sin placaje para los niños pequeños y hasta hemos hablado con el entrenador. He practicado como los niños grandes y jugaré el primer partido la semana que viene, ¿vas a venir? —estaba dando brincos mientras le daba la noticia.
Karen miró a su marido.
—¿Rugby? ¿Sin consultármelo? —añadió en voz baja.
Elliott se encogió de hombros.
—Lo he llevado al parque y al ver a los niños entrenar ha dicho que quería jugar. Travis, Tom y Cal están entrenando a los equipos y dicen que podría jugar con los pequeños. Ya le has oído, es rugby sin placaje, es para niños.
—Esa no es la cuestión —dijo con tirantez y sin querer iniciar una discusión delante de Mack ni acabar con la evidente alegría del niño. Últimamente parecía que lo único que hacía era pisotear el entusiasmo de su familia.
—Mamá, hasta voy a tener uniforme si encuentran patrocinadores para el equipo —dijo Mack tirándole de la manga para captar su atención—. A lo mejor Sullivan’s podría patrocinarnos. Se lo puedes preguntar, ¿verdad?
Pero imaginando que Karen preferiría comer barro antes que hacerlo, Elliott intervino rápidamente.
—Mamá no tiene por qué hacerlo, colega. Recuerda que el señor Sullivan ha dicho que podría solucionarlo.
—Ah, sí —respondió Mack y echó un vistazo a su alrededor—. ¿Erik ha hecho galletitas hoy? Sus galletas con pepitas de chocolate son las mejores.
Karen se rio a pesar de su enfado. No tenía ni idea de qué ingrediente usaría Erik en su masa de galletas, pero eran mejores que las suyas, o incluso que las de María Cruz, y ya se encargaba su traicionero hijo de recordárselo.
—Creo que ha guardado unas pocas por si venías —le dijo a Mack revolviéndole el pelo antes de ir hacia el alijo secreto que Erik siempre tenía a mano para los niños que entraban y salían de la cocina. Volvió con dos—. Aquí tienes, chiquitín. Y cuando hayas terminado de pringarte de chocolate, asegúrate de que Elliott te mete en la bañera al llegar a casa. Parece que hayas estado jugando en una pocilga.
Mack sonrió.
—Jugar al rugby no es divertido si no te ensucias —apuntó y abrió los ojos de par en par—. ¡A lo mejor hasta me corto y me tienen que dar puntos! A Timmy Marshall tuvieron que darle seis puntos cuando lo tiraron al suelo.
Hablaba como si eso fuera una placa de honor que deseara con todas sus fuerzas. Estaba claro que pasaba por alto el dato de que para dar puntos hacían falta agujas, algo que detestaba.
Karen suspiró. Había esperado que pasaran unos cuantos años más antes de que las tendencias atléticas de su hijo tiraran hacia uno de los deportes más brutos. ¿Por qué no se lo había mencionado a Elliott? Debería haber imaginado que su marido pensaría que el rugby era una forma perfecta de que su hijo de siete años pasara las mañanas de los sábados. Ahora ella se pasaría esos días con el corazón en un puño hasta que viera que Mack volvía a casa sin un rasguño.
Elliott no había empezado el día con la intención de apuntar a Mack a rugby, pero no se había resistido cuando el niño le había expresado su interés. Él no había jugado con ninguna liga formal a su edad, pero sí que había salido con niños que estaban obsesionados con ese deporte. Se había llevado su buena ración de golpes y moretones a la edad de Mack y lo veía como parte del crecimiento de un niño.
Suspiró pensando en el gesto de Karen cuando su hijo le había hecho el gran anuncio. Estaba claro que no compartía su opinión y él sabía que lo que había hecho le traería consecuencias.
Cuando había dejado a Mack en casa de su madre para poder ir a atender a las clientas de la tarde, vio a Cal en el despacho de Maddie. Llamó a la puerta, que estaba abierta.
—¿Tenéis un minuto?
Maddie levantó la mirada de los papeles que tenía sobre la mesa.