Sherryl Woods

E-Pack HQN Sherryl Woods 2


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has apuntado sin consultárselo? Tiene siete años, ¡por favor!

      —Pero quería jugar —dijo Elliott a la defensiva.

      —Tiene siete años —repitió Maddie.

      Cal se rio.

      —Está claro que eso es cosa de madres. Los padres están deseando apuntar a sus hijos a todos los deportes que encuentran.

      —Porque parece que se os olvida que esas cabecitas no están hechas de cemento —contestó Maddie disgustada.

      —Llevan cascos —le recordó Cal—. Y es rugby sin placaje.

      —Pero, aun así, pueden sufrir conmociones cerebrales. Doy gracias al cielo por que a Ty solo le interesara el béisbol y que a Kyle no le gustara ningún deporte.

      Cal le sonrió.

      —Pero ahora tenemos un hijo que probablemente se hará profesional con los Halcones o puede que con las Panteras de Carolina —dijo refiriéndose a su hijo pequeño.

      —Muérdete la lengua —le contestó Maddie con ganas—. Si nuestro bebé muestra algún interés en jugar al rugby en el instituto, me lo pensaré.

      —Los buenos jugadores empiezan a jugar en primaría y algunos empiezan en la Liga Peewee.

      —Pues entonces nuestro hijo será un niño corriente —le contestó con gesto desafiante—. En este tema estoy con Karen.

      Elliott escuchó la conversación extrañamente aliviado.

      —¿De verdad crees que lo que le ha molestado es que Mack sea demasiado pequeño para jugar al rugby?

      —Claro —respondió Maddie mirándolo aturdida—. ¿A qué creías que se debía?

      —Aún no tengo muy claras cuáles son las reglas que tengo que seguir como padrastro —admitió—. Creía que estaba furiosa porque pensaba que yo no tenía derecho a tomar esa decisión.

      Maddie sacudió la cabeza.

      —Eres un padrastro fantástico y Karen lo sabe. Si quieres saber mi opinión, creo que ha sido por haber tomado una decisión estúpida, no por no tener derecho a hacerla.

      Cal se rio.

      —Mi mujer, la diplomática.

      Elliott sonrió a pesar de su estado de ánimo.

      —Ey, quería saber su opinión. No tenía por qué endulzármela.

      —¡Como si yo fuera a hacerlo! Eso no va conmigo.

      —Doy fe de ello —dijo Cal guiñándole un ojo—. Es uno de los rasgos que adoro en ti, al menos casi todo el tiempo.

      Lo miró pensativa.

      —Bueno, casi has salido del agujero que tú mismo te has cavado hace un minuto. Sigue así. ¿Qué otros rasgos te encantan de mí?

      Elliott salió por la puerta.

      —Puede que eso sea demasiada información para mis tiernos oídos. Gracias por vuestra opinión.

      —De nada —murmuró Maddie aunque ya estaba distraída porque Cal se había acercado y estaba susurrándole a saber qué al oído. Pero lo que fuera le había sacado a Maddie una sonrisa y una mirada que Elliott reconocía demasiado bien. Sin duda ese hombre sabía cómo encandilar a su mujer. Tal vez debería aprender alguna lección.

      —Le has apuntado sin ni siquiera decírmelo —se quejó Karen con un susurro esa noche—. Creía que habíamos quedado en que hablaríamos de estas cosas.

      Elliott frunció el ceño ante sus palabras.

      —Me vendría bien que me aclararas algunas cosas. ¿Esto es por la posibilidad de que Mack pueda hacerse daño jugando, que es por lo que creía que habías objetado, o por no habértelo consultado?

      —Por las dos cosas, pero sobre todo es un problema porque yo soy su madre y yo decido lo que puede y no puede hacer —le dijo sin pensar en las implicaciones de esas palabras.

      Solo cuando vio el dolor que se reflejó en los ojos de Elliott se dio cuenta de que estaba actuando muy mal. Parecía como si lo hubiera abofeteado. Por muy furiosa que estuviera, la reacción de Elliott estaba totalmente justificada, pero antes de poder disculparse, él ya se había puesto de pie.

      —Ya entiendo —dijo en voz baja y fue hacia la puerta—. Tengo que irme. Volveré en un par de horas.

      Asombrada de que se marchara en mitad de una discusión, lo miró y dijo:

      —¿Te marchas?

      —Si no, los dos vamos a decir cosas que no queremos. Vamos a tomarnos un descanso. Y como imagino que no quieres dejar solos a «tus» hijos, soy yo el que tiene que irse.

      Oír su desacertado comentario pronunciado con tanto dolor en la voz de Elliott hizo que todo su enfado se esfumara. Corrió tras él y lo alcanzó justo cuando Elliott salió.

      —Lo siento —dijo totalmente arrepentida—. No pretendía decir eso. Eres un padre maravilloso en todos los sentidos.

      —Pero tu eres la madre biológica —le contestó con frialdad—. Está claro que no debo olvidarlo.

      Ella cruzó el porche y al rozar su brazo sintió la tensión en sus hombros.

      —Lo siento muchísimo.

      Elliott suspiró.

      —Está claro que tenemos que trabajar mucho más en nuestra comunicación, cariño. No podemos seguir haciéndonos daño de este modo.

      —Tienes razón. ¿Podemos hablar de esto en otro momento? Frances se quedará con los niños mañana por la noche. Prepararé una cena especial y hablaremos. Tenemos que decidir cómo vamos a manejar esta clase de situaciones cuando surjan.

      Elliott la miró fijamente.

      —Lo que tenemos que decidir es qué papel desempeño con tus hijos. No quiero ser una figura paterna que solo es poco más que una niñera de vez en cuando.

      —Por supuesto que no. Tú nunca has sido eso.

      —Y tenemos que solucionar todo esto antes de que nos planteemos tener un hijo. No podemos aplicar unas normas para nuestro hijo y otras para Daisy y Mack.

      —Estoy de acuerdo.

      La miró fijamente.

      —Antes de que cenemos mañana, tal vez deberías pensar en si me permitirías adoptar a los niños. Su padre lleva años sin aparecer. Creo que Helen podría arreglar los papeles, si quieres. Sé que sí que es lo que yo quiero. Llevo mucho tiempo diciéndotelo, pero cada vez que saco el tema me ignoras.

      Karen lo miró sorprendida.

      —Siempre he pensado que al hablar de ello lo hacías de manera hipotética. Supongo que no me daba cuenta de cuánto significaría para ti. Debería haberlo entendido.

      —Es duro ser el extraño de la familia.

      Karen estaba asombrada de saber que lo había hecho sentir así.

      —Jamás he pretendido que te sintieras así. Eres más padre de los niños de lo que nunca fue Ray. Así es cómo te ven. Lo sabes.

      —¿Y tú?

      —Yo también lo veo así —insistió.

      —Pues no lo parecía hace dos minutos.

      —Lo sé y lo siento mucho. He hablado sin pensar.

      —¿Sabes qué es lo más irónico? Que Maddie casi me había convencido de que solo estabas molesta porque eres madre y las madres tienen ese miedo arraigado a que sus niños se hagan daño jugando al rugby, pero está claro que yo tenía razón. Me parece que tiene más que ver con el hecho de que no tengo derecho a decidir nada cuando se trata de los niños.