delante de todos estos hombres que se están muriendo de hambre.
—Pues no deberías. Acaban de zamparse tres pizzas familiares.
—¿Y tú también? —le preguntó decepcionada.
—He tomado un poco, pero ya sabes que soy un pozo sin fondo, y eso que traes huele de maravilla. Podemos sentarnos fuera en las escaleras del porche. Hace una noche muy buena, o al menos la hacía la última vez que he salido a tomar aire fresco.
—Hace una noche preciosa —le confirmó siguiéndolo afuera.
Cuando Elliott metió la mano en la bolsa, ella lo observó. A pesar de todas las horas que llevaba trabajando, se le veía bien. Estaba claro que la ilusión de abrir el negocio pesaba más que todo el estrés y el esfuerzo necesarios hasta la inauguración.
—¿Qué tal ahí dentro?
—¿De verdad quieres saberlo?
—Claro que sí. Si a ti te importa, a mí me importa. ¿Vais dentro del plazo previsto?
—Ronnie dice que sí, yo tengo mis dudas.
—¿Y eso qué quiere decir? —le preguntó frunciendo el ceño.
—La apertura podría ser una o dos semanas después de lo que habíamos pensado, pero siempre hay fallos técnicos cuando se está abriendo un negocio. Tom y los demás dicen que no hay nada de qué preocuparnos.
Ella no pudo refrenar el escalofrío que la recorrió y tampoco pudo evitar preguntar:
—¿Estáis dentro del presupuesto?
Elliott puso mala cara ante la pregunta.
—Karen...
—No me mires así. Es una pregunta razonable.
—Pero no es asunto tuyo —dijo y se sonrojó al instante—. Lo retiro. Claro que es asunto tuyo, porque hemos invertido nuestros ahorros en esto, pero tienes que confiar en que todo irá bien.
—¿Me lo contarías si hubiera algún problema? —y por el modo en que él desvió la mirada, pudo ver que no—. ¡Elliott!
—Sí, claro —terminó diciendo—. Si hubiera algún problema que pudiera afectar a nuestra economía, te lo diría. Pero ahora no pasa nada parecido —la miró fijamente—. Te lo juro.
Sabía que tenía que fiarse de su palabra. Le debía ese nivel de confianza. No podía seguir minándolo al cuestionar cada pequeña decisión que tomara, por mucho que le costara mantenerse callada.
—De acuerdo. Con eso me vale.
Él suspiró y la miró fijamente.
—¿Lo dices de verdad o siempre que se trate de dinero pasará lo mismo?
—Lo estoy intentando —le dijo deseando poder prometerle que estaba superando por fin todo ese miedo arraigado.
Elliott la observó detenidamente y después dejó escapar un suspiro lentamente.
—Lo sé, pero cariño, tienes que saber que siempre cuidaré de ti y de nuestra familia.
Aunque sabía que quería reconfortarla, y casi lo había logrado, Karen también podía oír lo que se parecía al tono condescendiente de su padre, el orgulloso proveedor de todas las cosas importantes. Y eso hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.
—Elliott, prométeme algo —dijo con seriedad.
—Lo que sea.
—Nunca sientas que tienes que ocultarme cosas. Aunque sea malo, tengo que saberlo. No necesito que me protejas o me dejes al margen. Puedo enfrentarme a lo que sea, siempre que no me pille de sorpresa.
—Yo nunca te haría eso —le respondió algo indignado.
Ella asintió, pero lo cierto era que los dos sabían que lo haría. Era la forma de actuar de los hombres Cruz. Lo que veían como protección y ocuparse de las cosas, Karen lo veía como una actitud condescendiente. Se preguntaba si Elliott y ella alguna vez se pondrían de acuerdo en eso.
—Necesitamos pasar un día en familia —anunció Elliott durante el desayuno el domingo—. Ya le he dicho a mi madre que no iremos a comer hoy.
Karen lo miró con la boca abierta, impactada.
—¿Vas a dejar plantada a tu madre? ¿Cuándo te has vuelto tan valiente? —bromeó.
—No es valentía, es desesperación. Necesitamos pasar algo de tiempo juntos. Vamos a meter las cosas en el coche y nos vamos a la playa.
Aunque Daisy y Mack saltaron de alegría, Karen no podía acabar de creerse el plan.
—¿Vas a tomarte un día libre de verdad? ¿Ahora, con todo lo que hay que hacer en el gimnasio?
—Desde que empezó la reforma no hemos pasado nada de tiempo juntos en familia y los chicos han dicho que me daban el día libre. Es lo bueno de trabajar con ese grupo de amigos. Comprenden la importancia de la familia. Todos estamos trabajando en dos sitios básicamente, así que hemos ido haciendo turnos para que podamos pasar algún rato en casa. Hoy me toca a mí, aprovechando que los niños y tú también tenéis el día libre.
—¿Y tenemos el día entero para nosotros? —preguntó ella sin poder creérselo aún, pero por fin empezando a ilusionarse—. ¿Qué te ha dicho tu madre?
—Que ya era hora de que me tomara un descanso. Me ha llamado tres veces en las últimas dos semanas diciéndome que estaba trabajando demasiado.
Karen sonrió.
—¡Viva mamá Cruz!
Elliott se rio.
—Voy a decirle que, por una vez, le agradeces que se haya entrometido.
—Y es verdad. Pero me hará más ilusión decírselo yo misma —se giró hacia los niños—. Corred a meter un bañador, una toalla y los juguetes o libros que queráis en vuestras mochilas. Nos vamos... —se giró hacia Elliott—. ¿Cuándo?
—En media hora.
Ella frunció el ceño.
—Pero eso es muy pronto. Creía que podría hacer pollo frito y ensalada de col para llevarnos.
—No. Compraremos el almuerzo allí. Perritos calientes para los niños y un montón de gambas picantes para nosotros. ¿Qué te parece?
—Caro —respondió ella sinceramente, aunque por una vez se negó a preocuparse por el dinero—. Y maravilloso. Venga, chicos, daos prisa. Creo que Elliott está impaciente por ponerse en camino.
El trayecto hasta la costa de Carolina del Sur fue largo y con los niños cada vez más impacientes por llegar al océano. Solo habían estado allí una vez, y hacía mucho tiempo, así que Karen dudaba que Mack lo recordara, aunque insistía en que sí, sobre todo para molestar a Daisy, que no dejaba de decirle que había sido demasiado pequeño cuando habían ido.
—¡No es verdad! —gritó el niño.
—Eras un bebé —le dijo Daisy.
—¡Mamá! —protestó Mack.
Karen se giró.
—Si seguís discutiendo, Elliott dará media vuelta y volveremos a casa.
Daisy y Mack se lanzaron miradas de enfado, pero al menos se quedaron callados.
Karen se acercó a Elliott y le susurró:
—Creo que estoy casi tan impaciente como ellos. Esto es todo un regalo. Gracias por pensar en esto.
—Todos nos lo merecemos. Quiero que seamos una familia que genere muchos recuerdos que podamos almacenar. ¿Has traído la cámara?
—Claro.
Una sonrisa esperanzada cruzó el rostro de Elliott.