día.
Según se acercaban a la costa, Karen pudo oler la sal en el aire y sentir la suavidad de la brisa. Era totalmente distinto a Serenity. Incluso antes de que el dulce aroma a coco pudiera entremezclarse, ya solo el perfume del aire inspiraba relajación, vacaciones y diversión, algo que durante su vida había escaseado. Ahora se daba cuenta de que debería haber tomado la costumbre de hacer esa clase de viajes por el bien de los niños. Elliott tenía razón. Era la clase de cosa que creaba los buenos recuerdos de la infancia.
En cuanto Elliott había aparcado, los niños bajaron del coche. Llevaban los bañadores debajo de la ropa, así que se fueron directos hacia la playa para elegir sitio mientras Karen iba al vestuario a cambiarse. Avergonzada de todas las estrías que se le veían cuando se ponía en biquini, se cubrió con una de las camisetas de Elliott y después fue a la orilla a reunirse con ellos.
—¡Ya viene mamá! —gritó Mack, llenando un cubo de agua y corriendo hacia ella, claramente con intención de empaparla.
—Ni te atrevas —le dijo ella cuando levantó el cubo, pero sus risas no hicieron más que animarlo a lanzarle el agua.
—Te has metido en un buen lío —le gritó Daisy riéndose mientras Karen echaba a correr detrás de su hijo. Pero Elliott la agarró y la metió en el agua helada.
Tanto Daisy como Mack tenían los ojos como platos cuando su madre salió a la superficie y se quedó mirando a su marido, que no se molestaba en intentar controlar su alegría.
—No has podido hacerme esto.
Elliott se rio.
—¡Pues yo creo que está claro que sí! La pregunta es, ¿qué vas a hacer tú?
En respuesta, ella se metió bajo el agua, le agarró del tobillo y lo hundió. Lo había logrado únicamente porque lo había pillado desprevenido, pero la cara de impacto que sacó al salir del agua no tuvo precio.
—Ahora estamos empatados —dijo mientras los niños se metían en el agua para acompañarlos riéndose y gritando por lo frío que estaba el océano.
—Me gusta más la piscina de la tía Adelia —apuntó Mack temblando—. Está caliente.
—Porque es climatizada, tonto —le contestó Daisy.
—No le llames tonto a tu hermano —dijo Karen, aunque no tenía muchas ganas de regañarlos en un día como ese—. Mack, si tienes frío, vuelve a la manta y arrópate con una toalla. El sol te calentará enseguida.
—Pero quiero quedarme con vosotros —protestó, aunque se le estaban poniendo los labios azules y estaba temblando.
—Yo voy contigo, colega —dijo Elliott yendo hacia la playa con él.
Daisy se giró hacia Karen.
—Mamá, se te ve feliz.
Karen sonrió.
—Estoy feliz —y en ese momento se preguntó cómo la vería normalmente su hija—. Estoy feliz todo el tiempo, ¿es que no te lo parece?
—Sobre todo desde que te casaste con Elliott. Antes de eso te veía triste o asustada. Y ahora a veces también.
—Los mayores tenemos muchas cosas en la cabeza y algunas son tristes. Otras hacen que nos preocupemos. Pero lo importante es que tú, Mack y Elliott y nuestra vida juntos es lo que me ha hecho más feliz en mucho tiempo.
Daisy se mostró aliviada.
—Me alegro. No quiero que vuelvas a divorciarte. Mack y yo queremos a Elliott y nos encanta tener una gran familia con muchas tías y tíos y primos y una abuela que hace galletas.
—¡Ey, yo también hago galletas! —protestó Karen bromeando.
—Pero no tan buenas como las de la abuela Cruz o las de Frances —se quedó pensativa y añadió—: O como las de Erik.
Karen sabía que probablemente debía sentirse insultada, pero ¿cómo iba a estarlo cuando había tanta gente en su vida que estaba preocupándose de sus niños, colmándolos de regalos y mostrándoles tanto amor? Durante demasiados años había estado sola, asustada y abrumada por las preocupaciones económicas. Necesitaba tomarse algo de tiempo para recordar, de vez en cuando, lo lejos que había llegado.
Y también necesitaba darse algo de reconocimiento por haber llegado hasta ahí principalmente sola, a pesar de haber sido con el apoyo de un increíble círculo de amigas que seguía aprendiendo a apreciar y en quien confiar. Independientemente de las crisis que la estuvieran aguardando, resultaba reconfortante saber que jamás tendría que enfrentarse a ellas sola.
Capítulo 14
Después de una larga mañana en la playa, los niños estaban empezando a agotarse por la mezcla de sol, chapoteos y agua salada. Elliott propuso que buscaran un restaurante que Dana Sue le había recomendado y que después se marcharan a casa, ya que al día siguiente había colegio.
—No —protestó Mack, aunque apenas podía mantener los ojos abiertos—. Quiero nadar y nadar y nadar.
—Te pones azul cada vez que te metes al agua —dijo Daisy—. Y lo único que haces es quejarte de que está fría.
—¡Pero es súper divertido! —dijo entusiasmado.
Elliott sonrió.
—¿Y tú, pequeña? ¿Te has divertido?
Ella asintió.
—Estoy deseando contárselo a Selena. Se va a poner celosa. Ernesto nunca los lleva a la playa —y como si se hubiera dado cuenta de que había tocado un tema delicado, añadió—: Bueno, a lo mejor no debería decirle nada.
—Creo que puedes contarle a Selena lo bien que lo has pasado —le dijo Elliott—, pero tal vez podrías preguntarle si le apetecería venir la próxima vez. Así no se sentirá como si la estuvieras dando de lado o como si estuvieras restregándole algo que ella no puede hacer.
A Daisy se le iluminó la mirada.
—¿Habrá una próxima vez? ¿Y podrá venir? —preguntó emocionada.
Elliott se giró hacia Karen.
—¿Tú qué crees?
Karen asintió.
—Creo que hemos empezado una nueva tradición familiar. Siempre que tengamos tiempo para una salida especial, esto será lo que haremos. ¿Trato hecho?
Elliott sonrió ante los gritos de entusiasmo que venían del asiento trasero. Habían necesitado un día así, solos los cuatro, así que lo que fuera que les hubiera costado en tiempo y dinero bien había merecido la pena. Esperaba que Karen lo entendiera para que pudieran hacer más salidas sin que ella estuviera sopesando los gastos y las recompensas.
Ya en el restaurante, los niños apenas pudieron terminarse la comida antes de empezar a esforzarse por mantener los ojos abiertos. Sin embargo, los ojos de Karen seguían brillando de deleite como hacía tiempo que no los veía brillar.
—Ha sido un buen día, ¿verdad?
—Sí, y ha sido un buen recordatorio de lo importante que es dejar atrás nuestras preocupaciones de vez en cuando. Nos seguirán esperando mañana, pero después de esto no nos resultarán tan desalentadoras. Llevo tanto tiempo siendo prudente que había olvidado cómo era no serlo. Gracias por enseñarme que podemos encontrar el modo de tener algo de equilibrio.
Elliott asintió con satisfacción.
—Pues entonces he logrado mi objetivo. Te he puesto una sonrisa en los labios y algo de color en las mejillas.
—Y tanto que lo has hecho —dijo antes de acercarse para besarlo—. Gracias.
Casi de inmediato ella pinchó otra gamba y la estudió como si estuviera en un laboratorio.
—¿Qué