que tenías razón la última vez que hablamos de esto. Una parte de mí sigue esperando a que suceda lo peor.
—¿De verdad tienes miedo de que las cosas no funcionen con Elliott?
Karen asintió.
—Es una locura, ¿verdad? Cada día doy gracias por tenerlo, pero hay una parte diminuta de mí que sigue pensando que es demasiado bueno para ser verdad.
—No me encuentro en posición de dar consejos matrimoniales, pero creo que el matrimonio no es algo en lo que te puedas andar con medias tintas. Tienes que estar implicado al cien por cien. De lo contrario, esas diminutas dudas pueden crear una brecha que terminará causando una enorme fisura.
—Mi corazón lo entiende, y está al cien por cien con él. Pero es mi cabeza, no puedo sacarme algunas preguntas de ella. Una vez cometí un error terrible. ¿Y si lo he vuelto a hacer?
—¿Entonces estás buscando pruebas constantemente de que has cometido otro error?
Karen vaciló y después asintió.
—Es exactamente lo que hago —admitió.
Cada pequeño error que cometía Elliott, sobre todo en lo referente a la economía y al comportamiento machista, le desataba el pánico y se quedaba guardado en su memoria, almacenado para el futuro, cuando, junto a otros fallos, demostrara que una vez más había elegido al hombre equivocado.
—Sabes que eso no es sano, ¿verdad? —le preguntó Raylene claramente preocupada.
—Lo sé. Pero no sé cómo pararlo.
—Fuiste a la misma psicóloga que yo, ¿verdad? A lo mejor no estaría mal hablar de esto con ella.
La sugerencia descolocó a Karen por completo.
—Creía que ya lo había superado.
—Y probablemente lo hayas hecho —la reconfortó Raylene—. Al menos, la mayor parte del tiempo, pero la gente como nosotras, que ha pasado por experiencias traumáticas debería saber mejor que nadie el valor de saber pedir ayuda antes de que sea demasiado tarde —se levantó y le dio un abrazo—. Tengo que irme. Y, por favor, no tengas esa cara de pánico. Es solo una sugerencia. No estoy diciendo que estés loca, ni nada de eso.
Karen forzó una carcajada.
—Me alegra saberlo. Y te agradezco la sugerencia. No puedo ver las cosas con claridad, así que una opinión objetiva, sin duda, es bienvenida.
Pero cuando Raylene se marchó para abrir a tiempo su boutique, Karen se sentó en el taburete de la cocina y se preocupó pensando que, tal vez, no estaba tan bien como ella creía. ¿Y qué pensaría Elliott si le dijera que creía que debía ir al psicólogo para trabajar algunos de esos temas sin resolver que estaban impactando en su matrimonio? Aunque él jamás la había juzgado por su casi depresión en el pasado, ¿haría que se tambaleara su fe en la mujer con la que se había casado? ¿Estaba preparada para eso?
Con los retoques para terminar la reforma del gimnasio, Elliott solía ser el último en llegar a casa. Por suerte, Dana Sue había estado haciéndole el favor y le había dado turnos de día para que los niños no tuvieran que quedarse a dormir constantemente con la abuela. Y no es que le hubiera importado a su madre, pero eso habría ido acompañado de cada vez más charlas sobre lo mucho que trabajaban y la poca atención que estaban prestándole no solo a los niños, sino también a ellos mismos.
Cuando llegó casi a medianoche, le sorprendió encontrarse a Karen esperándolo con una taza de café, que más valía que fuera descafeinado.
—Hola —dijo dándole un beso en la frente—. ¿Por qué no estás ya en la cama?
—Quería esperarte levantada. Parece como si hiciera días que no hablamos más de un minuto.
—Porque ha sido así —le contestó con tono cansado y sirviéndose un vaso de zumo antes de sentarse con ella en la mesa—. ¿Va todo bien por aquí?
—Muy bien —le dijo, aunque parecía todo lo contrario.
—¿Entonces te has quedado levantada para ver si podías seducirme? —le preguntó esperanzado.
Ella sonrió.
—Aunque la idea es muy atractiva, en realidad estaba esperando que pudiéramos hablar.
—¿Sobre?
—Hablar simplemente —dijo con impaciencia—. Sobre lo que está pasando, sobre cómo estamos, cosas normales.
Elliott dejó el vaso sobre la mesa y se inclinó hacia delante. Le agarró las manos.
—¿Estás disgustada por algo? Porque tengo que decirte que tendrás que decírmelo claramente. Estoy demasiado cansado como para jugar a las adivinanzas.
Ella lo miró a los ojos con un brillo de furia.
—Ese es exactamente el problema. Que nunca tenemos tiempo para hablar.
—¿No es eso para lo que hemos estado organizando citas nocturnas? —dijo él intentando no entrar en una discusión, sobre todo cuando no sabía por qué estaban discutiendo ahora.
—¿Y cuándo fue la última vez que tuvimos una?
—No lo sé. ¿Hace una o dos semanas? Ya sabes que estos días han sido una locura con lo de la reforma. Y, además, acabamos de pasar un día entero en la playa con los niños.
Para su asombro, a ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Cariño, ¿qué pasa? —le preguntó consternado.
Karen se secó las mejillas mientras las lágrimas seguían cayendo.
—Estoy insoportable.
—No estás insoportable, pero está claro que estás molesta y no creo que sea por nuestras citas.
—No. Raylene y yo hemos estado hablando esta mañana y me ha dicho algo que me ha asustado.
Elliott estaba perdido.
—¿Qué?
—Que a lo mejor debería ir a ver a mi psicóloga —le lanzó una mirada llena de pánico—. ¿Crees que estoy perdiendo el norte?
—¿Perdiendo el norte? No. ¿Por qué te ha dicho Raylene algo así? Creía que erais amigas.
—Y lo somos, no ha sido ninguna acusación. Solo ha oído algunas cosas que he dicho y me ha dicho que tal vez necesite una visión externa y objetiva que pueda ayudarme a poner las cosas en perspectiva.
Elliott intentaba hacer encajar todas las piezas. Estaba claro que lo que fuera que Karen había dicho la tenía preocupadísima.
—¿Qué cosas?
Ella no respondió al momento. Es más, tuvo la precaución de evitar su mirada, aunque al final soltó un suspiro.
—Le he dicho que me asusta mucho que no podamos lograrlo.
Elliott se quedó impactado.
—¿Nosotros? ¿Crees que no vamos a lograrlo? ¿Por qué? Sí, claro, tenemos cosas en las que discrepamos, pero los dos estamos comprometidos con este matrimonio. Pase lo que pase, podremos con ello.
Le sonrió con los ojos llorosos.
—Pareces muy seguro.
—Es que estoy muy seguro. ¿Tú no?
—La mayor parte del tiempo, sí, pero entonces pasa algo y empiezo a cuestionarlo todo —lo miró a los ojos—. Sé que es una locura. Eres el mejor marido que pudiera esperar tener. Eres increíble con Daisy y Mack. Es casi como si fueras demasiado bueno para ser verdad, así que cuando discutimos me pregunto si algo tan bueno puede durar. Y entonces me pongo como loca y luego me pregunto cómo puedes soportarme, como ahora.
Elliott se levantó, la tomó en sus brazos y se sentó con ella encima. Besó sus mejillas