Sherryl Woods

E-Pack HQN Sherryl Woods 2


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él le acariciaba la espalda, dijo:

      —Creía que Raylene estaba enamoradísima de Carter.

      —Y lo está. Solo estaba intentando ser una buena amiga. Me ha dicho que tal vez mi terapeuta podría ayudarme a entender por qué no puedo confiar al cien por cien en lo que tenemos.

      —Yo puedo responderte a eso —dijo Elliott sin vacilar—. Ese idiota de Ray hizo que fuera imposible que vieras que una relación puede ser lo que parece. Pero si quieres volver a la psicóloga para que te diga lo mismo, por mí vale. Hasta te acompañaré.

      Ella lo miró sorprendida.

      —¿Lo harías? He pensado que te pondrías como un energúmeno ante la idea.

      —Estás pensando en mi padre, créeme —bromeó.

      —Puede que sí.

      Él le acarició la mejilla y vio que el miedo de sus ojos daba paso a otra cosa.

      —Vamos, cariño, ¿es que todavía no sabes que haría lo que fuera por ti? —susurró.

      Una suave sonrisa jugueteó en los labios de Karen.

      —¿Eso incluye hacerme el amor esta noche?

      Una amplia sonrisa se extendió por el rostro de Elliott.

      —No tienes que pedírmelo dos veces.

      Se levantó con ella en brazos, apagó la luz con el codo y salió de la cocina. Después de todo, ¿quién necesitaba dormir cuando tenía una mujer así en la cama?

      Aunque aún no entendía del todo por qué Karen había estado tan consternada la noche anterior, Elliott se tomó muy en serio sus quejas sobre el poco tiempo que habían pasado juntos últimamente. Ningún trabajo valía tanto como para pagar por él el alto precio de perjudicar su matrimonio. Y aunque las exigencias de un negocio que estaba a punto de abrir eran altas, suponía que ese negocio nunca funcionaría si le preocupaba que pudiera destruir su matrimonio.

      Cuando vio a Frances en la clase de mayores se acercó a ella antes de empezar.

      —¿Estás libre esta noche, por casualidad? Sé que sueles jugar a las cartas, pero si pudieras recoger a los niños después del colegio y quedártelos, nos estarías haciendo a Karen y a mí un gran favor. Pero si no te viene bien, dímelo.

      —Oh, me encantaría.

      —Entonces llamaré al colegio para avisarlos —la miró fijamente—. ¿Y no te supondrá mucho problema llevarlos por la mañana? Le diría a mi madre que se los llevara a dormir, pero esta noche tiene un evento en la iglesia y sé que terminará tarde.

      —No te preocupes —le aseguró Frances—. Me las arreglaré. ¿Y la ropa del colegio para mañana?

      —O Karen o yo te la llevaremos antes de cenar, si te parece bien.

      —No podría parecerme mejor. Me iré a casa directa después de clase y les prepararé galletas.

      Elliott se rio.

      —Sé que les encantará, pero no hace falta que los mimes tanto.

      —Tengo que competir con María Cruz, ¿no? Sé cuánto los mima tu madre.

      —Por desgracia, es verdad. Gracias, Frances. Eres un regalo caído del cielo.

      —Sabes que lo hago tanto por ayudaros como por mí. Es un placer.

      En cuanto la clase hubo terminado, llamó a Karen para informarle del plan.

      —Pero ¿y la reforma? ¿Seguro que puedes escaparte?

      —Ya lo he solucionado y, como podrás imaginarte, Frances está emocionada por quedarse con los niños.

      —¿No preferiría cuidarlos en casa?

      —Le parece bien que se queden a dormir con ella. Es más, creo que lo está deseando.

      —Yo también —dijo Karen en voz baja y entrecortada—. ¡Los dos solos toda una noche! ¿Qué vamos a hacer?

      —Oh, seguro que se me ocurren unas cuantas cosas. Luego nos vemos. Te quiero.

      —Yo también te quiero.

      Elliott no volvió a pensar en el tema hasta las cuatro en punto cuando lo llamó la directora.

      —He intentado contactar con la señora Cruz, pero al parecer ha salido antes del trabajo —le explicó la mujer.

      —¿Hay algún problema? —preguntó Elliott lamentando una vez más haber optado por ahorrarse el gasto del móvil de Karen que, por los niños, debería estar accesible en cualquier momento.

      —Cuando ha llamado antes ha dicho que Frances Wingate vendría a recoger a los niños. El colegio ya ha terminado hace un rato y no sabemos nada de ella. Los niños siguen aquí esperando en mi despacho.

      Elliott se sintió como si alguien le hubiera arrancado el corazón del pecho. Los niños estaban a salvo, así que su preocupación era por Frances. No habría faltado a menos que se tratara de una emergencia extrema. ¿Y si se había desmayado después de la clase de gimnasia? ¿O la había atropellado un coche de camino al colegio? Un millón de cosas, y ninguna de ellas buena, se le pasaron por la cabeza.

      —Ahora mismo voy —le aseguró a la directora.

      De camino allí intentó contactar con Karen.

      —Problemas —dijo en cuanto ella contestó en casa—. Frances no ha ido al colegio. Estoy yendo a por los niños, pero creo que tenemos que ir a su casa para asegurarnos de que está bien.

      —Yo me encargo —dijo de inmediato con la voz salpicada de miedo—. ¿Puedes preguntarle a Adelia si puede quedarse con los niños y nos vemos en el piso de Frances? No quiero que estén con nosotros si... —se le quebró la voz antes de poder llegar a vocalizar el mismo pensamiento que lo había aterrorizado a él.

      —Buena idea. Tardaré lo menos que pueda. Espérame, ¿de acuerdo? Por si acaso... —también dejó en el aire su pensamiento más terrible.

      En el colegio, Daisy y Mack estaban perplejos, pero bien por lo demás.

      —La profesora nos ha dicho que Frances venía a recogernos. ¿Dónde está?

      —Le ha surgido una cosa —dijo Elliott rezando por que no hubiera sido más que eso—. Pero voy a llevaros a casa de Adelia.

      —¡Guay! —gritó Daisy encantada—. Selena dice que tiene un novio y quiero que me lo cuente.

      —Selena es demasiado pequeña para tener novio —contestó Elliott automáticamente, aunque en ese momento no tenía tiempo de preocuparse por ese problema. El que tenía con Frances ya era demasiado importante.

      Frances había reunido los ingredientes para hacer galletas de avena y pasas, había preparado tres hornadas y después había decidido llevarles unas pocas a Liz y a Flo, que quedaron en verse en el piso de la última. En ningún momento se le fue de la cabeza la sensación de que tenía algo más que hacer, pero no tenía nada apuntado en la agen-da.

      Como era habitual, su visita a casa de Flo duró casi una hora. Flo siempre tenía mucho que contar, y sus aventuras solían hacer que sus amigas se partieran de risa al intentar imaginarse a ellas mismas comportándose tan escandalosamente a su edad.

      Eran casi las cinco cuando volvió a casa y se encontró a Elliott y a Karen caminando desesperados de un lado a otro de la acera frente a su casa. En cuanto los vio, lo supo.

      —¡Oh, Dios mío, los niños! —susurró al caminar hacia ellos con lágrimas en los ojos.

      —Lo siento mucho —les gritó.

      Karen corrió hacia ella y la envolvió en un abrazo tan fuerte que casi la dejó sin aire.

      —Estábamos