Patricia Arancibia Clavel

Carmen Aldunate sin corazas


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un ramal desde la estación de Quillota a Nogales, nada más para que los invitados llegaran en tren sin contratiempos al fundo. Después de lo sucedido, derrumbados anímicamente, nadie quiso saber más de esa casa.

      Por lo que leí, Silvia era muy querida por los inquilinos. Cada vez que iba al campo —y lo hacía muy seguido— acompañaba a Adela a curar a los enfermos. Al parecer había estudiado en la Cruz Roja y también —desde los 17 años— hizo clases en el Centro Obrero de Instrucción.

      Debe haber sido así. La cosa social estaba muy arraigada en la familia, por lo menos hasta la generación de mi mamá. Ella me contaba que cuando chica, la hacían recoger en cuatro patas pétalos de flores en jardines y parques, los que guardaba en una bolsita especial para su venta a beneficio de los pobres…

      ¿Y qué pasó con tu mamá?

      Imagínate cómo habrá sido para ella todo esto. Quedó grave, aunque sin secuelas físicas. Perdió a su hermana, con quien era muy unida, y tuvo que lidiar con una fuerte depresión y unos papás sumidos en el dolor. En esos tiempos, la depresión no se diagnosticaba. Estaba tan mal que la autorizaron a casarse con mi papá —Jorge Aldunate Eguiguren— mucho más rápido de lo que mis abuelos hubieran deseado, ya que no llevaban mucho tiempo pololeando.

      ¿Dónde fue el matrimonio?

      En Santiago. Nunca he visto un traje de matrimonio más horrible que el que llevaba mi mamá cuando se casó, y estoy segura que, si otra persona se lo hubiera puesto, habría sido un total desastre. Llevaba en la cabeza una especie de toca, que más parecía cantora… Pero ella era tan bonita, de rasgos tan perfectos, que cualquier cosa que usaba le quedaba estupendo. Por ahí guardo un Zig-Zag donde sale la noticia, con una foto donde está junto al presidente Alessandri Palma…

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      Mi mamá con su traje de novia

      ¿Vivieron siempre en Santiago?

      Al parecer mi abuelo paterno —Luis Aldunate Echeverría, quien era un político y diplomático muy importante— le consiguió a su hijo recién casado un cargo en España —creo que agregado cultural— y rápidamente partieron a Madrid. Vivieron en la embajada de Chile allá y mis dos hermanos mayores, la Eliana y Jorge, nacieron por esos lados. Siempre escuché en la casa que cuando fueron a despedirse de Arturo Alessandri a La Moneda, el presidente le echó una talla a mi mamá, porque parecía una niñita de 15 años: “¡Esperemos, Elianita, que no se le caigan los calzones cuando haga su presentación en España!”. Y es que ella —que se hacía su ropa— se puso un vestido de muselina con un lazo gigantesco de raso en la cintura y una cinta enorme —tipo mariposón— en el pelo, que la hacía verse quinceañera.

      Sin duda, casarse, viajar y tener a su primera hija le debe de haber ayudado a salir de su depresión…

      Sí, pero creo que le costó reponerse ya que, a pesar de su carácter festivo, siempre tuvo algo clavado en su corazón…

      ¿Como en tus cuadros?

      Puede ser. Todas las mujeres tienen algo clavado en alguna parte de sus cuerpos o de sus almas…

      Es verdad, nunca ha sido fácil ser mujer…

      La conversación había fluido naturalmente y solo fue interrumpida por la Angélica que nos había preparado un rico pan de ajo calientito. Era hora de pasar a la mesa, llenar las copas y entrar en otro tema.

      Mientras hablábamos de Adela, Silvia y tu mamá pienso cuán cierto es que la memoria es selectiva y, a veces, caprichosa.

      ¿Por qué me dices eso?

      Porque si bien mis preguntas o acotaciones han estado dirigidas hacia tu familia materna, me llama la atención que tú no hubieses hecho ninguna mención o comentario espontáneo sobre tus abuelos paternos…

      Es que los Aldunate son mucho más fomes. Si bien mi abuelo Luis fue un hombre muy destacado, eran con mi abuela totalmente comme il faut, sin la chispa y el encanto de los del lado Salas.

      Puede ser, pero tu abuelo fue un gran y reconocido personaje de su tiempo. Aparte de ser tataranieto de José Miguel Carrera, tuvo una brillante carrera política y diplomática. Muy amigo del presidente Alessandri Palma, el “León”, fue su ministro de Relaciones Exteriores en 1920 y después —coincidiendo con la estadía de tus papás en Madrid— fue embajador en España y Portugal. Cuando joven, fue intendente de Tarapacá y luego vivió más de seis años en París ya que fue primer secretario de la embajada de Chile allá y, a continuación, agregado de negocios en Bélgica y Holanda. Su carrera fue increíble, terminó como embajador en Argentina y después en Francia.

      Sé muy poco de ellos. María Luisa Eguiguren, mi abuela, era la mujer más elegante que te puedas imaginar. Siempre andaba a la última moda y era muy perfeccionista y observadora. Un día —debo haber tenido 3 o 4 años— me llevaron a visitarla y, al verme caminar, le dijo a mi papá: “Jorge, esta niñita tiene una pierna más corta que la otra. Mira, hazla caminar…”. Mi papá se volvió como loco y me llevó a no sé cuántos doctores. La verdad es que la abuela tenía razón: había un milímetro de diferencia entre una pierna y otra, lo que no era nada, pero me recetaron plantillas. Nunca me las puse, no cojeaba, pero hasta el día de hoy tengo que acortar más la bastilla a un lado que a otro en los pantalones…

      ¿Era cariñosa?

      Casi no la conocí, pero sin duda era más distante y seria comparada con las locuras de los Salas y especialmente de mi abuela Adela, a quien no le importaba nada la ropa, siempre se vestía igual y nunca se pintaba. Además, Adela le ganaba en fortaleza, plata e independencia. Ahora me acuerdo que durante los años de la II Guerra Mundial, para no gastar bencina de más, ella se compró una moto —de esas sidecar— con asiento al lado, y partía con su amiga Juanita Quindos de Montalva a sus reuniones feministas y… a romper “pirulines”, jajaja.

      No hay caso, Carmen, ¿te das cuenta que vuelves una y otra vez a Adela?

      Parece que es así…, pero te cuento algo más de mis abuelos paternos. Como Luis fue embajador casi toda su vida, se pasaba viajando y tenía muchas anécdotas. Pero la que siempre se contó en la casa —y nos reíamos mucho— fue cuando estando en San Sebastián, España —él era de ascendencia vasca—, lo asaltaron, le dieron algunos golpes y le rajaron la ropa. No sé cómo pasó exactamente, pero el hecho fue que tomaron preso al ladrón y cuando mi abuelo preguntó su nombre, resultó que se llamaba exactamente igual que él: Luis Aldunate Echeverría. Fue tal su sorpresa, que lo perdonó y lo trajo a Chile como su chofer…

      ¡Como para no creerlo!

      Ambos abuelos murieron cuando yo era muy chica. María Luisa elegantemente de cáncer, y mi abuelo tiempo después. Él “entró” en alzhéimer y entonces le contrataron a una cuidadora rusa, de la cual se enamoró locamente y le pidió matrimonio. Rápidamente la mujer fue despachada a la Unión Soviética y se acabó la historia, con mi abuelo desconsolado…

      ¿Cuántos hijos tuvieron?

      Solo dos, mi papá —Jorge— y mi tío Luis, quien se casó con la Elena Matte. Aunque no lo creas, mi tío murió de la manera más estúpida del mundo, cuando lo estaban operando de un ¡callo! Fue en el año 1962 y me acuerdo porque fue justo cuando nació mi hija María. Los dos hermanos se criaron y estudiaron en París y a mi papá le quedó para siempre la pronunciación francesa, con hartas erres al hablar.

      Mientras comíamos, Carmen se fue acordando de más cosas y me comentó que en su familia se mantenía una linda tradición.

      A ti que te gusta la historia, te cuento que, por el vínculo de mi abuelo con los Carrera, nosotros heredamos la cuna de José Miguel. La tradición es que todas las guaguas de la familia duerman, al menos un día, en esa cuna que es preciosa, toda entera tejida de bronce. Yo, mis